Evangelio según San Mateo 21,23-27
Jesús entró en el Templo y, mientras enseñaba, se le acercaron los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo, para decirle: ¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿Y quién te ha dado esa autoridad? Jesús les respondió:
Yo también quiero hacerles una sola pregunta. Si me responden, les diré con qué autoridad hago estas cosas.
¿De dónde venía el bautismo de Juan? ¿Del cielo o de los hombres?. Ellos se hacían este razonamiento: Si respondemos: Del cielo, él nos dirá: Entonces, ¿por qué no creyeron en él?
Y si decimos: De los hombres, debemos temer a la multitud, porque todos consideran a Juan un profeta. Por eso respondieron a Jesús: No sabemos.
El, por su parte, les respondió: Entonces yo tampoco les diré con qué autoridad hago esto.
Comentario del Evangelio
San Juan de la Cruz fue un místico y, por eso, un gran maestro de la vida interior. Enseñó que el verdadero amor necesita madurar en el silencio y la intimidad. Su experiencia espiritual le llevó a describir así el amor: “Cuán manso y amoroso recuerdas en mi seno donde secretamente solo moras”. Para el santo de Ávila “lo que más necesitamos para progresar es callar el deseo y la lengua ante este gran Dios, porque el lenguaje que Él oye más es el amor callado”. Si nos precipitamos a llevar el amor a la luz demasiado pronto, se debilita, se confunde con la vanidad, se convierte en uno más de nuestros trofeos, corre riesgo de banalizarse. El amor a Dios es un secreto que se trabaja en profundidad y en silencio, en cada instante.
Lecturas del dia
Libro de los Números 24,2-7.15-17a
Cuando el profeta Balaam alzó los ojos y vio a Israel acampado por tribus, el espíritu de Dios vino sobre él y pronunció su poema, diciendo: Oráculo de Balaam hijo de Beor, oráculo del hombre de mirada penetrante; oráculo del que oye las palabras de Dios y conoce el pensamiento del Altísimo; del que recibe visiones del Todopoderoso, en éxtasis, pero con los ojos abiertos. ¡Qué hermosas son tus carpas, Jacob, y tus moradas, Israel! Son como quebradas que se extienden, como jardines junto a un río, como áloes que plantó el Señor, como cedros junto a las aguas. El agua desborda de sus cántaros, su simiente tiene agua en abundancia. Su rey se eleva por encima de Agag y su reino es exaltado. Entonces pronunció su poema, diciendo: “Oráculo de Balaam, hijo de Beor, oráculo del hombre de mirada penetrante; oráculo del que oye las palabras de Dios y conoce el pensamiento del Altísimo; del que recibe visiones del Todopoderoso, en éxtasis pero con los ojos abiertos. Lo veo, pero no ahora;
Salmo 25(24),4-5ab.6-7bc.8-9
Muéstrame, Señor, tus caminos,
enséñame tus senderos.
Guíame por el camino de tu fidelidad;
enséñame, porque tú eres mi Dios y mi salvador.
Acuérdate, Señor, de tu compasión y de tu amor,
porque son eternos.
Por tu bondad, Señor,
acuérdate de mi según tu fidelidad.
El Señor es bondadoso y recto:
por eso muestra el camino a los extraviados;
él guía a los humildes para que obren rectamente
y enseña su camino a los pobres.
Comentario de santo Tomás de Aquino (1225-1274) El testigo de Dios
Toda criatura está llamada a dar testimonio de Dios ya que toda criatura es como una prueba de su bondad. La grandeza de la criatura atestigua, a su manera, la fuerza y la omnipotencia divinas, y su belleza es testimonio de su divina sabiduría. Algunos hombres reciben de Dios una misión particular: dan testimonio de Dios no sólo desde el punto de vista natural, por el simple hecho de existir, sino más bien de una forma espiritual, por sus buenas obras…
No obstante, aquellos que no se contentan con sólo recibir los dones de Dios y obrar rectamente, sino que comunican estos dones a los demás por la palabra, exhortando y dando ánimos a los otros, son testigos de Dios de una manera todavía más excelente. Juan es uno de estos testimonios. Ha venido a extender los dones de Dios y anunciar su alabanza.
Esta misión de Juan, el papel de testimonio, es de una grandeza incomparable ya que nadie puede dar testimonio de una realidad sino en la medida en que participa de ella. Jesús dijo: “Hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto.” (Jn 3,11) Quien da testimonio de la verdad de Dios conoce esta verdad. Por esto, el mismo Cristo desempeñó el papel de testigo. “…para eso nací y para eso vine al mundo, para dar testimonio de la verdad.” (cf Jn 18,37)
Pero Cristo y Juan desempeñaron esta misión de manera distinta. Cristo poseía en sí mismo esta luz. Más aún, él era esta luz, mientras que Juan participaba de ella. Cristo da un testimonio acabado, manifiesta perfectamente la verdad. Juan y los otros santos lo hacen en la medida que reciben esta verdad.
Misión sublime, la de Juan ya que implica su participación en la luz de Dios y su semejanza con Cristo que también cumplió esta misión.