Escucha Israel

Escucha Israel

Libro de Tobías 6,10-11.7,1.9-17.8,4-9a

Cuando entraron en Media y ya se acercaban a Ecbátana, Rafael dijo al joven: ¡Hermano Tobías!. Este le preguntó: ¿Qué quieres? El ángel continuó: Es necesario que pasemos esta noche en casa de Ragüel; él es pariente tuyo y tiene una hija que se llama Sara. Cuando llegaron a Ecbátana, Tobías dijo: Hermano Azarías, llévame directamente a la casa de nuestro hermano Ragüel. El ángel lo llevó, y encontraron a Ragüel sentado a la puerta del patio. Ellos lo saludaron primero, y él les respondió: ¡Salud, hermanos, sean bienvenidos!. Y los hizo pasar a su casa. Luego mataron un cordero del rebaño y los recibieron cordialmente.

Después de lavarse y bañarse, se pusieron a comer. Entonces Tobías dijo a Rafael: Hermano Azarías, dile a Ragüel que me dé por esposa a mi hermana Sara. Ragüel lo oyó y dijo al joven: Come y bebe, y disfruta de esta noche, porque nadie tiene más derecho que tú, hermano, a casarse con mi hija Sara. Ni siquiera yo puedo dársela a otro, ya que tú eres mi pariente más cercano. Pero ahora, hijo mío, te voy a hablar con toda franqueza.

Ya se la he dado a siete de nuestros hermanos, y todos murieron la primera noche que iban a tener relaciones con ella. Por el momento, hijo mío, come y bebe; el Señor intervendrá en favor de ustedes. Pero Tobías le replicó: No comeré ni beberé hasta que hayas tomado una decisión sobre este asunto. Ragüel le respondió: ¡Está bien! Ella te corresponde a ti según lo prescrito en la Ley de Moisés y el Cielo decreta que te sea dada. Recibe a tu hermana.

Desde ahora, tú eres su hermano y ella es tu hermana. A partir de hoy es tuya para siempre. Que el Señor los asista esta noche, hijo mío, y les conceda su misericordia y su paz. Ragüel hizo venir a su hija Sara. Cuando ella llegó, la tomó de la mano y se la entregó a Tobías, diciendo: Recíbela conforme a la Ley y a lo que está prescrito en el Libro de Moisés, que mandan dártela por esposa. Tómala y llévala sana y salva a la casa de tu padre. ¡Que el Dios del cielo los conduzca en paz por el buen camino! Después llamó a la madre y le pidió que trajera una hoja de papiro. En ella redactó el contrato matrimonial, por el que entregaba a su hija como esposa de Tobías, conforme a lo prescrito en la Ley de Moisés. Después empezaron a comer y a beber.

Ragüel llamó a su esposa Edna y le dijo: Hermana, prepara la otra habitación, y llévala allí a Sara. Ella fue a preparar la habitación, como se lo había dicho su esposo, llevó allí a Sara y se puso a llorar. Luego enjugó sus lágrimas y le dijo: ¡Animo, hija mía! ¡Que el Señor del cielo cambie tu pena en alegría! Y salió.

Mientras tanto, los padres habían salido de la habitación y cerraron la puerta. Tobías se levantó de la cama y dijo a Sara: Levántate, hermana, y oremos para pedir al Señor que nos manifieste su misericordia y su salvación. Ella se levantó, y los dos se pusieron a orar para alcanzar la salvación. El comenzó así: ¡Bendito seas, Dios de nuestros padres, y bendito sea tu Nombre por todos los siglos de los siglos! ¡Que te bendigan los cielos y todas tus criaturas por todos los siglos!

Tú creaste a Adán e hiciste a Eva, su mujer, para que le sirviera de ayuda y de apoyo, y de ellos dos nació el género humano. Tú mismo dijiste: No conviene que el hombre esté solo. Hagámosle una ayuda semejante a él. Yo ahora tomo por esposa a esta hermana mía, no para satisfacer una pasión desordenada, sino para constituir un verdadero matrimonio. ¡Ten misericordia de ella y de mí, y concédenos llegar juntos a la vejez!. Ambos dijeron: ¡Amén, amén! y se acostaron para dormir. Cuando Ragüel se levantó, llamó sus servidores y fue con ellos a cavar una fosa.

Salmo 128(127),1-2.3.4-5

¡Feliz el que teme al Señor
y sigue sus caminos!
Comerás del fruto de tu trabajo,
serás feliz y todo te irá bien.

Tu esposa será como una vid fecunda
en el seno de tu hogar;
tus hijos, como retoños de olivo
alrededor de tu mesa.

¡Así será bendecido
el hombre que teme al Señor!
¡Que el Señor te bendiga desde Sión
todos los días de tu vida:
que contemples la paz de Jerusalén.

Evangelio según San Marcos 12,28b-34

Un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: ¿Cuál es el primero de los mandamientos? Jesús respondió: El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a tí mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos.

El escriba le dijo: Muy bien, Maestro, tienes razón al decir que hay un solo Dios y no hay otro más que él, y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios.

Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo: Tú no estás lejos del Reino de Dios. Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón…, con todas tus fuerzas

La fuerza del alma está en sus poderes, sus pasiones y sus facultades. Si la voluntad las dirige hacia Dios y las mantiene alejadas de todo lo que no es Dios, el alma guarda toda su fuerza para Dios; ama verdaderamente tanto como puede que es como el mismo Señor lo manda. Buscarse a sí mismo en Dios es buscar las dulzuras y las consolaciones de Dios, y esto es contrario al puro amor de Dios. Es un gran mal tener presente los bienes de Dios más que a Dios mismo, la oración y el despojo.

Hay muchos que buscan en Dios sus consuelos y sus gustos, y desean que su Majestad los llene de sus favores y sus dones; pero el número de los que pretenden complacerle y darle alguna cosa en detrimento de ellos mismos, menospreciando su propio interés, es muy pequeño. Hay muy pocos hombres espirituales, incluso entre los que uno piensa que están muy adelante en la virtud, que consiguen una perfecta determinación para el bien. Jamás llegan a renunciarse enteramente sobre algún punto del espíritu del mundo o de naturaleza, ni a menospreciar lo que se dirá o se pensará de ellos, cuando se trata de cumplir por puro amor a Jesucristo las obras de perfección y de desprendimiento…

El que no quiere sino a Dios sólo, no anda en tinieblas, por pobre y privado de luz que pueda ser a sus propios ojos… El alma que en medio de las sequedades y abandonos conserva siempre su atención y su solicitud en servir a Dios, podrá sentir pena y temor de no llegar al fin; pero, en realidad, ofrecerá a Dios un sacrificio de un muy agradable olor (Gn 8,21).

Juan de la Cruz (1542-1591)

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