Evangelio según san Marcos 8, 34—9, 1
Jesús, llamando a la multitud, junto con sus discípulos, les dijo: “El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida? Porque si alguien se avergüenza de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con sus santos ángeles”. Y les decía: “Les aseguro que algunos de los que están aquí presentes no morirán antes de haber visto que el Reino de Dios ha llegado con poder”.
Comentario del Evangelio
Una y otra vez hemos escuchado este llamado de Jesús, no sólo a ser sus discípulos, sino abierto a todo a quien le llegue su llamado. Nuestro Padre nos ha dado la vida y a ella, un sentido. Nos ha dado los talentos para construirla. Debemos descubrir ese sentido y los talentos que se nos ha dado. Lo que Dios quiere, a lo cual Él nos llama, es a estar a su lado para ser parte de la construcción de su Reino. Es un nuevo mundo. Un mundo de hermanos en que el amor fraterno esté sobre todo lo demás. Hoy, el Evangelio nos habla. No dejemos pasar la oportunidad. ¡Aceptemos el llamado! Hoy nos preguntamos:
¿Soy claro seguidor de Jesús?
¿Cómo cargo mi propia cruz en el contexto actual?
¿Nos avergonzarnos de hablar de Jesús en el mundo actual?
Lecturas del día
Epístola de Santiago 2,14-24.26
¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Acaso esa fe puede salvarlo? ¿De qué sirve si uno de ustedes, al ver a un hermano o una hermana desnudos o sin el alimento necesario, les dice: “Vayan en paz, caliéntense y coman”, y no les da lo que necesitan para su cuerpo? Lo mismo pasa con la fe: si no va acompañada de las obras, está completamente muerta. Sin embargo, alguien puede objetar: “Uno tiene la fe y otro, las obras”. A ese habría que responderle: “Muéstrame, si puedes, tu fe sin las obras. Yo, en cambio, por medio de las obras, te demostraré mi fe”
¿Tú crees que hay un solo Dios? Haces bien. Los demonios también creen, y sin embargo, tiemblan. ¿Quieres convencerte, hombre insensato, de que la fe sin obras es estéril? ¿Acaso nuestro padre Abraham no fue justificado por las obras, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? ¿Ves cómo la fe no estaba separada de las obras, y por las obras alcanzó su perfección? Así se cumplió la Escritura que dice: Abraham creyó en Dios y esto le fue tenido en cuenta para su justificación, y fue llamado amigo de Dios.
Como ven, el hombre no es justificado sólo por la fe, sino también por las obras. De la misma manera que un cuerpo sin alma está muerto, así está muerta la fe sin las obras.
Salmo 112(111),1-2.3-4.5-6
Feliz el hombre que teme al Señor
y se complace en sus mandamientos.
Su descendencia será fuerte en la tierra:
la posteridad de los justos es bendecida.
En su casa habrá abundancia y riqueza,
su generosidad permanecerá para siempre.
Para los buenos brilla una luz en las tinieblas:
es el Bondadoso, el Compasivo y el Justo.
Dichoso el que se compadece y da prestado,
y administra sus negocios con rectitud.
El justo no vacilará jamás,
su recuerdo permanecerá para siempre.
Del diario de santa Faustina Kowalska (1905-1938) ¡De tu cruz viene la fuerza!
Mi Jesús, veo que al seguirte pasé por todas las etapas de la vida: infancia, juventud, vocación, trabajos apostólicos, Tabor, Jardín de los Olivos y aquí estoy ahora contigo en el Calvario. De pleno acuerdo me dejé crucificar y estoy crucificada. Aunque camine un poco, ya estoy estirada, despedazada, sobre la cruz y siento netamente que de tu cruz viene mi fuerza, que sólo tú eres mi perseverancia.
Más de una vez escuché la voz de la tentación gritándome “¡Desciende de la cruz!”. Sin embargo, la fuerza de Dios me fortifica. Abandono, oscuridad, diversos sufrimientos, golpean mi corazón. Sin embargo, la gracia misteriosa de Dios me sostiene y afirma. Deseo beber el cáliz hasta la última gota. Creo firmemente que tu gracia me sostuvo en el Jardín de los Olivos y ella me vendrá en ayuda, ahora que estoy en el Calvario.
Mi Jesús, Maestro, mis deseos están unidos a los deseos que tienes en la cruz. Deseo cumplir tu santa voluntad, deseo la conversión de las almas. Deseo que tu misericordia sea glorificada y que se realice pronto el triunfo de la Iglesia… (…) Oh mi Jesús, ahora abrazo el mundo entero y te imploro por él tu misericordia.