Fiesta de la Santísima Trinidad

Fiesta de la Santísima Trinidad

Evangelio según San Juan 3,16-18

En aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo: Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.

Comentario del Evangelio

La encarnación del Hijo se explica por el amor que Dios siempre ha tenido al mundo. Es la consecuencia de esa fidelidad de generación en generación con que se había expresado la revelación de Dios a Moisés en el Sinaí. Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para salvarlo; quien cree en él experimenta la verdadera salvación. Podemos discutir mucho el origen de este texto en la redacción de la teología joánica, pero no podemos negar su verdadera inspiración teológica. Esta es una de las cumbres de la “revelación” de Dios en el NT. Dios no ha venido al mundo para condenar, o para juzgar, sino para “salvar”. Todo lo que no sea asumir eso como chispazo, es una distorsión teológica de los que no se fían de Dios o de los que le tienen un miedo desalmado

Lecturas del dia

Libro del Exodo 34,4b-6.8-9

Moisés subió a la montaña del Sinaí, como el Señor se lo había ordenado, llevando las dos tablas en sus manos. El Señor descendió en la nube, y permaneció allí, junto a él. Moisés invocó el nombre del Señor. El Señor pasó delante de él y exclamó: “El Señor es un Dios compasivo y bondadoso, lento para enojarse, y pródigo en amor y fidelidad.

Moisés cayó de rodillas y se postró,  diciendo: “Si realmente me has brindado tu amistad, dígnate, Señor, ir en medio de nosotros. Es verdad que este es un pueblo obstinado, pero perdona nuestra culpa y nuestro pecado, y conviértenos en tu herencia”.

Libro de Daniel 3,52.53.54.55.56

Bendito seas, Señor, Dios de nuestros padres.
Bendito sea tu santo y glorioso Nombre.
Alabado y exaltado eternamente.
Bendito seas en el Templo de tu santa gloria.

Aclamado y glorificado eternamente por encima de todo.
Bendito seas en el trono de tu reino.
Aclamado por encima de todo y exaltado eternamente.
Bendito seas Tú, que sondeas los abismos

y te sientas sobre los querubines.
Alabado y exaltado eternamente por encima de todo.
Bendito seas en el firmamento del cielo.
Aclamado y glorificado eternamente.

Carta II de San Pablo a los Corintios 13,11-13

Hermanos: Alégrense, trabajen para alcanzar la perfección, anímense unos a otros, vivan en armonía y en paz. Y entonces, el Dios del amor y de la paz permanecerá con ustedes. Salúdense mutuamente con el beso santo. Todos los hermanos les envían saludos.

La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo permanezcan con todos ustedes.

Cartas a Serapionb de san Atanasio (295-373)  Todo el que cree en Él… tendrá la vida eterna

Hombres insensatos…, que no cesáis vuestras indiscretas investigaciones en relación con la Trinidad y no os contentáis con creer que existe, ya que tenéis por guía lo que el apóstol escribió: “Es necesario creer que Dios existe y que garantiza la recompensa a los que lo buscan”. Que nadie se plantee cuestiones superfluas, pero que se limiten a aprender lo que está contenido en las Escrituras…

La Escritura dice que el Padre es fuente y luz: “Me han abandonado; a mí, la fuente de agua viva”; “Has abandonado la fuente de la sabiduría”, y según Juan: “Nuestro Dios es luz”. Sin embargo, al Hijo, en relación con la fuente, se le llama río, pues «el manantial de Dios, según el salmo, está lleno de agua». En relación con la luz, es llamado resplandor cuando Pablo dice que es “el resplandor de su gloria y el rostro de su esencia”. Por lo tanto, el Padre es luz, el Hijo su resplandor…, y en el Hijo, es por el Espíritu que somos iluminados: “Dios os da, dice San Pablo, un Espíritu de sabiduría y revelación para conocerle; que iluminará los ojos de vuestro corazón”. Pero cuando somos iluminados, es Cristo quien nos ilumina en Él, ya que la Escritura dice: “Era la luz verdadera que ilumina a todo hombre en este mundo”. Además, si el Padre es la fuente y el Hijo es llamado río, se nos dice que nosotros bebemos del Espíritu: «Todos hemos bebido de un único Espíritu». Pero, habiendo bebido del Espíritu, bebemos también de Cristo porque “ellos bebieron de una roca espiritual que les seguía y esta roca era Cristo”.

El Padre siendo el «único sabio», el Hijo es su sabiduría, pues “Cristo es la fuerza y la sabiduría de Dios”. Ahora bien, es al recibir el Espíritu de sabiduría cuando poseemos al Hijo y adquirimos la sabiduría en Él… El Hijo es la vida, dijo: “Yo soy la vida”; pero dijo que nosotros estamos vivificados por el Espíritu, así Pablo escribe: “El que ha resucitado a Cristo Jesús de entre los muertos vivificará también nuestros cuerpos mortales por el Espíritu que habita en nosotros”. Pero cuando somos vivificados por el Espíritu, Cristo es nuestra vida…: “No soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí”.

¿Existe, en la Santa Trinidad, tal correspondencia y unidad, que se podría separar al Hijo del Padre, al Espíritu del Hijo o del Padre? El misterio de Dios no se nos entrega a nuestro espíritu a través de discursos elocuentes, sino en la fe y en la oración respetuosa.

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