Evangelio según San Lucas 11,27-28
Cuando Jesús terminó de hablar, una mujer levantó la voz en medio de la multitud y le dijo: ¡Feliz el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron! Jesús le respondió: Felices más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la practican.
Comentario del Evangelio
El pilar de nuestra felicidad
¿Cuál es el pilar de nuestra felicidad y de nuestra dicha? O, dicho de otra manera, ¿qué fundamento podemos poner en nuestra vida para que nada ni nadie nos impida ser verdaderamente dichosos y felices? La respuesta la encontramos en María, tal y como nos recuerda esta secular advocación del Pilar: ella tuvo la inmensa dicha de poder llevar en su seno a Jesús y de amamantarlo; ella y sólo ella es la Madre del Señor. Pero lo fue gracias a que, cuando llegó el momento, dio fe a la Palabra de Dios; y en todo momento, incluso en los más difíciles, sobre todo al pie de la cruz, renovó su obediencia al plan de Dios y repitió una y otra vez lo mismo que le contestó al ángel en Nazaret: Hágase en mí según tu Palabra.
Libro de Joel 4,12-21
Salmo 97(96),1-2.5-6.11-12
¡El Señor reina! Alégrese la tierra,
regocíjense las islas incontables.
Nubes y Tinieblas lo rodean,
la Justicia y el Derecho son
la base de su trono.
Las montañas se derriten como cera
delante del Señor, que es el dueño de toda la tierra.
Los cielos proclaman su justicia
y todos los pueblos contemplan su gloria.
Nace la luz para el justo,
y la alegría para los rectos de corazón.
Alégrense, justos, en el Señor
y alaben su santo Nombre.
Sermón de san Pedro Damián (1007-1072) Dichosos los que acogen la Palabra de Dios, su Verbo
Es propio de la Virgen María haber concebido a Cristo en su seno, pero es herencia de todos los escogidos llevarle con amor en su corazón. Dichosa sí, muy dichosa es la mujer que ha llevado a Jesús en su seno durante nueve meses (Lc 11,27). Dichosos también nosotros cuando estamos vigilantes para poder llevarlo siempre en nuestro corazón. Ciertamente, la concepción de Cristo en el seno de María fue una gran maravilla, pero no es una maravilla menor ver como se hace huésped de nuestro corazón.
Éste es el sentido del testimonio de Juan: « Mira, estoy a la puerta y llamo; si alguno escucha mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa, cenaré con él y él conmigo» (Ap 3,20)… Consideremos, hermanos, cuál es nuestra dignidad y nuestra semejanza con María. La Virgen concibió a Cristo en sus entrañas de carne, y nosotros lo llevaremos en las de nuestro corazón. María ha alimentado a Cristo dando a sus labios la leche de su seno, y nosotros podemos ofrecerle la comida variada de las buenas acciones, en las que él se deleita.