Evangelio según san Juan 7,40-53
Algunos de la multitud que lo habían oído, opinaban: Este es verdaderamente el Profeta. Otros decían: Este es el Mesías. Pero otros preguntaban: ¿Acaso el Mesías vendrá de Galilea? ¿No dice la Escritura que el Mesías vendrá del linaje de David y de Belén, el pueblo de donde era David? Y por causa de él, se produjo una división entre la gente. Algunos querían detenerlo, pero nadie puso las manos sobre él. Los guardias fueron a ver a los sumos sacerdotes y a los fariseos, y estos les preguntaron: Por qué no lo trajeron? Ellos respondieron: Nadie habló jamás como este hombre. Los fariseos respondieron: ¿También ustedes se dejaron engañar? ¿Acaso alguno de los jefes o de los fariseos ha creído en él? En cambio, esa gente que no conoce la Ley está maldita. Nicodemo, uno de ellos, que había ido antes a ver a Jesús, les dijo: ¿Acaso nuestra Ley permite juzgar a un hombre sin escucharlo antes para saber lo que hizo? Le respondieron: ¿Tú también eres galileo? Examina las Escrituras y verás que de Galilea no surge ningún profeta. Y cada uno regresó a su casa.
Comentario del Evangelio
En la raíz del misterio de la salvación está, en efecto, la voluntad de un Dios misericordioso, que no se quiere rendir ante la incomprensión, la culpa y la miseria del hombre, sino que se dona a él hasta llegar a ser Él mismo hombre para ir al encuentro de cada persona en su condición concreta. (Homilía de S.S. Francisco año 2015). Incomoda que Dios se pueda presentar en un hombre concreto, encarnado en nuestra historia, que camina como uno más con su pueblo. Igual nos puede pasar a nosotros. Nuestros juicios e ideas preconcebidas obstaculizan descubrir la voluntad de Dios. Hoy nos preguntamos:
¿Creemos que Dios nos habla de distintas formas?
¿Estamos dispuestos a reconocer que nos habla a través de personas?
¿Medito sobre la humanidad de Jesús o sólo lo veo como Dios?
Lecturas del día
Libro de Jeremías 11,18-20
El Señor de los ejércitos me lo ha hecho saber y yo lo sé. Entonces tú me has hecho ver sus acciones. Y yo era como un manso cordero, llevado al matadero, sin saber que ellos urdían contra mí sus maquinaciones: “¡Destruyamos el árbol mientras tiene savia, arranquémoslo de la tierra de los vivientes, y que nadie se acuerde más de su nombre!”. Señor de los ejércitos, que juzgas con justicia, que sondeas las entrañas y los corazones, ¡que yo vea tu venganza contra ellos, porque a ti he confiado mi causa!
Salmo 7,2-3.9bc-10.11-12
Señor, Dios mío, en ti me refugio:
sálvame de todos los que me persiguen;
líbrame, para que nadie pueda atraparme
como un león, que destroza sin remedio.
Júzgame, Señor, conforme a mi justicia
y de acuerdo con mi integridad.
¡Que se acabe la maldad de los impíos!
Tú que sondeas las mentes y los corazones,
tú que eres un Dios justo, apoya al inocente.
Mi escudo es el Dios Altísimo,
que salva a los rectos de corazón.
Dios es un Juez justo
y puede irritarse en cualquier momento.
Comentario de san Juan Pablo II (1920-2005) Encíclica «Dives in Misericordia» 8 Y por causa de él, se produjo una división entre la gente
En el misterio pascual es superado el límite del mal múltiple, del que se hace partícipe el hombre en su existencia terrena: la cruz de Cristo, en efecto, nos hace comprender las raíces más profundas del mal que ahondan en el pecado y en la muerte; y así la cruz se convierte en un signo escatológico Solamente en el cumplimiento escatológico y en la renovación definitiva del mundo, el amor vencerá en todos los elegidos las fuentes más profundas del mal (…).
En el cumplimiento escatológico, la misericordia se revelará como amor, mientras que en la temporalidad, en la historia del hombre —que es a la vez historia de pecado y de muerte— el amor debe revelarse ante todo como misericordia y actuarse en cuanto tal. El programa mesiánico de Cristo, —programa de misericordia— se convierte en el programa de su pueblo, el de su Iglesia. Al centro del mismo está siempre la cruz, ya que en ella la revelación del amor misericordioso alcanza su punto culminante. (…)
Cristo, en cuanto crucificado, es el Verbo que no pasa; (Cfr. Mt 24,35) es el que está a la puerta y llama al corazón de todo hombre, (Cfr. Ap 3, 20) sin coartar su libertad, tratando de sacar de esa misma libertad el amor que es no solamente un acto de solidaridad con el Hijo del Hombre que sufre, sino también, en cierto modo, « misericordia » manifestada por cada uno de nosotros al Hijo del Padre eterno. En este programa mesiánico de Cristo, en toda la revelación de la misericordia mediante la cruz, ¿cabe quizá la posibilidad de que sea mayormente respetada y elevada la dignidad del hombre, dado que él, experimentando la misericordia, es también en cierto sentido el que « manifiesta contemporáneamente la misericordia »?