Jesús dijo a la multitud que no saben discernir el tiempo presente

Jesús dijo a la multitud que no saben discernir el tiempo presente

Evangelio según san Lucas 12,54-59 

Jesús dijo a la multitud: “Cuando ven que una nube se levanta en occidente, ustedes dicen en seguida que va a llover, y así sucede. Y cuando sopla viento del sur, dicen que hará calor, y así sucede. ¡Hipócritas! Ustedes saben discernir el aspecto de la tierra y del cielo; ¿cómo entonces no saben discernir el tiempo presente? ¿Por qué no juzgan ustedes mismos lo que es justo? Cuando vas con tu adversario a presentarte ante el magistrado, trata de llegar a un acuerdo con él en el camino, no sea que el adversario te lleve ante el juez, y el juez te entregue al guardia, y este te ponga en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo.”

Comentario del Evangelio

El evangelio de hoy nos presenta una llamada de parte de Jesús para aprender a leer los signos de los tiempos. En toda época, es necesario discernir “el tiempo presente” desde la mirada de la fe para poder penetrar en su sentido. A la luz de este texto estamos, como Iglesia, invitados a prestar atención a los signos de los tiempos. Para entender los signos de los tiempos de hoy, el Papa Francisco nos sugiere: hacer silencio, observar, reflexionar y orar. Por ello, imploremos hoy la misericordia divina para la generación contemporánea… Pidamos la gracia divina del discernimiento. Hoy como ayer nos preguntamos:

¿No se han manifestado suficientes signos en la persona de Jesús que indican que el Reino de Dios está presente?
¿Somos capaces de ver o reconocer la acción de Dios en nuestra vida, en nuestra historia?
¿Vivimos los signos de los tiempos desde la mirada de Jesús?

Lecturas del dia

Carta de San Pablo a los Romanos 7,18-25a

Porque sé que nada bueno hay en mí, es decir, en mi carne. En efecto, el deseo de hacer el bien está a mi alcance, pero no el realizarlo. Y así, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. Pero cuando hago lo que no quiero, no soy yo quien lo hace, sino el pecado que reside en mí. De esa manera, vengo a descubrir esta ley: queriendo hacer el bien, se me presenta el mal. Porque de acuerdo con el hombre interior, me complazco en la Ley de Dios, pero observo que hay en mis miembros otra ley que lucha contra la ley de mi razón y me ata a la ley del pecado que está en mis miembros.

¡Ay de mí! ¿Quién podrá librarme de este cuerpo que me lleva a la muerte? ¡Gracias a Dios, por Jesucristo, nuestro Señor! En una palabra, con mi razón sirvo a la Ley de Dios, pero con mi carne sirvo a la ley del pecado.

Salmo 119(118),66.68.76.77.93.94

Enséñame la discreción y la sabiduría,
porque confío en tus mandamientos.
Tú eres bueno y haces el bien:
enséñame tus mandamientos.

Que tu misericordia me consuele,
de acuerdo con la promesa que me hiciste.
Que llegue hasta mí tu compasión, y viviré,
porque tu ley es toda mi alegría.

Nunca me olvidaré de tus preceptos:
por medio de ellos, me has dado la vida.
Sálvame, porque yo te pertenezco
y busco tus preceptos.

De la Encíclica de san Juan Pablo II (1920-2005) Dives in Misericordia No 15 Discernir los signos de nuestro tiempo

La Iglesia tiene el derecho y el deber de recurrir al Dios de la misericordia “con poderosos clamores”(Hech 5,7). Estos poderosos clamores deben estar presentes en la Iglesia de nuestros tiempos… un grito que implore la misericordia en conformidad con las necesidades del hombre en el mundo contemporáneo… Dios que es fiel a sí mismo, a su paternidad y a su amor. Y al igual que los profetas, recurramos al amor que tiene características maternas y, a semejanza de una madre, sigue a cada uno de sus hijos, a toda oveja extraviada, aunque hubiese millones de extraviados, aunque en el mundo la iniquidad prevaleciese sobre la honestidad, aunque la humanidad contemporánea mereciese por sus pecados un nuevo « diluvio », como lo mereció en su tiempo la generación de Noé.

Recurramos al amor paterno que Cristo nos ha revelado en su misión mesiánica y que alcanza su culmen en la cruz, en su muerte y resurrección. Recurramos a Dios mediante Cristo, recordando las palabras del Magnificat de María, que proclama la misericordia “de generación en generación”. Imploremos la misericordia divina para la generación contemporánea…

Elevemos nuestras súplicas, guiados por la fe, la esperanza, la caridad que Cristo ha injertado en nuestros corazones. Esta actitud es asimismo amor hacia Dios, a quien a veces el hombre contemporáneo ha alejado de sí ha hecho ajeno a sí, proclamando de diversas maneras que es algo “superfluo”. Esto es pues amor a Dios, cuya ofensa-rechazo por parte del hombre contemporáneo sentimos profundamente, dispuestos a gritar con Cristo en la cruz: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23,24). Esto es al mismo tiempo amor a los hombres, a todos los hombres sin excepción y división alguna: sin diferencias de raza, cultura, lengua, concepción del mundo, sin distinción entre amigos y enemigos.

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