Evangelio según San Lucas 9,57-62
Mientras iban de camino, un hombre dijo a Jesús: Señor, deseo seguirte adonde quiera que vayas. Jesús le contestó: Las zorras tienen cuevas y las aves nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde recostar la cabeza. Jesús dijo a otro: Sígueme. Pero él respondió: Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre. Jesús le contestó: Deja que los muertos entierren a sus muertos. Tú ve y anuncia el reino de Dios. Otro le dijo: Señor, quiero seguirte, pero deja que primero me despida de los míos. Jesús le contestó: El que pone la mano en el arado y vuelve la vista atrás, no sirve para el reino de Dios.
Comentario del Evangelio
Si queremos seguir a Jesús debemos renunciar a toda seguridad de este mundo y lanzarnos hacia donde quiera llevarnos lo imprevisto del reino de Dios. No hay donde reclinar la cabeza, ni siquiera hay seguridades familiares. Se trata de poner la mano en el arado y de no mirar más hacia atrás. Seguir a Jesús es trabajar para el reino de Dios, que exige discípulos decididos a lanzarse con confianza. Para arar un campo se requiere mirar siempre adelante. No interesa mirar atrás donde habrán quedado la comodidad de la estancia y las seguridades familiares. El campo que debe ser arado está siempre adelante. Quien mira para atrás no está en ninguna parte, no vive el presente, toma con tibieza el camino que debe recorrer. Esa persona “no sirve para el reino de Dios”.
Lecturas del día
Libro de Job 9,1-12.14-16
Job respondió a sus amigos, diciendo: Sí, yo sé muy bien que es así: ¿cómo un mortal podría tener razón contra Dios? Si alguien quisiera disputar con él, no podría responderle ni una vez entre mil. Su corazón es sabio, su fuerza invencible: ¿quién le hizo frente y se puso a salvo? El arranca las montañas sin que ellas lo sepan y las da vuelta con su furor.
El remueve la tierra de su sitio y se estremecen sus columnas.
El manda al sol que deje de brillar y pone un sello sobre las estrellas.
El solo extiende los cielos y camina sobre las crestas del mar.
El crea la Osa Mayor y el Orión, las Pléyades y las Constelaciones del sur.
El hace cosas grandes e inescrutables, maravillas que no se pueden enumerar.
El pasa junto a mí, y yo no lo veo; sigue de largo, y no lo percibo.
Si arrebata una presa, ¿quién se lo impedirá o quién le preguntará qué es lo que hace?
¡Cuánto menos podría replicarle yo y aducir mis argumentos frente a él! Aún teniendo razón, no podría responder y debería implorar al que me acusa. Aunque lo llamara y él me respondiera, no creo que llegue a escucharme.
Salmo 88(87),10bc-11.12-13.14-15
Yo te invoco, Señor, todo el día,
con las manos tendidas hacia ti.
¿Acaso haces prodigios por los muertos,
o se alzan los difuntos para darte gracias?
¿Se proclama tu amor en el sepulcro,
o tu fidelidad en el reino de la muerte?
¿Se anuncian tus maravillas en las tinieblas,
o tu justicia en la tierra del olvido?
Yo invoco tu ayuda, Señor,
desde temprano te llega mi plegaria:
¿Por qué me rechazas, Señor?
¿Por qué me ocultas tu rostro?
“El Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza”
Acuérdate, Jesús, de la gloria del Padre,
del esplendor divino que dejaste en el cielo
al bajar a esta tierra, al desterrarte
de aquella eterna patria
por rescatar a todos los pobres pecadores.
Bajando a las entrañas de la Virgen María,
velaste tu grandeza y tu gloria infinita.
Del seno maternal
de tu segundo cielo
¡Acuérdate! […]
Acuérdate, Jesús, de que en otras riberas
los mismos astros de oro y la luna de plata
que yo contemplo en el azul sin nubes
tus ojitos de niño
encendieron de gozo y maravilla.
Con la misma manita
con que a tu dulce Madre acariciabas
sostenías el mundo y le dabas la vida.
Y pensabas en mí,
¡oh mi pequeño Rey!,
¡Acuérdate!
Acuérdate, Señor, de que en la soledad
con tus divinas manos trabajaste.
Vivir en el olvido fue tu mayor cuidado,
despreciaste la ciencia de los hombres.
Tú que con sola una palabra dicha
por tu divina boca
sumir podías en asombro al mundo,
te complaciste en esconder a todos
tu profundo saber, ciencia infinita.
Pareciste ignorante,
siendo el Omnipotente,
¡acuérdate!
Acuérdate de haber vivido errante,
extranjero en la tierra, ¡oh Verbo eterno!
Ni una piedra tuviste ni un abrigo,
ni tan siquiera el nido que los pájaros tienen…
Ven, ¡oh Jesús!, a mí, reclina tu cabeza,
ven…, para recibirte tengo dispuesta el alma.
Sobre mi corazón
descansa, Amado mío,
¡mi corazón es tuyo!
Santa Teresa del Niño Jesús (1873-1897) Poesía “ Jesús, amado mío, acuérdate”
2 comments
Leticia - 22 Noviembre, 2021 11:11 am
Me gustaría aprender a leer la biblia
Luis Alberto López - 20 Octubre, 2022 7:52 pm
No hay ninguna tecnica para ello. Sugiero leer diariamente algunos parrafos del libro de los hechos de los apostoles y meditarlos y luego leer los evangelios marcos, lucas y mateo. Asai puedes seguir con otros textos. Bendiciones