El reino de Dios ya está entre ustedes

El reino de Dios ya está entre ustedes

Evangelio según San Lucas 17,20-25

Los fariseos preguntaron a Jesús cuándo había de llegar el reino de Dios, y él les contestó: La venida del reino de Dios no es posible de calcular. No se dirá: Aquí está o Allí está, porque el reino de Dios ya está entre vosotros. Y dijo a sus discípulos: Vendrán tiempos en que querréis ver siquiera uno de los días del Hijo del hombre, pero no lo veréis. Algunos dirán: Aquí está, o  Allí está, pero no vayáis ni los sigáis. Porque así como el relámpago, con su resplandor, ilumina el cielo de uno a otro lado, así será el Hijo del hombre el día de su venida. Pero primero tiene que sufrir mucho y ser rechazado por la gente de este tiempo.

Comentario del Evangelio

Jesús anuncia su regreso, pero eso no significa que tengamos que esperar el reino de Dios, porque Dios ya está con nosotros y en cada rincón del mundo. Jesús dice: “El reino de Dios ya está entre vosotros”. Así nos exhorta a vivir intensamente, en lugar de llorar lo que no tenemos todavía. Más que sobrevivir como se pueda, se trata de vivir cada día de manera plena, como si fuera el último, aun cuando tengamos que luchar. Jesús nos exhorta a estar despiertos, a entrar en lo profundo de la vida, a vivir con intensidad, porque el reino de Dios está entre nosotros. No vivamos adormecidos, cansados, desganados, como si el reino de Dios fuera algo lejano. El Señor está aquí, tratando de reinar en nuestras vidas con todo su amor y su poder.

Lecturas del día

Carta de San Pablo a Filemón 1,7-20

Por mi parte, yo he experimentado una gran alegría y me he sentido reconfortado por tu amor, viendo cómo tú, querido hermano aliviabas las necesidades de los santos Por eso, aunque tengo absoluta libertad en Cristo para ordenarte lo que debes hacer, prefiero suplicarte en nombre del amor, Yo, Pablo, ya anciano y ahora prisionero a causa de Cristo Jesús, te suplico en favor de mi hijo Onésimo, al que engendré en la prisión. Antes, él no te presto ninguna utilidad, pero ahora te será muy útil, como lo es para mí. Te lo envío como si fuera yo mismo.  Con gusto lo hubiera retenido a mi lado, para que me sirviera en tu nombre mientras estoy prisionero a causa del Evangelio. Pero no he querido realizar nada sin tu consentimiento, para que el beneficio que me haces no sea forzado, sino voluntario.

Tal vez, él se apartó de ti por un instante, a fin de que lo recuperes para siempre, no ya como un esclavo, sino como algo mucho mejor, como un hermano querido. Si es tan querido para mí, cuánto más lo será para ti, que estás unido a él por lazos humanos y en el Señor. Por eso, si me consideras un amigo, recíbelo como a mi mismo. Y si él te ha hecho algún daño o te debe algo, anótalo a mi cuenta. Lo pagaré yo, Pablo que firmo esta carta de mi puño y letra. No quiero recordarte que tú también eres mi deudor, y la deuda eres tú mismo. Sí, hermano, préstame ese servicio por amor al Señor y tranquiliza mi corazón en Cristo.

Salmo 146(145),7.8-9a.9bc-10

El Señor hace justicia a los oprimidos
y da pan a los hambrientos.
El Señor libera a los cautivos.

Abre los ojos de los ciegos
y endereza a los que están encorvados,
el Señor ama a los justos
y entorpece el camino de los malvados.

El Señor protege a los extranjeros
El Señor protege a los extranjeros
y sustenta al huérfano y a la viuda;
El Señor reina eternamente,
reina tu Dios, Sión,

a lo largo de las generaciones.
¡Aleluya!

Comentario de  Orígenes (c. 185-253)   El reino de Dios está en medio de nosotros y dentro de nosotros 

Como dice nuestro Señor y Salvador: «el reino de Dios viene sin que nos podamos dar cuenta. Nadie dirá: aquí está, o: está allí. Pues el reino de Dios está dentro de ustedes». Y en efecto, «está muy cerca de nosotros, esta Palabra, está en nuestra boca y en nuestro corazón» (Dt 30:14). En ese caso, es evidente que aquél que ora para que venga el reino de Dios tiene razón de orar para que ese reino de Dios germine, dé fruto y se cumple en él mismo. En todos los santos en los que Dios reina y que obedecen a sus leyes espirituales, él habita como en una ciudad bien organizada. El Padre está presente en él y Cristo reina con el Padre en esta alma perfecta, de acuerdo con su palabra: «Vendremos a él y haremos morada en él» (Jn 14:23).

Este reino de Dios que está dentro de nosotros, mientras que nosotros progresamos, llegará a su perfección cuando se realice lo que dice el apóstol Pablo: Cristo «después de haber sometido» a todos sus enemigos, «entregará su poder real a Dios Padre para que Dios sea todo en todos» (1 Cor 15:28). Por esto, rogando incesantemente, con las disposiciones divinizadas por el Verbo, digamos: «Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino» (Mt 6:9).

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