Evangelio según san Lucas 13, 18-21
En aquel tiempo, , decía Jesús: «¿A qué es semejante el reino de Dios o a qué lo compararé? Es semejante a un grano de mostaza que un hombre toma y siembra en su huerto; creció, se hizo un árbol y los pájaros del cielo anidaron en sus ramas». Y dijo de nuevo: «¿A qué compararé el reino de Dios? Es semejante a la levadura que una mujer tomó y metió en tres medidas de harina, hasta que todo fermentó».
Comentario del Evangelio
El Reino de Dios, quizás lo imaginamos desde la grandeza, pero Jesús nos hace caer en la cuenta en las cosas simples de la vida, a las que no prestamos atención. Jesús centra nuestra mirada en ellas. Muchas veces creemos que para estar con Dios hay que hacer grandes heroicidades, pero no es así; se nos invita a cuidar la espiritualidad de lo cotidiano. El Señor nos pide cosas sencillas: estar a la escucha, dedicarle tiempo, orar, donar nuestro tiempo con los ancianos, pequeños, enfermos, encarcelados, pobres y necesitados. Esas pequeñas cosas, son las que nos dan vida. Una vida abundante, donde Dios está obrando. Hoy nos preguntamos:
¿Eres consciente de que el Reino de Dios está presente en medio de nosotros?
¿Crees que el Reino crece de manera misteriosa difundiéndose en la historia de cada hombre?
¿Te sientes partícipe del Reino?
Lecturas del dia
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 5, 21-33
Hermanos: Sed sumisos unos a otros en el temor de Cristo: las mujeres, a sus maridos, como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la Iglesia; él, que es el salvador del cuerpo. Como la Iglesia se somete a Cristo, así también las mujeres a sus maridos en todo. Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia:
Él se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra, y para presentársela gloriosa, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada. Así deben también los maridos amar a sus mujeres, como cuerpos suyos que son. Amar a su mujer es amarse a sí mismo. Pues nadie jamás ha odiado su propia carne, sino que le da alimento y calor, como Cristo hace con la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo. «Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne».
Es este un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia. En una palabra, que cada uno de vosotros ame a su mujer como a sí mismo, y que la mujer respete al marido.
Sal 127, 1bc-2. 3.4-5
Dichosos los que temen al Señor
Dichoso el que teme al Señor
y sigue sus caminos.
Comerás del fruto de tu trabajo,
serás dichoso, te irá bien.
Tu mujer, como parra fecunda,
en medio de tu casa;
tus hijos, como renuevos de olivo,
alrededor de tu mesa.
Esta es la bendición del hombre
que teme al Señor.
Que el Señor te bendiga desde Sión,
que veas la prosperidad de Jerusalén
todos los días de tu vida.
Reflexión del Evangelio de hoy …como Cristo amó a su Iglesia
El texto de la primera lectura perteneciente a una de las cartas llamadas deuteropaulinas, atribuida por tanto a un discípulo de Pablo, forma parte de una serie de exhortaciones sobre la moral familiar (5,21-6,9). Aunque hay ciertos elementos que nos pueden chocar, no podemos prescindir del hecho de encontrar aquí uno de los “códigos domésticos”, formas literarias clásicas que se hallan ya desde Aristóteles en los filósofos éticos helenistas con una serie de recomendaciones para los distintos grupos de la “casa” o “familia” y que son asumidas en el NT tras recibir la impronta cristiana.
Hay que tener en cuenta que la Palabra de Dios se encarna en el contexto cultural y en ocasiones viene envuelta en valores o contravalores de la época, en este caso de una antropología androcéntrica que sitúa a la mujer en un segundo plano respecto al varón.
No obstante, a pesar de esas expresiones que nos chirrían, como la sumisión de la mujer al marido, parece haber al final algunos elementos correctivos que desde la moral cristiana matizan esas afirmaciones exhortando al amor mutuo: “cada uno de vosotros ame a su mujer como a sí mismo, y que la mujer respete al marido”.
En medio de todo este contraste sobre las relaciones entre los miembros de la casa, también encontramos algunas perlas teológicas, en este caso eclesiológicas, al presentar la bella y sencilla imagen del amor matrimonial como símbolo del amor de Cristo a su Iglesia: “Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia: Él se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla.”
El esfuerzo que hace este discípulo de Pablo que baila entre lo cultural y lo contracultural del mensaje de Jesús nos lleva a preguntarnos: ¿Somos nosotros capaces de desmarcarnos de las contaminaciones culturales en nuestra antropología, teología o nuestra vivencia de la fe?
Creció…Transformó
Jesús nunca dijo qué era el Reino de Dios, tan sólo expresó su realidad con imágenes y mostró sus signos liberadores. “¿A qué es semejante el reino de Dios o a qué lo compararé?” Para responder a la pregunta, el Maestro presenta dos parábolas: la del grano de mostaza y la de la levadura.
La primera parábola habla de un hombre que siembra una semilla de mostaza y que crece hasta llegar a ser un inmenso árbol que alberga los pájaros (18-19). El Reino de Dios no viene como se espera, con todo su esplendor y de repente, sino que va creciendo poco a poco. La imagen nos habla en primer lugar de lugar de crecimiento, de una semilla imperceptible se hace un árbol enorme; y, en segundo lugar, de protección, puesto que el árbol se convierte en alojamiento de los pájaros.
Si la primera parábola es protagonizada por un hombre en ámbito rural, ahora Lucas, cual evangelista de la paridad, nos presenta una mujer en ámbito doméstico que introduce levadura en la masa (20-21). La cantidad de masa con la que la mujer trabaja es descomunal: tres medidas, (saton), 30 Kg según Flavio Josefo. En el AT las medidas desproporcionadas expresan la llegada de Dios, anuncian una epifanía. Así Sara cuando cocina para los visitantes (Gn 18,19), Gedeón cuando hace pan para el ángel del Señor (Jc 6,19) o Ana presenta sus ofrendas al templo (1 Sm 1,24).
Con ambas parábolas Jesús muestra paradójicamente que el Reino, que empieza como algo pequeño (semilla/levadura), acaba creciendo (árbol) y llegando a todas partes (gran masa). La primera de ellas nos dice que el Reino crece poco a poco, pero llega a ser algo grande y se convierte en protección, resguardo y abrigo. Con la segunda parábola, la de la levadura, se nos habla del Reino como una experiencia transformadora de la realidad. Las dos imágenes están cargadas de esperanza; el Reino, poco a poco sin que se note, va creciendo y transformando nuestro mundo en la medida en que vivimos sus valores. ¿Creo que el Reino está presente en nuestro mundo y vivir sus valores nos hace bien a los seres humanos? ¿Lo anuncio en mi predicación?