Evangelio según San Juan 1,45-51
Felipe encontró a Natanael y le dijo: Hemos hallado a aquel de quien se habla en la Ley de Moisés y en los Profetas. Es Jesús, el hijo de José de Nazaret. Natanael le preguntó: ¿Acaso puede salir algo bueno de Nazaret? Ven y verás, le dijo Felipe. Al ver llegar a Natanael, Jesús dijo: Este es un verdadero israelita, un hombre sin doblez. ¿De dónde me conoces? le preguntó Natanael. Jesús le respondió: Yo te vi antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera. Natanael le respondió: Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel. Jesús continuó: Porque te dije: Te vi debajo de la higuera, crees . Verás cosas más grandes todavía. Y agregó: Les aseguro que verán el cielo abierto, y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre.
Comentario del Evangelio
No sé muy bien si la vida será diferente mañana. Si después del domingo, ante la semana que comienza, estaremos desanimados o animados, con más sueño o con más fuerzas, más próximos o más distantes. No lo sé. Pero sé que los lunes también tenemos que ver “el cielo abierto y los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del hombre”. Por eso, más que el vacío del fin de semana recién terminado deberíamos saludar el nuevo comienzo, haciéndonos sembradores del Reino en lo cotidiano, lo ordinario, lo rutinario, lo conocido. Incluso cuando cada lunes volvemos al mismo lugar, es bueno probar nuevos caminos.
Lecturas del dia
Apocalipsis 21,9b-14
Luego se acercó uno de los siete Angeles que tenían las siete copas llenas de las siete últimas plagas, y me dijo: Ven que te mostraré a la novia, a la esposa del Cordero. Me llevó en espíritu a una montaña de enorme altura, y me mostró la Ciudad santa, Jerusalén, que descendía del cielo y venía de Dios. La gloria de Dios estaba en ella y resplandecía como la más preciosa de las perlas, como una piedra de jaspe cristalino. Estaba rodeada por una muralla de gran altura que tenía doce puertas: sobre ellas había doce ángeles y estaban escritos los nombres de las doce tribus de Israel. Tres puertas miraban al este, otras tres al norte, tres al sur, y tres al oeste. La muralla de la Ciudad se asentaba sobre doce cimientos, y cada uno de ellos tenía el nombre de uno de los doce Apóstoles del Cordero.
Salmo 145(144),10-11.12-13ab.17-18
Que todas tus obras te den gracias, Señor,
y tus fieles te bendigan;
que anuncien la gloria de tu reino
y proclamen tu poder.
Así manifestarán a los hombres tu fuerza
y el glorioso esplendor de tu reino:
tu reino es un reino eterno,
y tu dominio permanece para siempre.
El Señor es justo en todos sus caminos
y bondadoso en todas sus acciones;
El Señor está cerca de aquellos que lo invocan,
de aquellos que lo invocan de verdad
Audiencia Generalde Benedicto XVI Natanael- Bartolomé, reconoce al Mesías, Hijo de Dios
El evangelista Juan nos refiere que, cuando Jesús ve a Natanael acercarse, exclama: “Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño” (Jn 1, 47). Se trata de un elogio que recuerda el texto de un salmo: “Dichoso el hombre… en cuyo espíritu no hay fraude” (Sal 32, 2), pero que suscita la curiosidad de Natanael, que replica asombrado: “¿De qué me conoces?” (Jn 1, 48). La respuesta de Jesús no es inmediatamente comprensible. Le dice: “Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi” (Jn 1, 48). No sabemos qué había sucedido bajo esa higuera. Es evidente que se trata de un momento decisivo en la vida de Natanael.
Él se siente tocado en el corazón por estas palabras de Jesús, se siente comprendido y llega a la conclusión: este hombre sabe todo sobre mí, sabe y conoce el camino de la vida, de este hombre puedo fiarme realmente.
Y así responde con una confesión de fe límpia y hermosa, diciendo: “Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel” (Jn 1, 49). En ella se da un primer e importante paso en el itinerario de adhesión a Jesús. Las palabras de Natanael presentan un doble aspecto complementario de la identidad de Jesús: es reconocido tanto en su relación especial con Dios Padre, de quien es Hijo unigénito, como en su relación con el pueblo de Israel, del que es declarado rey, calificación propia del Mesías esperado.
No debemos perder de vista jamás ninguno de estos dos componentes, ya que si proclamamos solamente la dimensión celestial de Jesús, corremos el riesgo de transformarlo en un ser etéreo y evanescente; y si, por el contrario, reconocemos solamente su puesto concreto en la historia, terminamos por descuidar la dimensión divina que propiamente lo distingue.