Evangelio según san Lucas 13, 31-35
En aquel día, se acercaron unos fariseos a decir a Jesús: Sal y marcha de aquí, porque Herodes quiere matarte. Jesús les dijo: Id y decid a ese zorro: Mira, yo arrojo demonios y realizo curaciones hoy y mañana, y al tercer día mi obra quedará consumada. Pero es necesario que camine hoy y mañana y pasado, porque no cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén. ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían!
Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus polluelos bajo las alas, y no habéis querido.
Mirad, vuestra casa va a ser abandonada. Os digo que no me veréis hasta el día en que digáis:
“¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”
Comentario del Evangelio
Sigamos andando. Más por amor que por cualquier otro motivo. Sin miedo a la muerte. Porque estamos seguros de que la vida no nos pesa. Y que el problema no es morir. Un verdadero problema es vivir sin sentido, es despertarse cada día sin propósito, es querer salvarse uno a costa de todos los otros. Así la vida ya es muerte. Y no sólo eso. Es infierno.
Por una vida con sentido, amasada en la lucha por un mundo más justo y más fraterno, donde nadie pase necesidad, donde todos nos sintamos hermanos y hermanas. Por eso te pedimos Señor Jesús. Escuchanos. Hoy nos preguntamos:
¿Vivo por amor a los demas o solo amo a mis cercanos?
¿Doy sentido a mi vida en camino a la vida eterna?
¿Me asusta la muerte?
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 6, 10-20
Hermanos: Buscad vuestra fuerza en el Señor y en su invencible poder. Poneos las armas de Dios, para poder afrontar las asechanzas del diablo, porque nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos del aire.
Por eso, tomad las armas de Dios para poder resistir en el día malo y manteneros firmes después de haber superado todas las pruebas. Estad firmes; ceñid la cintura con la verdad, y revestid la coraza de la justicia; calzad los pies con la prontitud para el evangelio de la paz. Embrazad el escudo de la fe, donde se apagarán las flechas incendiarias del maligno. Poneos el casco de la salvación y empuñad la espada del Espíritu que es la palabra de Dios.
Siempre en oración y súplica, orad en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con constancia, y suplicando por todos los santos. Pedid también por mí, para que cuando abra mi boca, se me conceda el don de la palabra, y anuncie con valentía el misterio del Evangelio, del que soy embajador en cadenas, y tenga valor para hablar de él como debo.
Sal 143, 1bcd. 2. 9-10
¡Bendito el Señor, mi alcázar!
Bendito el Señor, mi Roca,
que adiestra mis manos para el combate,
mis dedos para la pelea.
Mi bienhechor, mi alcázar,
baluarte donde me pongo a salvo,
mi escudo y refugio,
que me somete los pueblos.
Dios mío, te cantaré un cántico nuevo,
tocaré para ti el arpa de diez cuerdas:
para ti que das la victoria a los reyes,
y salvas a David, tu siervo, de la espada maligna.
Reflexión del Evangelio de hoy Tomad las armas de Dios para hacer frente al Maligno
Una petición se formula en la oración colecta dominical que se actualiza en las ferias de la semana trigésima: “aumenta nuestra fe, esperanza y caridad.” Esta petición debe conllevar el compromiso personal de acoger responsablemente los planteamientos que Jesús nos ofrece. Se trata de aprender a vivir con fe, es decir, respondiendo a lo que se nos muestra y pide. Aprender a consolidar la esperanza, de modo se haga presente en la mutua caridad.
Hace dos semanas, comenzó a proclamarse esta carta de san Pablo a los de Éfeso. Hoy en el capítulo sexto, se nos hace una invitación: “Buscad vuestra fuerza en el Señor y en su invencible poder.” No fiar sólo de nuestras fuerzas porque la experiencia nos muestra cómo domina la fragilidad y hasta qué punto el desaliento marca el paso que seguimos.
El Apóstol utiliza la figura de los guerreros de la antigüedad para que, a ejemplo de ellos, bien equipados, se pueda hacer frente al Maligno, insistiendo en que se tomen las “armas de Dios” para que esta lucha tenga éxito. ¿Cuáles son esas armas? El texto las describe con precisión: “Estad firmes; ceñid la cintura con la verdad, y revestid la coraza de la justicia; calzad los pies con la prontitud para el evangelio de la paz. Embrazad el escudo de la fe, donde se apagarán las flechas incendiarias del maligno. Poneos el casco de la salvación y empuñad la espada del Espíritu que es la palabra de Dios.”
Estad firmes, dice, refiriéndose a la disposición frente a las insidias del diablo y las dificultades que se puedan presentar. Dicho de otra manera. Tener valor, apoyados en la certeza de la victoria de Cristo, que ya es nuestra victoria en la medida que permanecemos unidos a él. Apegados a la verdad. Ella es buen ceñidor. No se trata de mi verdad, sino de la Verdad. Nuestras verdades suelen ser difusas y parciales, marcadas por la conveniencia. Por eso dice: la verdad. La justicia se convierte en coraza, pues ella es la defensa de los débiles. La prontitud de ánimo para proclamar el evangelio de la paz. Pues ella es lo que se busca y lo que se ofrece. El escudo es la fe. Revelación y fe van unidas.
Lo que Dios nos ha dado a conocer se convierte en herramienta de protección: el escudo. La salvación llevada a cabo por el Señor, cubre la cabeza, pues en la medida en que nuestro pensamiento está apegado a ella, se tiene lucidez para considerar lo que conviene realizar. La Palabra de Dios es espada de doble filo, pues ella penetra en lo más íntimo del ser y realizar su obra.
Bendito el Señor mi alcázar
La figura del “alcázar” está recordando a cada uno que Dios es defensa, refugio, fortaleza. El que procura el bien y realiza la salvación. Es escudo que defiende y además sostiene la esperanza. Todo esto es proclamado en el salmo y de alguna forma se convierte en síntesis de lo que se nos ha proclamado. Por esa experiencia de salvación decimos “te cantaré un cántico nuevo”, que necesariamente es resonancia de la obra misma de la salvación.
Sal y marcha de aquí, porque Herodes quiere matarte
La intención de algunos fariseos, que nos dice el texto sagrado, se acercaron a Jesús diciéndole: “Sal y marcha de aquí, porque Herodes quiere matarte”, parece ser bien intencionada, pero nada acorde con el plan de la salvación. Ellos, como Pedro que reacciona ante el anuncio de Jesús de lo que va a padecer en Jerusalén, invitando a Jesús a apartar de sí todos esos malos augurios, se dejan llevar por los criterios humanos (defensa de la propia vida) y se alejan de los de Dios (entregar la vida por amor).
La respuesta de Jesús es clara: Id y decid a ese zorro. Han de decirle a Herodes y ellos han de tomar nota: “Mira, yo arrojo demonios y realizo curaciones hoy y mañana, y al tercer día mi obra quedará consumada.” Él y ellos, también los discípulos han de entender que sólo le importa la voluntad del Padre y que nada y tampoco nadie, va a apartarle de llevarla a cabo. Su determinación es firme. La secuencia de días, hoy y mañana, está referida a la misión: libera y sana. El tercer día apunta a su muerte y resurrección, cuando la obra que ha iniciado mediante el anuncio del reino, queda consumada: todas las cosas las hace nuevas. Se trata de la nueva creación.
Por eso lo que a continuación dice: “es necesario que camine hoy y mañana y pasado, porque no cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén.”, revela que toda su existencia es una profecía en cumplimiento. Está anunciando lo que ha de suceder pronto y cómo la humanidad nueva en él y por él creada, significa la efectiva reunión de los hijos dispersos. Ellos no han querido que eso ocurra, pero él, obediente hasta la muerte y una muerte de cruz, entrega su vida para que acontezca la humanidad nuevamente creada y por él congregada.
Un anuncio no querido por ellos es hecho por Jesús: “vuestra casa va a ser abandonada”. Defendida con tanto empeño por ellos sin caer en la cuenta que el lugar de la presencia de Dios se ha desplazado y ahora se encuentra en Jesús, el Hijo amado del Padre, que ha sido enviado por el Padre para revelar todo el amor definitivo de Dios en favor de toda la humanidad.
¿Cómo acogemos la Palabra que salva?
¿Qué respuesta damos a esta Palabra?
¿Cómo la proclamamos en medio de este mundo necesitado de su luz?