Evangelio según San Juan 12,24-26
Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna. El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre.
Comentario del Evangelio
Pensemos en el significado que tiene la cruz en nuestra vida. La llevamos al cuello como un adorno. Hacemos la señal de la cruz a diario, como una rutina. La encontramos como un símbolo muy común en el paisaje. Pero debemos saber que la cruz es algo más que un símbolo. La cruz habla un lenguaje profundo de vida, en sus dramas y esperanzas, en sus inexpresables búsquedas. Con la Pascua de Cristo, la cruz se ha convertido en la expresión más extraordinaria y fecunda del Amor. Convierte nuestra vida en una semilla capaz de dar fruto más allá de lo que podemos calcular o medir. “El que quiera servirme, que me siga” nos dice Jesús.
Lecturas del dia
Carta II de San Pablo a los Corintios 9,6-10
Sepan que el que siembra mezquinamente, tendrá una cosecha muy pobre; en cambio, el que siembra con generosidad, cosechará en abundancia. Que cada uno dé conforme a lo que ha resuelto en su corazón, no de mala gana o por la fuerza, porque Dios ama al que da con alegría. Por otra parte, Dios tiene poder para colmarlos de todos sus dones, a fin de que siempre tengan lo que les hace falta, y aún les sobre para hacer toda clase de buenas obras. Como dice la Escritura: El justo ha prodigado sus bienes: dio a los pobres y su justicia permanece eternamente. El que da al agricultor la semilla y el pan que lo alimenta, también les dará a ustedes la semilla en abundancia, y hará crecer los frutos de su justicia.
Salmo 112(111),1-2.5-6.7-8.9
Feliz el hombre que teme al Señor
y se complace en sus mandamientos.
Su descendencia será fuerte en la tierra:
la posteridad de los justos es bendecida.
Dichoso el que se compadece y da prestado,
y administra sus negocios con rectitud.
El justo no vacilará jamás,
su recuerdo permanecerá para siempre.
No tendrá que temer malas noticias:
su corazón está firme, confiado en el Señor.
Su ánimo está seguro, y no temerá,
hasta que vea la derrota de sus enemigos.
Él da abundantemente a los pobres:
su generosidad permanecerá para siempre,
y alzará su frente con dignidad.
Sermón de san Agustín (354-430) Si muere, da mucho fruto
Las proezas gloriosas de los mártires, ornamento de la Iglesia en todo el mundo, nos hacen comprender a nosotros la verdad de lo que acabamos de cantar: “El Señor siente profundamente la muerte de los que lo aman” (Sal 115,15). En efecto, tiene un gran precio a nuestros ojos y a los ojos de aquel por cuyo nombre murieron los mártires.
Pero el precio de estas muertes es la muerte de uno solo. ¿Cuántos muertos ha rescatado muriendo él sólo, porque, si no hubiese muerto, el grano de trigo no se hubiera multiplicado? Habéis oído lo que dijo cuando se acercaba a su pasión, cuando se acercaba nuestra redención: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo, pero si muere dará mucho fruto” (Jn 12,24). Cuando su costado fue abierto por la lanza, salió sangre y agua, salió el precio del universo (cf Jn 19,34).
Los fieles y los mártires fueron rescatados; pero la fe de los mártires fue probada, su sangre es testimonio. “Cristo ha dado su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos” (1Jn 3,16). Y en otro lugar: “Si te sientas a la mesa de un poderoso, mira bien a quién tienes delante” (Prov 23,1). Es una mesa espléndida donde comes con el amo del banquete que es él mismo. El es quien invita, él mismo es la comida y la bebida también. Los mártires prestaron atención a lo que comieron y bebieron para preparar luego lo mismo.
Pero ¿cómo podían hacer otro tanto que su maestro, si él no les hubiera dado primero para que luego pudieran imitarle? Esto es lo que nos recomienda el salmo que hemos cantado: “El Señor siente profundamente la muerte de los que lo aman” (Sal 115,15).