El reino de Dios no viene aparatosamente ni dirán: Está aquí o Está allí

El reino de Dios no viene aparatosamente ni dirán: Está aquí o Está allí

Evangelio según san Lucas 17, 20-25

En aquel tiempo, los fariseos preguntaron a Jesús: «¿Cuándo va a llegar el reino de Dios?». Él les contestó: «El reino de Dios no viene aparatosamente, ni dirán: “Está aquí” o «“Está allí”, porque, mirad, el reino de Dios está en medio de vosotros». Dijo a sus discípulos: «Vendrán días en que desearéis ver un solo día del Hijo del hombre, y no lo veréis.
Entonces se os dirá: “Está aquí” o “Está allí”; no vayáis ni corráis detrás, pues como el fulgor del relámpago brilla de un extremo al otro del cielo, así será el Hijo del hombre en su día. Pero primero es necesario que padezca mucho y sea reprobado por esta generación».

Comentario del Evangelio

Lecturas del dia

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a Filemón 7-20

Querido hermano: He experimentado gran gozo y consuelo por tu amor ya que, gracias a ti, los corazones de los santos han encontrado alivio. Por eso, aunque tengo plena libertad en Cristo para indicarte lo que conviene hacer, prefiero apelar a tu caridad, yo, Pablo, anciano, y ahora prisionero por Cristo Jesús. Te recomiendo a Onésimo, mi hijo, a quien engendré en la prisión, que antes era tan inútil para ti, y ahora en cambio es tan útil para ti y para mí. Te lo envío como a hijo. Me hubiera gustado retenerlo junto a mí, para que me sirviera en nombre tuyo en esta prisión que sufro por el Evangelio; pero no he querido retenerlo sin contar contigo: así me harás este favor, no a la fuerza, sino con toda libertad, Quizá se apartó de ti por breve tiempo para que lo recobres ahora para siempre; y no como esclavo, sino como algo mejor que un esclavo, como un hermano querido, que si lo es mucho para mí, cuánto más para ti, humanamente y en el Señor.

Si me consideras compañero tuyo, recíbelo a él como a mí. Si en algo te ha perjudicado y te debe algo, ponlo en mi cuenta: yo, Pablo, te firmo el pagaré de mi puño y letra, para no hablar de que tú me debes tu propia persona. Sí, hermano, hazme este favor en el Señor; alivia mi ansiedad, por amor a Cristo.

Sal 145, 6c-7. 8-9a. 9bc-10

Dichoso a quien auxilia el Dios de Jacob

El Señor mantiene su fidelidad perpetuamente,
hace justicia a los oprimidos,
da pan a los hambrientos.
El Señor liberta a los cautivos.

El Señor abre los ojos al ciego,
el Señor endereza a los que ya se doblan,
el Señor ama a los justos.
El Señor guarda a los peregrinos.

Sustenta al huérfano y a la viuda
y trastorna el camino de los malvados.
El Señor reina eternamente,
tu Dios, Sión, de edad en edad.

Reflexión del Evangelio de hoy   Si yo quiero mucho, ¡cuánto más de querer tú como hombre y cristiano!

Esa corta carta a Filemón, que Pablo escribe desde alguna de las prisiones por las que pasó, es una sencilla, cariñosa hasta tierna carta de recomendación a Filemón a favor de quien fue su esclavo, Onésimo, que se fugó de su esclavitud, y acogido por Pablo, le atrajo a la fe cristiana. Clara confesión de Pablo del cariño a Onésimo.

Bueno es que en la celebración litúrgica, encontrarnos con lecturas llenas de vida, cargada de afectos; y con un carácter tan humano como es recomendar para que sea bien tratado alguien a quien se quiere. Aquello que anima a cargar de vida, de normalidad social, de afecto la existencia humana será siempre un objetivo de la celebración eucarística, por más solemne que sea su celebración. Lo solemne no tiene que apartar a lo sencillo, lo cordial, lo vital.

Es cierto que el texto se refiere a la esclavitud. Estaba vigente y aceptada por la sociedad. La fe cristiana nace y se desarrolla en una sociedad con inhumanidad institucionalizada, como la esclavitud. Pero se va desarrollando no siempre rompiendo con lo institucional; pero sí humanizándola. Es propio del carácter histórico de nuestra fe. Por encima de toda institución siempre estará el afecto, el cariño, que ha de estar presente en todo momento de la historia.

El Reino de Dios está dentro de vosotros

No es fácil de ser aceptado por nuestra sociedad lo que se centra en nuestro interior, y no tiene manifestación externa, que llame la atención, que se más o menos espectacular. La imagen, lo que entra por los ojos, se impone, en nuestra vida social a lo hondo, oculto y misterioso. Y, sin embargo, lo que nos define como persona humana es nuestra realidad interior. Nuestros amores, nuestros intereses más profundos y existenciales. Es ámbito de nuestra libertad, de nuestra conciencia. Es lo más verazmente humano. Por eso es ahí donde ante todo tiene que hacerse presente el Reino de Dios, la presencia íntima de Dios. Más íntimamente que tú está en ti Dios, viene a decir San Agustín. Ahí está la verdad, no en lo espectacular, y en general en la imagen. Dios se hace presente en lo hondo de nuestros amores, en las motivaciones más hondas de nuestro ser y hacer. Lo que Pablo llama nuestros sentimientos. Por eso dice que nuestra unión con Cristo es coincidir en sus sentimientos. Sin duda que el reino de Dios tiene una dimensión social. Pero esa dimensión social, eclesial por ello, tiene que surgir de nuestro interior.

Es lo que de manera terminante señala el texto de Gaudium et spes, documento que plantea la presencia de la Iglesia en el mundo: “”No se equivoca el hombre cuando se reconoce superior a las cosas corporales y no se considera sólo una partícula de la Naturaleza o un elemento anónimo de la sociedad humana. Pues, en su interioridad, el hombre es superior al universo entero; retorna a esta profunda interioridad cuando vuelve a su corazón, donde Dios que escucha los corazones, le aguarda y donde él mismo, bajo los ojos de Dios, decide sobre su propio destino”… (GS 14).

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