Evangelio según San Mateo 20,20-28
La madre de los hijos de Zebedeo se acercó a Jesús, junto con sus hijos, y se postró ante él para pedirle algo. ¿Qué quieres? le preguntó Jesús. Ella le dijo: Manda que mis dos hijos se sienten en tu Reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda. No saben lo que piden, respondió Jesús. ¿Pueden beber el cáliz que yo beberé? Podemos, le respondieron. Está bien, les dijo Jesús, ustedes beberán mi cáliz. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes se los ha destinado mi Padre.
Al oír esto, los otros diez se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús los llamó y les dijo: Ustedes saben que los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo: como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud.
Comentario del Evangelio
El escrito ruso León Tolstoi cuenta la historia de un rey que pidió a los sacerdotes y sabios que le mostrasen a Dios. Pero no fueron capaces de satisfacer su deseo. Entonces un pastor, que estaba a punto de volver al campo, se ofreció para hacerlo. Le dijo al rey: “Para poder responder a tu pregunta, tenemos que cambiarnos la ropa”. Con cierta duda, pero estimulado por la curiosidad, el rey aceptó. Entregó sus ropajes reales al pastor y se vistió con el hábito sencillo de aquel pobre hombre. Entonces el pastor le respondió: “Esto es lo que Dios hace”. No entenderemos verdaderamente la esencia del cristianismo si no ponemos en el centro de la misión el despojamiento y el servicio.
Lecturas del dia
Carta II de San Pablo a los Corintios 4,7-15
Hermanos: Nosotros llevamos un tesoro en recipientes de barro, para que se vea bien que este poder extraordinario no procede de nosotros, sino de Dios. Estamos atribulados por todas partes, pero no abatidos; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no aniquilados. Siempre y a todas partes, llevamos en nuestro cuerpo los sufrimientos de la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Y así aunque vivimos, estamos siempre enfrentando a la muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. De esa manera, la muerte hace su obra en nosotros, y en ustedes, la vida. Pero teniendo ese mismo espíritu de fe, del que dice la Escritura: Creí, y por eso hablé, también nosotros creemos, y por lo tanto, hablamos. Y nosotros sabemos que aquel que resucitó al Señor Jesús nos resucitará con él y nos reunirá a su lado junto con ustedes. Todo esto es por ustedes: para que al abundar la gracia, abunde también el número de los que participan en la acción de gracias para gloria de Dios.
Salmo 126(125),1-2ab.2cd-3.4-5.6
Cuando el Señor cambió la suerte de Sión,
nos parecía que soñábamos:
nuestra boca se llenó de risas
y nuestros labios, de canciones.
Hasta los mismos paganos decían:
“¡El Señor hizo por ellos grandes cosas!”.
¡Grandes cosas hizo el Señor por nosotros
y estamos rebosantes de alegría!
¡Cambia, Señor, nuestra suerte
como los torrentes del Négueb!
Los que siembran entre lágrimas
cosecharán entre canciones.
El sembrador va llorando
cuando esparce la semilla,
pero vuelve cantando
cuando trae las gavillas.
Homilía de san Basilio (c. 330-379) ¿Pueden beber a la copa que beberé?
“¿Con qué pagaré al Señor todo el bien que me hizo?” (Sal 116 (114-115),12). Ni sacrificios ni holocaustos ni observancias del culto legal, solamente con toda mi vida. Por eso dice el salmista “alzaré la copa de la salvación” (cf. Sal 116,13). El salmista llama “su copa” al trabajo que ha endurado en el combate de su devoción filial hacia Dios y a la constancia con que resistió al pecado, hasta la muerte.
A propósito de esta copa, el Señor mismo se expresa en los evangelios: “Padre mío, si es posible, que pase lejos de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Mt 26,39). Pregunta a los discípulos: “¿Pueden beber a la copa que beberé?”. Se refería a la muerte que iba a sufrir por la salvación del mundo. Por eso dice “alzaré la copa de la salvación”. Es decir, de todo mi ser estoy sediento, tendido hacia la consumación del martirio, al punto que considero los tormentos endurados en el combate de amor filial como un reposo del alma y del cuerpo y no como un sufrimiento.
Yo mismo me ofreceré al Señor como sacrificio y oblación (…). Estoy listo para testimoniar de esas promesas delante de todo el pueblo, porque “cumpliré mis votos al Señor, en presencia de todo su pueblo” (Sal 116,14)