Evangelio según San Lucas 12,35-38
Jesús dijo a sus discípulos: Estén preparados, ceñidos y con las lámparas encendidas. Sean como los hombres que esperan el regreso de su señor, que fue a una boda, para abrirle apenas llegue y llame a la puerta.
¡Felices los servidores a quienes el señor encuentra velando a su llegada! Les aseguro que él mismo recogerá su túnica, los hará sentar a la mesa y se pondrá a servirlo. ¡Felices ellos, si el señor llega a medianoche o antes del alba y los encuentra así!
Comentario del Evangelio
Es importante entender la vida como una espera en la que debemos mantenernos vigilantes. No sabemos cuándo ni cómo llegará a nosotros el Señor de la vida que es Dios. Nuestra vida no nos pertenece en absoluto. Es de Dios. Está en sus manos. Él tiene la última palabra sobre nuestro destino. Nuestra existencia está llamada a ser un diálogo con Dios. Un ininterrumpido y sorprendente diálogo de amor. El Señor viene a nuestra vida para manifestarnos la ternura sin límites con que nos abraza. ¿Como no vivir en la espera cotidiana de semejante amor?
Lecturas del dia
Carta de San Pablo a los Efesios 2,12-22
Hermanos: Antes ustedes no tenían a Cristo y estaban excluidos de la comunidad de Israel, ajenos a las alianzas de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Pero ahora, en Cristo Jesús, ustedes, los que antes estaban lejos, han sido acercados por la sangre de Cristo. Porque Cristo es nuestra paz; él ha unido a los dos pueblos en uno solo, derribando el muro de enemistad que los separaba, y aboliendo en su propia carne la Ley con sus mandamientos y prescripciones. Así creó con los dos pueblos un solo Hombre nuevo en su propia persona, restableciendo la paz, y los reconcilió con Dios en un solo Cuerpo, por medio de la cruz, destruyendo la enemistad en su persona.
Y él vino a proclamar la Buena Noticia de la paz, paz para ustedes, que estaban lejos, paz también para aquellos que estaban cerca. Porque por medio de Cristo, todos sin distinción tenemos acceso al Padre, en un mismo Espíritu. Por lo tanto, ustedes ya no son extranjeros ni huéspedes, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios. Ustedes están edificados sobre los apóstoles y los profetas, que son los cimientos, mientras que la piedra angular es el mismo Jesucristo. En él, todo el edificio, bien trabado, va creciendo para constituir un templo santo en el Señor.
En él, también ustedes son incorporados al edificio, para llegar a ser una morada de Dios en el Espíritu.
Salmo 85(84),9ab-10.11-12.13-14
Voy a proclamar lo que dice el Señor:
el Señor promete la paz,
Su salvación está muy cerca de sus fieles,
y la Gloria habitará en nuestra tierra.
El Amor y la Verdad se encontrarán,
la Justicia y la Paz se abrazarán;
la Verdad brotará de la tierra
y la Justicia mirará desde el cielo.
El mismo Señor nos dará sus bienes
y nuestra tierra producirá sus frutos.
La Justicia irá delante de él,
y la Paz, sobre la huella de sus pasos.
La oración monástica del beato Columba Marmion (1858-1923) Feliz ese servidor fiel
Cuando se es perseverante en guardar usualmente el sentimiento de la presencia de Dios, el ardor del amor es constante. “Toda nuestra actividad”, mismo la más ordinaria, no solamente es “guardada pura de toda mancha” (Regla de San Benito, IV), sino que es elevada a un nivel sobrenatural. Toda nuestra vida es irradiada con la claridad celeste, plena de una suavidad que “desciende del Padre de los astros luminosos” (Sant 1,17) y es el secreto de nuestra fuerza y alegría.
El hábito de la presencia de Dios dispone el alma a las visitas divinas. A ciertas almas les ocurre frecuentemente que, a pesar de su buena voluntad, prueban una real dificultad para hacer oración a la hora asignada. Fatiga, sueño, malestar, distracciones, impiden aparentemente los esfuerzos para rezar. La sequedad y aridez espiritual están presentes. Que el alma sin embargo, permanezca fiel y haga lo que pueda para estar cerca del Señor, mismo sin ímpetu ni fervor sensible: “Yo estoy siempre contigo, tú me has tomado de la mano derecha” (Sal73 (72),23).
Dios lo abordará más tarde. De esas visitas del Señor, debemos decir lo que la Escritura proclama de su suprema aparición, al término de nuestra existencia terrestre: “Ustedes no saben qué día vendrá el Señor” (Mt 24,42).
Si en la celda, el claustro, el jardín, el refectorio y en todos lados, vivimos recogidos en la presencia divina, nuestro Señor vendrá. La Trinidad vendrá (cf. Jn 14,23) con las manos plenas de luz, con esa claridad que nos invade hasta el fondo de nosotros mismos y que puede tener una repercusión considerable en nuestra vida interior.
Con nuestro recogimiento, seamos “como los que esperan el regreso de su Señor” (cf. Lc 12,36). Al encontrarnos listos, el Señor nos hará entrar con él en la sala de fiesta…