El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar

El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar

Evangelio según san Mateo 13, 47-53

En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío: «El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran. Lo mismo sucederá al final de los tiempos: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno de fuego. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Habéis entendido todo esto?». Ellos le responden: «Sí». Él les dijo: «Pues bien, un escriba que se ha hecho discípulo del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando de su tesoro lo nuevo y lo antiguo». Cuando Jesús acabó estas parábolas, partió de allí.

Comentario

La imagen que presenta Jesús es, sin dudas, sobre el día del juicio. En ese día habrá una decisión sobre quienes se salvarán. Se ha de discernir quien es quien; quien verdaderamente sigue a Cristo de una manera clara y consciente, y quien está por pura apariencia o simplemente está por estar. La conversión en nuestra vida es día a día. Es así como cada día reflexionamos la palabra y vamos aprendiendo cosas que nos ayudan día a día a cambiar y a luchar. Nuestra vida es constante y debe ser constante nuestro llevar la palabra, debemos llegar a toda oveja y no ser peluqueros de ovejas, en donde damos exclusividad sólo a algunas. Hoy nos preguntamos:

¿Llevo el evangelio a todos?
¿Solo hablo del evangelio a los católicos?
¿Vivo mi fe solamente para mí?

Lecturas del día

Lectura del libro de Jeremías 18, 1-6

Palabra que el Señor dirigió a Jeremías: «Anda, baja al taller del alfarero, que allí te comunicaré mi palabra». Bajé al taller del alfarero, que en aquel momento estaba trabajando en el torno. Cuando le salía mal una vasija de barro que estaba torneando (como suele ocurrir al alfarero que trabaja con barro), volvía a hacer otra vasija, tal como a él le parecía. Entonces el Señor me dirigió la palabra en estos términos:

«¿No puedo yo trataros como este alfarero, casa de Israel? —oráculo del Señor—. Pues lo mismo que está el barro en manos del alfarero, así estáis vosotros en mi mano, casa de Israel».

Sal 145, 1b-2. 3-4. 5-6ab

Alaba, alma mía, al Señor:
alabaré al Señor mientras viva,
tañeré para mi Dios mientras exista.

No confiéis en los príncipes,
seres de polvo que no pueden salvar;
exhalan el espíritu y vuelven al polvo,
ese día perecen sus planes.

Dichoso a quien auxilia el Dios de Jacob,
el que espera en el Señor, su Dios,
que hizo el cielo y la tierra,
el mar y cuanto hay en él.

Mensaje de santa Catalina de Siena (1347-1380) El que cree en el Hijo posee la vida eterna; el que no crea en el Hijo, no verá la vida

Santa Catalina oyó que Dios decía: En el último día del juicio, cuando el Verbo, mi Hijo, revestido de mi majestad, vendrá a juzgar al mundo con su poder divino, no vendrá como pobre y miserable tal como se presentó cuando nació del seno de la Virgen, en un establo y en medio de animales, o tal como murió, entre dos ladrones. Entonces, en él mi poder estaba escondido; como hombre le dejé sufrir dolores y tormentos. No fue, en absoluto, que mi naturaleza divina se separara de la naturaleza humana, sino que le dejé sufrir como a hombre para expiar vuestras faltas. No, no es así que vendrá en el momento supremo: vendrá con todo su poder y con todo el esplendor de su propia persona…

A los justos les inspirará, al mismo tiempo que un temor respetuoso, un gran júbilo. No es que su rostro cambie: su rostro, en virtud de su naturaleza divina, es inmutable porque no es sino uno conmigo, y en virtud de la naturaleza humana su rostro es igualmente inmutable porque tiene asumida la gloria de la resurrección. A los ojos de los réprobos, aparecerá terrible, porque le verán con ese ojo de espanto y turbación que los pecadores llevan dentro de sí mismos.

¿No es lo mismo que ocurre con un ojo enfermo? Cuando brilla el sol no ve más que tinieblas, mientras que el ojo sano ve la luz. No es que la luz tenga algún defecto; no es que el sol cambie. El defecto está en el ojo ciego. Es así como los réprobos verán a mi Hijo: en la tiniebla, el odio y la confusión. Será por culpa de su propia enfermedad y no a causa de la majestad divina con la que mi Hijo aparecerá para juzgar al mundo.

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