El que no recibe el Reino de Dios como un niño no entrará en él

El que no recibe el Reino de Dios como un niño no entrará en él

Evangelio según san Marcos Marcos 10,13-16

Le trajeron entonces a unos niños para que los tocara, pero los discípulos los reprendieron. Al ver esto, Jesús se enojó y les dijo: Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos. Les aseguro que el que no recibe el Reino de Dios como un niño, no entrará en él. Después los abrazó y los bendijo, imponiéndoles las manos.

Comentario del Evangelio

Jesús nos señala que, para recibir el Amor de Dios y Su Reino de salvación, nuestra vida debe ser como la de los niños: humilde, sencilla, receptiva, gratuita. Debemos poner toda la atención en aquello que recibimos y en lo que tenemos entre manos, como hacen los niños, que tienen los ojos abiertos para ver, y las manos tendidas para recibir con asombro. Dios se nos revela con impensada novedad, con asombrosa cercanía siempre nueva y siempre creadora, orientándonos hacia el futuro, porque es la actitud más humana y completa para abrirnos a Él sin reserva y, dar cabida al Reino de Dios en nuestra vida. Y aunque parezca paradójico, así dejaremos nuestra infancia espiritual y comenzaremos a vivir con madurez responsable ante Dios. Hoy nos preguntamos:
¿Quiénes son los pequeños y los excluidos?
¿Cómo está siendo la acogida que les damos?
¿Les estamos impidiendo acercarse al Señor o les buscamos caminos de encuentro cuidándolos y protegiéndolos?

Lecturas del día

Epístola de Santiago 5,13-20

Hermanos: Si alguien está afligido, que ore. Si está alegre, que cante salmos. Si está enfermo, que llame a los presbíteros de la Iglesia, para que oren por él y lo unjan con óleo en el nombre del Señor. La oración que nace de la fe salvará al enfermo, el Señor lo aliviará, y si tuviera pecados, le serán perdonados. Confiesen mutuamente sus pecados y oren los unos por los otros, para ser curados. La oración perseverante del justo es poderosa.

Elías era un hombre como nosotros, y sin embargo, cuando oró con insistencia para que no lloviera, no llovió sobre la tierra durante tres años y seis meses. Después volvió a orar; entonces el cielo dio la lluvia, y la tierra produjo frutos. Hermanos míos, si uno de ustedes se desvía de la verdad y otro lo hace volver, sepan que el que hace volver a un pecador de su mal camino salvará su vida de la muerte y obtendrá el perdón de numerosos pecados.

Salmo 141(140),1-2.3.8

Yo te invoco, Señor, ven pronto en mi ayuda:
escucha mi voz cuando te llamo;
que mi oración suba hasta ti como el incienso,
y mis manos en alto, como la ofrenda de la tarde.

Coloca, Señor, un guardián en mi boca
y un centinela a la puerta de mis labios;
Pero mis ojos, Señor, están fijos en ti:
en ti confío, no me dejes indefenso.

Sermón de san León Magno (¿-c. 461) doctor de la Iglesia Dejad que los niños se acerquen a mí

Cristo ama la infancia que al principio él mismo asumió tanto en su alma como en su cuerpo. Cristo ama la infancia que enseña humildad, que es la norma de la inocencia, el modelo de la dulzura. Cristo ama la infancia, hacia la que orienta la conducta de los adultos, hacia la que conduce a los ancianos y llama a imitar su propio ejemplo a aquellos que deseen alcanzar el reino eterno.

Pero para entender cómo es posible realizar tal conversión, y con qué transformación él nos revierte a una actitud de niños, dejemos que san Pablo nos instruya y nos lo diga: “Para aquel que tenga sentido común, no se debe ser un niño pequeño en cuanto a vuestros pensamientos, sino un niño pequeño en lo que respecta a la malicia” (1Corintios 14,20).

Por lo tanto, no debemos volver a nuestros días de infancia, ni a las torpezas del inicio, sino tomar alguna cosa que pertenece a los años de madurez; es decir, apaciguar rápidamente las agitaciones interiores, encontrar rápido la calma, olvidar totalmente las ofensas, ser completamente indiferente a los honores, amar y reencontrarse juntos, guardar la igualdad de ánimo como un estado natural.

Es un gran bien no saber cómo dañar a otros y no tener gusto por el mal…; no devolver a nadie el mal por el mal (Pablo a los Romanos 12,17), es la paz interior de los niños, la que le conviene a los cristianos… Es esta forma de humildad la que nos enseña el Salvador cuando era niño y fue adorado por los magos.

 

 

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