Evangelio según San Marcos 8,34-38.9,1
Jesús, llamando a la multitud, junto con sus discípulos, les dijo: El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida?
Porque si alguien se avergüenza de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con sus santos ángeles. Y les decía: Les aseguro que algunos de los que están aquí presentes no morirán antes de haber visto que el Reino de Dios ha llegado con poder.
Comentario del Evangelio
Es interesante lo que Chesterton decía sobre este texto del evangelio. Lo que Jesús nos propone parece una paradoja: “quien quiera salvar su vida la perderá, pero el que pierda la vida por causa mía y del Evangelio, la salvará”. Chesterton decía que estas palabras no tenían nada de paradójico, sino que contenían una sabiduría totalmente lineal. Podrían ser asumidas incluso como norma en, por ejemplo, un club de alpinismo o una asociación náutica.
Hay muchas situaciones en la vida en las que, si no arriesgamos todo, lo perdemos todo. Pensemos en un naufragio. Si los tripulantes no tienen el coraje de abandonar el barco, se hundirán con él. Seguir a Jesús implica asumir riesgos. No hay otro camino.
Lecturas del día
Epístola de Santiago 2,14-24.26
¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Acaso esa fe puede salvarlo? ¿De qué sirve si uno de ustedes, al ver a un hermano o una hermana desnudos o sin el alimento necesario, les dice: “Vayan en paz, caliéntense y coman”, y no les da lo que necesitan para su cuerpo? Lo mismo pasa con la fe: si no va acompañada de las obras, está completamente muerta. Sin embargo, alguien puede objetar: “Uno tiene la fe y otro, las obras”. A ese habría que responderle: “Muéstrame, si puedes, tu fe sin las obras. Yo, en cambio, por medio de las obras, te demostraré mi fe” ¿Tú crees que hay un solo Dios? Haces bien. Los demonios también creen, y sin embargo, tiemblan. ¿Quieres convencerte, hombre insensato, de que la fe sin obras es estéril? ¿Acaso nuestro padre Abraham no fue justificado por las obras, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar?
¿Ves como la fe no estaba separada de las obras, y por las obras alcanzó su perfección? Así se cumplió la Escritura que dice: Abraham creyó en Dios y esto le fue tenido en cuenta para su justificación, y fue llamado amigo de Dios. Como ven, el hombre no es justificado sólo por la fe, sino también por las obras. De la misma manera que un cuerpo sin alma está muerto, así está muerta la fe sin las obras.
Salmo 112(111),1-2.3-4.5-6
Feliz el hombre que teme al Señor
y se complace en sus mandamientos.
Su descendencia será fuerte en la tierra:
la posteridad de los justos es bendecida.
En su casa habrá abundancia y riqueza,
generosidad permanecerá para siempre.
Para los buenos brilla una luz en las tinieblas:
es el Bondadoso, el Compasivo y el Justo.
Dichoso el que se compadece y da prestado,
y administra sus negocios con rectitud.
El justo no vacilará jamás,
su recuerdo permanecerá para siempre.
Texto de santa Gertrudis de Helfta (1256-1301) El que pierde su vida por mí, la encontrará
¡Oh queridísima Muerte! Tú eres mi felicísimo lote. En ti, pues, encuentre mi alma un nido, oh muerte. ¡Oh Muerte, que produces los frutos de la vida eterna!, que tus flujos de vida me envuelvan entera. ¡Oh Muerte, vida eterna!, que siempre espere bajo tus alas. ¡Oh Muerte saludable!, que en tus excelsos bienes mi alma encuentre su saludable morada. ¡Oh preciosísima Muerte!, tú eres mi queridísima riqueza. Oh, absorbe en ti toda mi vida y anega mi propia muerte.
¡Oh Muerte que vivificas!, ojalá me derrita bajo tus alas. ¡Oh Muerte de donde fluye la vida!, que una dulcísima chispa de tu acción vivificante arda en mí para siempre. ¡Oh Muerte cordialmente amada!, tú eres la confianza espiritual de mi corazón. ¡Oh Muerte amantísima!, en ti están todos los bienes; tómame bajo tu benévola protección, para que al morir descanse dulcemente bajo tu sombra.
¡Oh Muerte misericordiosísima!, tú eres mi vida felicísima. Tú eres mi mejor lote. Tú eres mi redención sobreabundante. Tú eres mi preciosísima heredad. Envuélveme totalmente en ti, esconde toda mi vida en ti y guarda en ti mi misma muerte. ¡Oh Muerte cordialmente amada!, en ese momento guárdame en ti para siempre, en tu amor paternal, como una adquisición y posesión eternas.