Ese no es de los nuestros

Ese no es de los nuestros

Evangelio según San Marcos 9,38-40

En aquel tiempo Juan dijo a Jesús: Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre; pero se lo hemos prohibido, porque no es de los nuestros. Jesús contestó: No se lo prohibáis, porque nadie que haga un milagro en mi nombre podrá luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros, está a nuestro favor.

Comentario del Evangelio

No es de los nuestros. En algunas ocasiones, pensamos que tenemos la exclusividad de la acción de Jesús. Entonces nos reunimos en nuestros “grupos estufa”, bien calentitos, miramos a los demás y decimos: “Ése no es de los nuestros”. Pero, ¿será de los de Jesús? Jesús reconoce en aquel hombre que expulsaba demonios en su nombre a uno de los suyos. El que hace el bien y combate el mal en nombre de Jesús hablará bien de Jesús, y querrá conocerle y amarle cada día más. La Iglesia es un camino muy ancho en el que cabemos muchos y todos tenemos nuestro espacio. Jesucristo no ha venido para hacer grupos exclusivos, sino para reunir en su nombre a todos los que están dispersos.

Lecturas del día

Libro de Eclesiástico 4,12-22

El que la ama, ama la vida, y los que la buscan ardientemente serán colmados de gozo. El que la posee heredará la gloria, y dondequiera que vaya, el Señor lo bendecirá. Los que la sirven rinden culto al Santo y los que la aman son amados por el Señor. El que la escucha juzgará a las naciones y el que le presta atención habitará seguro.

El que confía en ella la recibirá en herencia y sus descendientes también la poseerán. Al comienzo, ella lo conducirá por un camino sinuoso, le infundirá temor y estremecimiento y lo hará sufrir con su disciplina, hasta que tenga confianza en él y lo haya probado con sus exigencias. Después, volverá a él por el camino recto, lo alegrará y le revelará sus secretos. Si él se desvía, ella lo abandonará y lo dejará librado a su propia caída. Ten en cuenta el momento y cuídate del mal, y no te avergüences de ti mismo. Porque hay una vergüenza que lleva al pecado, y hay otra vergüenza que es gloria y gracia. No te perjudiques por tener en cuenta a los demás, y que la vergüenza no provoque tu caída.

Salmo 119(118),165.168.171.172.174.175

Los que aman tu ley gozan de una gran paz,
nada los hace tropezar.
Yo observo tus mandamientos y tus prescripciones,
porque tú conoces todos mis caminos.

Que mis labios expresen tu alabanza,
porque me has enseñado tus preceptos.
Que mi lengua se haga eco de tu promesa,
porque todos tus mandamientos son justos.

Yo ansío tu salvación, Señor,
y tu ley es toda mi alegría.
Que yo viva y pueda alabarte,
y que tu justicia venga en mi ayuda.

Enseñanza del Papa Francisco sobre el Pueblo de Dios año 2013  ¿Acaso es de los nuestros?

Hoy desearía detenerme brevemente en otro de los términos con los que el Concilio Vaticano II definió a la Iglesia: “Pueblo de Dios” (cf. const. dogm. Lumen gentium, 9; Catecismo de la Iglesia católica, 782).  ¿Qué quiere decir ser “Pueblo de Dios”? Ante todo quiere decir que Dios no pertenece en modo propio a pueblo alguno; porque es Él quien nos llama, nos convoca, nos invita a formar parte de su pueblo, y esta invitación está dirigida a todos, sin distinción, porque la misericordia de Dios “quiere que todos se salven” (1 Tm 2, 4).

A los Apóstoles y a nosotros Jesús no nos dice que formemos un grupo exclusivo, un grupo de élite. Jesús dice: id y haced discípulos a todos los pueblos (cf. Mt 28, 19). San Pablo afirma que en el pueblo de Dios, en la Iglesia, “no hay judío y griego… porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gal 3, 28). Desearía decir también a quien se siente lejano de Dios y de la Iglesia, a quien es temeroso o indiferente, a quien piensa que ya no puede cambiar: el Señor te llama también a ti a formar parte de su pueblo y lo hace con gran respeto y amor. Él nos invita a formar parte de este pueblo, pueblo de Dios.

¿Cómo se llega a ser miembros de este pueblo? No es a través del nacimiento físico, sino de un nuevo nacimiento. En el Evangelio, Jesús dice a Nicodemo que es necesario nacer de lo alto, del agua y del Espíritu para entrar en el reino de Dios (cf. Jn 3, 3-5). Somos introducidos en este pueblo a través del Bautismo, a través de la fe en Cristo, don de Dios que se debe alimentar y hacer crecer en toda nuestra vida. Preguntémonos: ¿cómo hago crecer la fe que recibí en mi Bautismo? ¿Cómo hago crecer esta fe que yo recibí y que el pueblo de Dios posee?

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