Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro

Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro

Evangelio según san Lucas 7, 19-23

En aquel tiempo, Juan, llamando a dos de sus discípulos los envió al Señor diciendo: ¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro? Los hombres se presentaron ante él y le dijeron: Juan el Bautista nos ha mandado a ti para decirte: ¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro? En aquella hora Jesús curó a muchos de enfermedades, achaques y malos espíritus, y a muchos ciegos les otorgó la vista. Y respondiendo, les dijo: Id y anunciad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen. Los muertos resucitan, los pobres son evangelizados. Y ¡bienaventurado el que no se escandalice de mí!

Comentario del Evangelio

En este mundo fragmentado por el pecado no falta, aun entre nuestros hermanos, quienes se pregunten si realmente Jesús es el Mesías enviado por Dios para salvar a su pueblo. El hambre, la guerra, el egoísmo, la muerte, parecerían ser aún los tiranos que oprimen al hombre. Este pasaje de la Escritura, sin embargo, nos presenta la realidad de todos aquellos que se han acercado a Jesús: ciegos que ven; mudos que hablan; paralíticos que caminan.

Si el mundo continúa siendo tiranizado por el pecado y sus consecuencias es porque no se ha acercado a Jesús, o no ha dejado que lo sane y lo libere. Muchos permanecen a distancia, como meros observadores, lamentándose de sus dolencias y esclavitudes. Dios nos ha ofrecido la salvación y la vida del Reino por medio de Jesús, pues solo él es “el camino, la verdad y la vida”. Acércate a Jesús y deja que él te sane y libere para que así te puedas convertir, tú también, en testigo de que ya no hay que esperar a nadie más, pues en Cristo Dios nos ha dado la libertad y la paz.

Lecturas del dia

Lectura del libro de Isaías 45, 6c-8. 18. 21b-25

«Yo soy el Señor, y no hay otro, el que forma la luz, y crea las tinieblas; yo construyo la paz y creo la desgracia. Yo, el Señor, hago todo esto. Cielos, destilad desde lo alto la justicia, las nubes la derramen, se abra la tierra y brote la salvación, y con ella germine la justicia. Yo, el Señor, lo he creado». Así dice el Señor, creador del cielo —él es Dios—,
él modeló la tierra, la fabricó y la afianzó, no la creó vacía, sino que la formó habitable: «Yo soy el Señor, y no hay otro. —No hay otro Dios fuera de mí—.

Yo soy un Dios justo y salvador, y no hay ninguno más. Volveos hacia mí para salvaros, confines de la tierra, pues yo soy Dios, y no hay otro. Yo juro por mi nombre, de mi boca sale una sentencia, una palabra irrevocable: Ante mí se doblará toda rodilla, por mí jurará toda lengua»; dirán: «Sólo el Señor tiene la justicia y el poder». A él vendrán avergonzados los que se enardecían contra él; Con el Señor triunfará y se gloriará la estirpe de Israel».

Sal 84, 9ab-10. 11-12. 13-14

Cielos, destilad desde lo alto al Justo, las nubes lo derramen.

Voy a escuchar lo que dice el Señor:
«Dios anuncia la paz
a su pueblo y a sus amigos».
La salvación está cerca de los que lo temen,
y la gloria habitará en nuestra tierra.

La misericordia y la fidelidad se encuentran,
la justicia y la paz se besan;
la fidelidad brota de la tierra,
y la justicia mira desde el cielo.

El Señor nos dará la lluvia,
y nuestra tierra dará su fruto.
La justicia marchará ante él,
y sus pasos señalarán el camino.

Reflexión del Evangelio de hoy   Como el agua empapa la tierra…

Isaías, como buen profeta, expone con sus palabras la presencia de Dios. Sabemos que hasta en el desierto, con su aridez y su falta de expresión de vida, al caer el agua hace germinar lo pequeño y en breve da muestra de lo que parece imposible. Así es la presencia de Dios en la persona, por muy árido que parezca su corazón, una mínima experiencia de Dios hace que brote de ella lo más bello.

Una de las actividades que hemos hecho de pequeños en el colegio es poner una lenteja en un poco de algodón húmedo, en un breve espacio de tiempo comienza a deshacerse la lenteja de su forma habitual y a salir de ella un brote. Nuestro asombro cuando lo vemos la primera vez nos llega a pensar en un milagro, en algo sorprendente, que no deja de serlo, pero lo cierto es que es un proceso muy normal y ocurre en cada ser humano de forma continua, si somos capaces de dar a nuestra vida una pequeña expresión de ánimo, de ella brotará vida e ilusión.

La Palabra de Dios es lo que hace cuando cala en nuestro corazón, como el agua en la tierra, permite que nuestra vida se transforme en algo nuevo, sorprendente, productivo, porque Dios encuentra siempre la palabra oportuna para hacernos salir de nuestra rutina y alentar nuestros pasos hacia lo nuevo y lo que muestra vida en medio de un desierto.

… así Dios hace dar fruto a nuestra vida

Jesús, escucha una pregunta “¿Eres tú el que has de venir, o tenemos que esperar a otro?”. La duda en el ser humano es normal, cuando somos adultos, somos desconfiados por naturaleza, ya que la experiencia nos hace dudar de lo que nos ocurre, de lo que tenemos alrededor, de pequeños, la inocencia nos permite confiar en todos y en todo.

Al escuchar la pregunta, Jesús no responde con palabras a los que se la plantean, sino que delante de ellos, atendió a los que estaban con él, curándolos de sus males y entonces se dirigió a ellos para que fueran a dar testimonio de lo que habían visto.

La palabra sin un verdadero sentido no tiene ningún valor. Sabemos de sobra que los discursos pueden ser muy bellamente elaborados, pero si no van acordes a una acción quedan completamente vacíos de contenido y se van al olvido rápidamente. Es mucho más válido cuando el discurso va precedido de una acción que dé sentido a las palabras que se van a pronunciar, o que a la vez que se habla se va actuando, ya lo dice el refrán “una imagen vale más que mil palabras” y Jesús demostró en todo momento que la Palabra se hizo carne porque en Él se cumplió la palabra de los Profetas, el anuncio del Mesías, lo que Dios fue transmitiendo al Pueblo a través de todos aquellos que ponía en el camino y en la vida del Pueblo elegido.

¿Dejamos que la Palabra inunde nuestro corazón para que demos vida? ¿Va nuestra palabra acompañada de testimonio de lo que transmitimos?

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