El sábado ha sido hecho para el hombre no el hombre para el sábado

El sábado ha sido hecho para el hombre no el hombre para el sábado

Evangelio según san Marcos 2,23-28

Un sábado en que Jesús atravesaba unos sembrados, sus discípulos comenzaron a arrancar espigas al pasar. Entonces los fariseos le dijeron: ¡Mira! ¿Por qué hacen en sábado lo que no está permitido? El les respondió: ¿Ustedes no han leído nunca lo que hizo David, cuando él y sus compañeros se vieron obligados por el hambre, cómo entró en la Casa de Dios, en el tiempo del Sumo Sacerdote Abiatar, y comió y dio a sus compañeros los panes de la ofrenda, que sólo pueden comer los sacerdotes? Y agregó: El sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado. De manera que el Hijo del hombre es dueño también del sábado.

Comentario del Evangelio

Hoy el Evangelio nos resalta la valentía, la de no tener miedo a ser un signo de contradicción como lo fue el Señor con sus contemporáneos. Es posible que la fidelidad al Evangelio, a la doctrina moral de la Iglesia, a las enseñanzas del Papa, nos pueda traer muchas veces críticas. El Papa Francisco nos está llamando continuamente a luchar contra la “mundanidad”, no dejarnos llevar por el espíritu del mundo. Si no me conformo con vivir como me propone el mundo, tal vez seré rechazado como le ocurrió al Señor. Cuántas veces el respeto humano me puede hacer callar mi condición de cristiano. Por eso he de mantenerme cerca del Señor para tener las fuerzas de vivir de cara a Él, sin temer ir contra corriente. No basta quedarse con un cumplimiento aparente o hipócrita de los mandamientos para decirse católico. Por eso, a un discípulo de Jesús se le identifica con el amor al prójimo, porque “no hay mandamiento mayor que este”. Hoy nos preguntamos:

¿Cómo vivimos nosotros nuestra obediencia a los mandamientos?
¿Descubrimos en ellos su profundidad y sentido de amor a los seres humanos?
¿Nos preocupamos del servicio a los demás más que a cumplir las normas?

Lecturas del día

Primer Libro de Samuel 16,1-13

El Señor dijo a Samuel: “¿Hasta cuándo vas a estar lamentándote por Saúl, si yo lo he rechazado para que no reine más sobre Israel? ¡Llena tu frasco de aceite y parte! Yo te envío a Jesé, el de Belén, porque he visto entre sus hijos al que quiero como rey”. Samuel respondió” “¿Cómo voy a ir? Si se entera Saúl, me matará”. Pero el Señor replicó: “Llevarás contigo una ternera y dirás: ‘Vengo a ofrecer un sacrificio al Señor’. Invitarás a Jesé al sacrificio, y yo te indicaré lo que debes hacer: tú me ungirás al que yo te diga”.

Samuel hizo lo que el Señor le había dicho. Cuando llegó a Belén, los ancianos de la ciudad salieron a su encuentro muy atemorizados, y le dijeron: “¿Vienes en son de paz, vidente?”. “Sí, respondió él; vengo a ofrecer un sacrificio al Señor. Purifíquense y vengan conmigo al sacrificio”. Luego purificó a Jesé y a sus hijos y los invitó al sacrificio.

Cuando ellos se presentaron, Samuel vio a Eliab y pensó: “Seguro que el Señor tiene ante él a su ungido”. Pero el Señor dijo a Samuel: “No te fijes en su aspecto ni en lo elevado de su estatura, porque yo lo he descartado. Dios no mira como mira el hombre; porque el hombre ve las apariencias, pero Dios ve el corazón”. Jesé llamó a Abinadab y lo hizo pasar delante de Samuel, el cual dijo: “Tampoco a este ha elegido el Señor”. Luego hizo pasar a Sammá; pero Samuel dijo: “Tampoco a este ha elegido el Señor”.

Así Jesé hizo pasar ante Samuel a siete de sus hijos, pero Samuel dijo a Jesé: “El Señor no ha elegido a ninguno de estos”. Entonces Samuel preguntó a Jesé: “¿Están aquí todos los muchachos?”. El respondió: “Queda todavía el más joven, que ahora está apacentando el rebaño”. Samuel dijo a Jesé: “Manda a buscarlos, porque no nos sentaremos a la mesa hasta que llegue aquí”.

Jesé lo hizo venir: era de tez clara, de hermosos ojos y buena presencia. Entonces el Señor dijo a Samuel: “Levántate y úngelo, porque es este”. Samuel tomó el frasco de óleo y lo ungió en presencia de sus hermanos. Y desde aquel día, el espíritu del Señor descendió sobre David. Samuel, por su parte, partió y se fue a Ramá.

Salmo 89(88),20.21-22.27-28

Tú hablaste una vez en una visión
y dijiste a tus amigos:
“Impuse la corona a un valiente,
exalté a un guerrero del pueblo.

«Encontré a David, mi servidor,
y lo ungí con el óleo sagrado,
para que mi mano esté siempre con él
y mi brazo lo haga poderoso.»

El me dirá: «Tú eres mi padre,
mi Dios, mi Roca salvadora.»
Yo lo constituiré mi primogénito,
el más alto de los reyes de la tierra.

Enseñanza de Balduino de Ford (¿-c. 1190) El sábado se hizo para el hombre

La felicidad verdadera consiste en el santo reposo y la santa saciedad de los cuales el sábado y el maná son símbolos. El Señor, después de haber dado el sábado y el maná a su pueblo, con el descanso y el alimento que prefiguraban la verdadera dicha que dará a los que le obedecen, les reprocha su desobediencia que puede hacerles perder los bienes más deseables: «¿Hasta cuándo rechazaréis guardar mis mandamientos y mi Ley?» (Ex 16,28)…

Después de esta pregunta del Señor, Moisés invita a sus hermanos a considerar los beneficios de Dios: «Fijaos en que el Señor os ha dado el sábado y doble porción del maná el sexto día para que consintáis en servirle». Esta advertencia significa que Dios dará a sus elegidos el descanso por su trabajo, y las consolaciones de la vida presente y de la vida futura.

Pero además, en este pasaje se nos sugieren dos formas de vida: la vida activa, en la que es preciso trabajar ahora, y la vida contemplativa por la cual se trabaja, en la cual nos emplearemos únicamente en la contemplación de Dios. La vida contemplativa, aunque sobre todo pertenece al mundo venidero, debe, sin embargo, estar representada en esta vida por el santo descanso del sábado. Refiriéndose a este descanso Moisés añade: «Que cada uno se quede en su casa; nadie debe salir el sábado».

Dicho de otra manera: Que cada uno descanse en su casa y el sábado no salga para ninguna clase de trabajo. Esto no enseña que en el tiempo de la contemplación debemos permanecer en casa, no salir a través de deseos prohibidos, sino recoger toda nuestra intención «por la pureza de corazón» [como dice san Benito] para pensar en solo Dios y amarle solo a él.

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