Evangelio según san Lucas 4, 14-22a
Jesús volvió a Galilea con el poder del Espíritu y su fama se extendió en toda la región. Enseñaba en las sinagogas de ellos y todos lo alababan. Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor. Jesús cerró el libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en Él. Entonces comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír. Todos daban testimonio a favor de Él y estaban llenos de admiración por las palabras de gracia que salían de su boca
Comentario del Evangelio
La escena que nos transmite el evangelio hoy, es muy interesante y casi cinematográfica. Es una escritura que habla de liberación, de salud, de esperanza. Palabras útiles hace 2000 años y palabras que nos pueden servir a nosotros hoy, también. Porque los tiempos cambian, pero las necesidades de las personas no. Dios está con nosotros, cuando anunciamos al mundo este mensaje de liberación. Que seamos capaces de seguir anunciando a todos la Buena Nueva. Hoy nos preguntamos:
¿Cómo vivimos nuestra fe en Dios?
¿Anunciamos al mundo este mensaje de Jesús?
¿Enseñamos a los demás el vivir en la esperanza?
Lecturas del día
Lectura de la primera carta de san Juan 4, 19—5, 4
Hijos míos: Nosotros amamos porque Dios nos amó primero. El que dice: “Amo a Dios”, y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve? Éste es el mandamiento que hemos recibido de Él: el que ama a Dios debe amar también a su hermano. El que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y el que ama al Padre ama también al que ha nacido de Él. La señal de que amamos a los hijos de Dios es que amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos.
El amor a Dios consiste en cumplir sus mandamientos, y sus mandamientos no son una carga, porque el que ha nacido de Dios, vence al mundo. Y la victoria que triunfa sobre el mundo es nuestra fe.
Salmo 71, 1-2. 14. 15acd. 17
Dios mío, confía tu juicio al rey, tu justicia al hijo de reyes, para que rija a tu pueblo
con justicia, a tus humildes con rectitud. Se postrarán ante ti, Señor, todos los pueblos de la tierra.
Que en sus días florezca la justicia y la paz hasta que falte la luna; que domine de
mar a mar, del Gran Río al confín de la tierra. Se postrarán ante ti, Señor, todos los pueblos de la tierra.
Que los reyes de Tarsis y de las islas le paguen tributo. Que los reyes de Saba y de
Arabia le ofrezcan sus dones; que se postren ante él todos los reyes, y que todos los
pueblos le sirvan. Se postrarán ante ti, Señor, todos los pueblos de la tierra.
Él librará al pobre que clamaba, al afligido que no tenía protector; él se apiadará del
pobre y del indigente, y salvará la vida de los pobres. Se postrarán ante ti, Señor, todos los pueblos de la tierra.
Sermón de san Bruno de Segni (c. 1045-1123) Oro, incienso y mirra
Los magos, guiados por la estrella llegaron desde Oriente hasta Belén y entraron en la casa en la que la bienaventurada Virgen María estaba con el hijo; abriendo sus tesoros, le ofrecieron tres dones al Señor: oro, incienso y mirra con los cuales le reconocieron como verdadero Dios, verdadero hombre y verdadero rey.
Son estos los dones que la santa Iglesia ofrece constantemente a Dios su Salvador. Le ofrece el incienso cuando confiesa y cree en él como verdadero Señor, creador del universo; le ofrece la mirra cuando afirma que él tomó la sustancia de nuestra carne con la que quiso sufrir y morir por nuestra salvación; le ofrece el oro cuando no duda en proclamar que él reina eternamente con el Padre y el Espíritu Santo…
Esta ofrenda puede también tener otro sentido místico. Según Salomón el oro significa la sabiduría celestial: «El tesoro más deseable se encuentra en la boca del sabio» (cf Pr 21,20)… Según el salmista el incienso es símbolo de la oración pura: «Suba mi oración como incienso en tu presencia» (Sl 140,2). Porque si nuestra oración es pura hace que llegue a Dios un perfume más puro que el aroma del incienso; y de la misma manera que este aroma sube hasta el cielo, así también nuestra oración llega hasta Dios. La mirra simboliza la mortificación de nuestra carne. Así pues, ofrecemos oro al Señor cuando resplandecemos ante él por la luz de la sabiduría celestial. Le ofrecemos el incienso cuando le dirigimos una oración pura. Y la mirra, por la abstinencia «cuando crucificamos nuestra carne con sus pasiones y deseos» (Ga 5,24), y llevamos la cruz siguiendo a Jesús.