Evangelio según San Lucas 9,46-50
Por aquel entonces, los discípulos se pusieron a discutir quién de ellos sería el más importante. Jesús, al darse cuenta de lo que estaban pensando, tomó a un niño, lo puso junto a él y les dijo: El que recibe a este niño en mi nombre, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, recibe también al que me envió. Por eso, el más insignificante entre todos vosotros, ese será el más importante. Juan le dijo: Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre, pero como no es de los nuestros se lo hemos prohibido. Jesús le contestó: No se lo prohibáis, porque el que no está contra nosotros está a nuestro favor.
Comentario del Evangelio
Jesús tenía la potencia de Dios y, sin embargo, aceptó ser impotente en la pasión. Él nos invita a hacernos pequeños como un niño, a recuperar esa actitud de humilde confianza de los pequeños. Ellos saben que necesitan ayuda, aceptan la protección de otros, buscan guía y compañía. Ojalá seamos así ante Dios. Un niño, en momentos de temor, reclama sinceramente la presencia de su padre. Así, el corazón tocado por Dios renuncia a su autonomía, sabe que sin Él no tiene fuerza ni seguridad, que en Dios está la única verdadera fortaleza. Aparece ante los demás con la sencillez de un pequeño que depende totalmente del Señor. Santa Teresa del Niño Jesús aceptó esta propuesta. Eligió el camino de la infancia espiritual: descansar en las manos de Dios con absoluta confianza.
Libro de Job 1,6-22
El día en que los hijos de Dios fueron a presentarse delante del Señor, también el Adversario estaba en medio de ellos. El Señor le dijo: ¿De dónde vienes? El Adversario respondió al Señor: De rondar por la tierra, yendo de aquí para allá. Entonces el Señor le dijo: ¿Te has fijado en mi servidor Job? No hay nadie como él sobre la tierra: es un hombre íntegro y recto, temeroso de Dios y alejado del mal. Pero el Adversario le respondió: ¡No por nada teme Job al Señor! ¿Acaso tú no has puesto un cerco protector alrededor de él, de su casa y de todo lo que posee? Tú has bendecido la obra de sus manos y su hacienda se ha esparcido por todo el país.
Pero extiende tu mano y tócalo en lo que posee: ¡seguro que te maldecirá en la cara!
El Señor dijo al Adversario: Está bien. Todo lo que le pertenece está en tu poder, pero no pongas tu mano sobre él. Y el Adversario se alejó de la presencia del Señor.
El día en que sus hijos e hijas estaban comiendo y bebiendo en la casa del hermano mayor, llegó un mensajero y dijo a Job: “Los bueyes estaban arando y las asnas pastaban cerca de ellos, cuando de pronto irrumpieron los sabeos y se los llevaron, pasando a los servidores al filo de la espada. Yo solo pude escapar para traerte la noticia. Todavía estaba hablando, cuando llegó otro y le dijo: Cayó del cielo fuego de Dios, e hizo arder a las ovejas y a los servidores hasta consumirlos. Yo solo pude escapar para traerte la noticia.
Todavía estaba hablando, cuando llegó otro y le dijo: Los caldeos, divididos en tres grupos, se lanzaron sobre los camellos y se los llevaron, pasando a los servidores al filo de la espada. Yo solo pude escapar para traerte la noticia. Todavía estaba hablando, cuando llegó otro y le dijo: Tus hijos y tus hijas comían y bebían en la casa de su hermano mayor, y de pronto sopló un fuerte viento del lado del desierto, que sacudió los cuatro ángulos de la casa. Esta se desplomó sobre los jóvenes, y ellos murieron. Yo solo pude escapar para traerte la noticia. Entonces Job se levantó y rasgó su manto; se rapó la cabeza, se postró con el rostro en tierra y exclamó: Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allí. El Señor me lo dio y el Señor me lo quitó:¡bendito sea el nombre del Señor! En todo esto, Job no pecó ni dijo nada indigno contra Dios.
Salmo 17(16),1.2-3.6-7
Escucha, Señor, mi justa demanda,
atiende a mi clamor;
presta oído a mi plegaria,
porque en mis labios no hay falsedad.
Tú me harás justicia,
porque tus ojos ven lo que es recto:
si examinas mi corazón
y me visitas por las noches,
si me pruebas al fuego,
no encontrarás malicia en mí.
Mi boca no se excedió
Yo te invoco, Dios mío, porque tú me respondes:
inclina tu oído hacia mí y escucha mis palabras.
Muestra las maravillas de tu gracia,
tú que salvas de los agresores
a los que buscan refugio a tu derecha.
Comentario del Evangelio por San Juan Casiano (c. 360-435) El más pequeño entre todos ustedes, ése es realmente grande
«Vengan, dice Cristo a sus discípulos, y aprendan de mí», ciertamente que no a expulsar demonios por el poder del cielo, ni a curar leprosos, ni a devolver la vista a los ciegos, ni a resucitar muertos…; sino, dice él: «Aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11:28-29). En efecto, esto es lo que todos podemos aprender y practicar. Hacer signos y milagros no siempre es necesario, ni tan sólo ventajoso para todos, ni tampoco se concede a todos.
Es, pues, la humildad la maestra de todas las virtudes, fundamento inquebrantable de todo el edificio, don magnífico y propio del Señor. El que la posea podrá hacer, sin peligro de enaltecerse, todos los milagros que Cristo obró porque busca imitar al manso Señor, no en la sublimidad de sus prodigios sino en las virtudes de la paciencia y la humildad. Por el contrario, el que está deseoso de mandar a los espíritus impuros, de devolver la salud a los enfermos, de mostrar a las multitudes cualquier signo maravilloso, podrá invocar el nombre de Cristo en medio de toda su ostentación, pero es extraño a Cristo porque su alma orgullosa no sigue al maestro de humildad.
Este es el legado que el Señor hizo a sus discípulos poco antes de volver a su Padre: «Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros; como yo los he amado »; e inmediatamente añade: «En esto conocerán que son mis discípulos: si se aman los unos a los otros» (Jn 13:34-35). Y es cierto que el que no es manso ni humilde no podrá amar así.