Evangelio según San Lucas 9,46-50
Entonces se les ocurrió preguntarse quién sería el más grande. Pero Jesús, conociendo sus pensamientos, tomó a un niño y les dijo: El que recibe a este niño en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe a mí, recibe a aquel que me envió; porque el más pequeño de ustedes, ese es el más grande. Juan, dirigiéndose a Jesús, le dijo: Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu Nombre y tratamos de impedírselo, porque no es de los nuestros. Pero Jesús le dijo: No se lo impidan, porque el que no está contra ustedes, está con ustedes.
Comentario del Evangelio
Sólo hay que dejarse amar
¿Quién es el más importante? Subsiste la tentación de ponernos en el centro, como les pasó a los discípulos, de buscar el protagonismo, de sentirnos imprescindibles. Ante esta tentación, Jesús pone en el centro al más pequeño, al niño. Porque es a los más pequeños a quienes les han sido revelados especialmente los secretos del Reino: que Dios es nuestro Padre y nosotros sus hijos; que todo viene de Dios y que nosotros, como los niños, no tenemos que hacer nada especial sino confiar audazmente y dejarnos amar por tan buen Padre. Sólo así, viviendo desde el don que recibimos, rompemos muchas dinámicas, también entre nosotros, de afán, de suficiencia y de dominio.
Lecturas del día
Libro de Zacarías 8,1-8
La palabra del Señor llegó en estos términos: Así habla el Señor de los ejércitos: Siento un gran celo por Sión y ardo de pasión por ella. Así habla el Señor: Yo he vuelto a Sión, y habitaré en medio de Jerusalén. Jerusalén será llamada “Ciudad de la Fidelidad”, y la montaña del Señor de los ejércitos, “Montaña Santa”. Así habla el Señor de los ejércitos: Los ancianos y las ancianas se sentarán de nuevo en las plazas de Jerusalén, cada uno con su bastón en la mano, a causa de sus muchos años. Las plazas de la ciudad se llenarán de niños y niñas, que jugarán en ellas.
Si esto parece imposible a los ojos del resto de este pueblo, ¿será también imposible para mí? -oráculo del Señor de los ejércitos-. Así habla el Señor de los ejércitos: Yo salvo a mi pueblo de los países del oriente, y de los países donde se pone el sol. Los haré volver y habitarán en medio de Jerusalén. Ellos serán mi Pueblo, y yo seré su Dios, en la fidelidad y en la justicia.
Salmo 102(101),16-18.19-21.29.22-23
Las naciones temerán tu Nombre, Señor,
y los reyes de la tierra se rendirán ante tu gloria:
cuando el Señor reedifique a Sión
y aparezca glorioso en medio de ella;
cuando acepte la oración del desvalido
y no desprecie su plegaria.
Quede esto escrito para el tiempo futuro
y un pueblo renovado alabe al Señor:
porque él se inclinó desde su alto Santuario
y miró a la tierra desde el cielo,
para escuchar el lamento de los cautivos
y librar a los condenados a muerte.
Los hijos de tus servidores tendrán una morada
y su descendencia estará segura ante ti,
para proclamar en Sión el nombre del Señor
y su alabanza en Jerusalén,
cuando se reúnan los pueblos y los reinos,
y sirvan todos juntos al Señor.
Texto tomado del Concilio Vaticano II Tratamos de impedírselo, porque no es de los nuestros
No podemos invocar a Dios, Padre de todos, si nos negamos a conducirnos fraternalmente con algunos hombres, creados a imagen de Dios (Gn 1, 27). La relación del hombre para con Dios Padre y con los demás hombres sus hermanos están de tal forma unidas que, como dice la Escritura: “el que no ama, no ha conocido a Dios” (1 Jn 4,8).
Así se elimina el fundamento de toda teoría o práctica que introduce discriminación entre los hombres y entre los pueblos, en lo que toca a la dignidad humana y a los derechos que de ella dimanan.
La Iglesia, por consiguiente, reprueba como ajena al espíritu de Cristo cualquier discriminación o vejación realizada por motivos de raza o color, de condición o religión. Por esto, el sagrado Concilio, siguiendo las huellas de los santos Apóstoles Pedro y Pablo, ruega ardientemente a los fieles que, “observando en medio de las naciones una conducta ejemplar” (1 P 2, 12), si es posible, en cuanto de ellos depende (Rm 12, 18), tengan paz con todos los hombres, para que sean verdaderamente hijos del Padre que está en los cielos (Mt 5, 45).