Jesús dijo nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y hablar mal de mí

Jesús dijo nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y hablar mal de mí

Evangelio según san Marcos 9,38-40

Juan le dijo a Jesús: Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu Nombre, y tratamos de impedírselo porque no es de los nuestros. Pero Jesús les dijo: No se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí. Y el que no está contra nosotros, está con nosotros.

Comentario del Evangelio

Se nos presenta en el evangelio la vieja pretensión-tentación de tener la verdad en exclusiva y sentirse con el «poder» de controlar a todos los demás, repartiendo patentes de ortodoxia, de pertenencia. Hoy sigue estando presente esa tendencia a pensar que sólo nuestro grupo, nuestro movimiento, es el único que tiene la verdad y que los otros no tienen ni siquiera razón de existir. Esta actitud sucede incluso cuando se piensa que tal o cual sacerdote o tal o cual líder religioso es el que tiene la exclusiva para la construcción del Reino. El Señor nos llama a buscar puntos de encuentro. Hoy nos preguntamos:

¿Nuestra actitud cotidiana se parece a lo que manifestaron los discípulos?
¿Caemos en la pretensión-tentación de tener la verdad en exclusiva?
¿Criticamos a los que no evangelizan como lo hacemos nosotros?

Lecturas del día

Epístola de Santiago 4,13-17

Y ustedes, los que ahora dicen: “Hoy o mañana iremos a tal ciudad y nos quedaremos allí todo el año, haremos negocio y ganaremos dinero”, ¿saben acaso qué les pasará mañana? Porque su vida es como el humo, que aparece un momento y luego se disipa. Digan más bien: “Si Dios quiere, viviremos y haremos esto o aquello”. Ustedes, en cambio, se glorían presuntuosamente, y esa jactancia es mala. El que sabe hacer el bien y no lo hace, comete pecado.

Salmo 49(48),2-3.6-7.8-10.11

Oigan esto, todos los pueblos;
escuchen, todos los habitantes del mundo:
tanto los humildes como los poderosos,
el rico lo mismo que el pobre.
¿Por qué voy a temer
en los momentos de peligro,

cuando me rodea la maldad de mis opresores,
de esos que confían en sus riquezas
y se jactan de su gran fortuna?
No, nadie puede rescatarse a sí mismo
ni pagar a Dios el precio de su liberación,
el precio de su rescate es demasiado caro,

y todos desaparecerán para siempre.
para poder seguir viviendo eternamente
sin llegar a ver el sepulcro:
Cualquiera ve que mueren los sabios;
necios e ignorantes perecen por igual,
y dejan a otros sus riquezas:

Pio XII (1876-1958) de la encíclica Mystici Corporis Christi Tratamos de impedírselo porque no es de los nuestros.

Imitemos el amor inmenso de Jesús mismo, modelo supremo de amor hacia su Iglesia. Sin duda, la esposa de Cristo, la Iglesia, es única. Sin embargo, el amor del divino Esposo se extiende con largueza, de manera que, sin excluir a nadie, abraza en su Esposa al género humano entero. Nuestro Salvador ha derramado su sangre para reconciliar con Dios, por medio de la cruz, a toda la humanidad, incluso a los que están separados por la nación y por la sangre, y reunirlos en un solo Cuerpo. El auténtico amor de la Iglesia exige, pues, que no sólo estemos en el Cuerpo mismo miembros los unos de los otros, llenos de solicitud los unos por los otros (Rm 12,5) alegrándonos si un miembro es honrado y sufrir con el miembro que sufre (1Cor 12,26) sino que nos exige también que reconozcamos en los otros hombres, todavía no incorporados al Cuerpo de la Iglesia, a los hermanos de Cristo según la carne, llamados con nosotros a la misma salvación eterna.

Sin duda, no falta quienes, desgraciadamente, sobre todo hoy, utilizan con orgullo la lucha, el odio, la envidia como medios para sublevar y de exaltar la dignidad y la fuerza de la persona humana. Pero nosotros, que reconocemos gracias al discernimiento, los frutos lamentables de esta doctrina, seguimos a nuestro Rey pacífico que nos ha enseñado no solamente amar a los que no son de los nuestros, de nuestra nación ni de nuestro origen (Lc 10,33ss) sino de amar incluso a nuestros enemigos (Lc 6,27ss). Celebremos con San Pablo, el apóstol de los gentiles, la anchura, la longitud, la altura y la profundidad del amor de Cristo. (Ef 3,18), amor que la diversidad de los pueblos y de las costumbres no puede romper, que el océano inmenso no puede disminuir, que ni siquiera las guerras, justas o injustas, pueden aniquilar.

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