Evangelio según san Lucas 11, 29-32
En aquel tiempo, la gente se apiñaba alrededor de Jesús, y él se puso a decirles: «Esta generación es una generación perversa. Pide un signo, pero no se le dará más signo que el signo de Jonás. Pues como Jonás fue un signo para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para esta generación. La reina del Sur se levantará en el juicio contra los hombres de esta generación y hará que los condenen, porque ella vino desde los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón.
Los hombres de Nínive se alzarán en el juicio contra esta generación y harán que la condenen; porque ellos se convirtieron con la proclamación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás».
Comentario del Evangelio
El signo de Jonás oculta y revela a otro, ya que ser signo de Dios es transparentarlo con la vida, como sacramento de Su Amor. Cristo Jesús hace de nuevo el signo pascual, puesto que, sin este acontecimiento de muerte, entierro y resurrección, los demás signos milagrosos de su vida quedan como historia pasada. Solo Cristo es el Rey de la Gloria (Cfr.Sal 23,8), la esperanza cristiana por antonomasia. Un cristiano de verdad no necesita milagros para creer y convertirse a Dios, sino movido por un amor entregado por nosotros correspondemos al Amor, con amor.
Lecturas del dia
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas 4, 22-24. 26-27. 31 – 5, 1
Hermanos:
Está escrito que Abrahán tuvo dos hijos, uno de la esclava y otro de la libre; pero el hijo de la esclava nació según la carne y el de la libre en virtud de una promesa. Estas cosas son una alegoría: aquellas representan dos alianzas. Una, la del monte Sinaí, engendra para la esclavitud, y es Agar. En cambio, la Jerusalén de arriba es libre; y esa es nuestra madre. Pues está escrito: «Alégrate, estéril, la que no dabas a luz, rompe a gritar de júbilo, la que no tenías dolores de parto, porque serán muchos los hijos de la abandonada; más que los de la que tiene marido». Así, pues, hermanos, no somos hijos de la esclava, sino de la libre. Para la libertad nos ha liberado Cristo. Manteneos, pues, firmes, y no dejéis que vuelvan a someteros a yugos de esclavitud.
Sal 112, 1-2. 3-4. 5-7
Bendito sea el nombre del Señor por siempre
Alabad, siervos del Señor,
alabad el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor,
ahora y por siempre.
De la salida del sol hasta su ocaso,
alabado sea el nombre del Señor.
El Señor se eleva sobre todos los pueblos,
su gloria sobre los cielos.
¿Quién como el Señor, Dios nuestro,
que se abaja para mirar
al cielo y a la tierra?
Levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre.
Reflexión del Evangelio de hoy La única norma verdadera es el amor
En esta carta a los Gálatas, San Pablo rompe drásticamente con la esclavitud de la ley. Dios se ha manifestado definitivamente en Jesús. Ya no es necesario el recurso a las leyes mosaicas que conformaron el caminar del pueblo hasta la manifestación del Mesías. Dios es fiel y ha cumplido su promesa al enviarnos a su hijo Jesús. Es por la fe en Jesús como llegamos a la salvación de Dios, no por el cumplimiento de las normas y las leyes ya superadas. En Jesús llegamos a la mayoría de edad, y queda superado el pedagogo de la ley, que fue necesaria en su momento. Ahora por la fe, nos convertimos en hijos de Dios, en imágenes vivas de Jesucristo. En Él queda también eliminada toda discriminación entre judíos y paganos, siervos o amos, ricos y pobres….
Porque todos somos llamados a la asimilación en Cristo como hijos de Dios. Y esta justificación se cumple por la fe en la acción del Espíritu. Somos justificados gratuitamente por la gracia de Dios y esa novedad de nuestro nuevo ser se expresa libremente en la práctica del amor al prójimo. Un amor que se vive en la alegría de pertenecer al pueblo de los salvados y agraciados por el amor de Dios. En Cristo habéis sido salvados, vivid conforme el mandamiento del Señor, el amor.
En Jesús todos los hombres hemos sido hermanados y somos iguales ante Dios
En este pasaje de Lucas, Jesús recrimina a los que se han agolpado a escucharle la poca fe de su generación. El Pueblo de Israel se ha balanceado a lo largo de su historia entre la increencia y la vuelta a la religiosidad, entre el olvido de Dios y la necesidad de venerarle. Todo ello pese a las múltiples manifestaciones y pruebas recibidas de la fidelidad de Dios. Y les pone el ejemplo del profeta Jonás, enviado por Dios a Nínive, un pueblo extranjero, capaz de arrepentirse y poner su esperanza en el Dios de Israel, sólo por los signos manifestados en el profeta Jonás. Jesús se postula como el Jonás definitivo, la manifestación última de Dios para llamar a la fe y la fidelidad decisiva.
Él es el hijo del Hombre, la manifestación de la salvación definitiva de Dios. Una salvación que llega para todos los hombres. Desde Nínive a la reina del Sur, que vino a escuchar a Salomón. En Jesús se ha cumplido la promesa de Dios, se ha renovado la alianza de la nueva creación, y se ha repartido a todos los hombres de todos los confines del orbe. Con estas palabras del evangelista se nos propone a Jesús como el camino para acceder a Dios. La bienaventuranza de ser elegidos de Dios se realiza cumpliendo su voluntad, haciendo del Evangelio la forma de vida, el estilo de actuar, sentir y vivir conforme al mandato de Jesús. Dios nos ha amado enviándonos al Señor para que conozcamos a Dios. Y a Dios lo conocemos cuando nos amamos sin reservas, sin discriminaciones, sin preferencias.
Cuando somos capaces de entregarnos totalmente a los demás, por encima de nuestras mezquindades. “Deja todo lo que tienes, dalo a los pobres, ven y sígueme”. Esta máxima que Jesús propone al joven rico es el horizonte de perfección al que todos estamos llamados. Como Jesús se entregó por nosotros hasta la muerte en cruz, nosotros, a su imagen y semejanza, estamos llamados a seguirle e imitarle despojándonos de todo lo innecesario, con alegría y generosidad.
Jesús nos dice: “Ven y sígueme”. Seamos valientes.