El que escucha la Palabra y la comprende produce fruto ya sea cien sesenta o treinta

El que escucha la Palabra y la comprende produce fruto ya sea cien sesenta o treinta

Evangelio según san Mateo 13,18-23

Escuchen, entonces, lo que significa la parábola del sembrador. Cuando alguien oye la Palabra del Reino y no la comprende, viene el Maligno y arrebata lo que había sido sembrado en su corazón: este es el que recibió la semilla al borde del camino. El que la recibe en terreno pedregoso es el hombre que, al escuchar la Palabra, la acepta en seguida con alegría, pero no la deja echar raíces, porque es inconstante: en cuanto sobreviene una tribulación o una persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumbe. El que recibe la semilla entre espinas es el hombre que escucha la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas la ahogan, y no puede dar fruto. Y el que la recibe en tierra fértil es el hombre que escucha la Palabra y la comprende. Este produce fruto, ya sea cien, ya sesenta, ya treinta por uno”.

Comentario del Evangelio

Hoy nos ofrece Jesús una explicación de la parábola del sembrador. El éxito de la cosecha no radica en nuestras estrategias humanas ni en marketing, sino en la iniciativa salvadora de Dios “rico en misericordia” y en la eficacia del Espíritu Santo, que puede transformar nuestras vidas para que demos sabrosos frutos de amor por los demás. Las parabolas, por su fuerza, puede revelarnos “los misterios del reino de los cielos”. Hoy, más que nunca, ante la Palabra debemos esforzarnos por aceptarla, entenderla y procesarla en nuestro corazón. Sólo así nuestra vida se transforma y llega a fructificar. Preguntémonos hoy:
¿Tengo un corazón acogedor y disponible, dócil para llegar a una comprensión plena de la Palabra?
¿Mi estilo de vida me lleva a una comprensión profunda y transformadora de la Palabra de Dios o permanece en lo aparente?
¿Cómo producimos frutos nosotros a través de la Palabra?

Lecturas del dia

Libro del Exodo 20,1-17

Dios pronunció estas palabras: “Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de Egipto, de un lugar en esclavitud. No tendrás otros dioses delante de mí. No te harás ninguna escultura y ninguna imagen de lo que hay arriba, en el cielo, o abajo, en la tierra, o debajo de la tierra, en las aguas. No te postrarás ante ellas, ni les rendirás culto, porque yo soy el Señor, tu Dios, un Dios celoso, que castigo la maldad de los padres en los hijos, hasta la tercera y cuarta generación, si ellos me aborrecen; y tengo misericordia a lo largo de mil generaciones, si me aman y cumplen mis mandamientos.

No pronunciarás en vano el nombre del Señor, tu Dios, porque él no dejará sin castigo al que lo pronuncie en vano. Acuérdate del día sábado para santificarlo. Durante seis días trabajarás y harás todas tus tareas; pero el séptimo es día de descanso en honor del Señor, tu Dios. En él no harán ningún trabajo, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tus animales, ni el extranjero que reside en tus ciudades.

Porque en seis días el Señor hizo el cielo, la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos, pero el séptimo día descansó. Por eso el Señor bendijo el día sábado y lo declaró santo. Honra a tu padre y a tu madre, para que tengas una larga vida en la tierra que el Señor, tu Dios, te da. No matarás. No cometerás adulterio. No robarás. No darás falso testimonio contra tu prójimo. No codiciarás la casa de tu prójimo; no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su asno, ni ninguna otra cosa que le pertenezca.”

Salmo 19(18),8.9.10.11

La ley del Señor es perfecta,
reconforta el alma;
el testimonio del Señor es verdadero,
da sabiduría al simple.

Los preceptos del Señor son rectos,
alegran el corazón;
los mandamientos del Señor son claros,
iluminan los ojos.

La palabra del Señor es pura,
permanece para siempre;
los juicios del Señor son la verdad,
enteramente justos.

Son más atrayentes que el oro,
que el oro más fino;
más dulces que la miel,
más que el jugo del panal.

Sermón de san Agustín (354-430) Ciento o sesenta o treinta por uno

La siembra ha sido echada por los apóstoles y profetas, pero es el Señor, él mismo, el que siembra. Es el Señor, él mismo, quien está presente en ellos desde el momento en que es el mismo Señor quien siega. Porque sin él ellos no son nada, mientras que él, sin ellos, sigue siendo perfecto. En efecto, él les dice: «Sin mí nada podéis hacer» (Jn 15,5).

Sembrando, pues, en las naciones, ¿qué es lo que dice Cristo? «Salió el sembrador a sembrar.» (Mt 13,3). En otro texto son los segadores los que son enviados a segar; el sembrador quien sale a sembrar, y no se queja de su trabajo. En efecto ¿qué importa que el grano caiga en el camino, o sobre piedras o entre zarzas? ¡Si dejara entrar en él el desánimo por la ingrato de estos lugares no llegaría hasta la buena tierra!…

Se trata de nosotros: ¿seremos el camino, o las piedras, o las zarzas? ¿Queremos ser la tierra buena? Dispongamos nuestro corazón para que dé treinta, sesenta, cien, mil veces más. Treinta veces, mil veces, es siempre trigo y nada más que trigo. No seamos este camino en el que la simiente es pisoteada por los viandantes y nuestro enemigo se apodera de ella como si fuera un pájaro.

Tampoco seamos estas piedras en las que una tierra poco profunda hace crecer demasiado rápidamente un grano que después no puede soportar el calor del sol. Nunca jamás estas zarzas, las codicias de este mundo, este empeño en hacer el mal. En efecto ¿hay algo peor que hacer todos esto esfuerzos para una vida que nos aparta de llegar a la verdadera vida? ¿Hay alguien más desdichado que cuidar tanto la vida para llegar a perderla? ¿Hay algo más triste que temer la muerte para caer en poder de la muerte?

Arranquemos las espinas, preparemos el terreno, recibamos la simiente, perseveremos hasta la siega, aspiremos a ser recibidos en los graneros.

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