Evangelio según San Juan 6,52-59
Los judíos discutían entre sí, diciendo:¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne? Jesús les respondió: Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí.
Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente”. Jesús enseñaba todo esto en la sinagoga de Cafarnaún.
Comentario del Evangelio
Meditemos en la belleza del trabajo humano, mirando en especial el de José. Los talleres de los carpinteros son lugares de trabajo. Allí se lleva lo que necesita arreglo, se da una segunda oportunidad de uso a lo que se estropeó y se hacen muebles nuevos. En la carpintería se producen los objetos que se necesitan para la celebración cotidiana de la vida: mesas, sillas, los muebles que necesita una familia. Es un trabajo artesanal, esforzado y humilde. Pero participa de esa sencilla solemnidad que tienen las cosas elementales. Hay una gran sabiduría asociada a las profesiones artesanales. Por eso es difícil comprender el escándalo de los que rechazaban a Jesús por ser hijo de un carpintero.
Lecturas del día
Libro de los Hechos de los Apóstoles 9,1-20
Saulo, que todavía respiraba amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, se presentó al Sumo Sacerdote y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de traer encadenados a Jerusalén a los seguidores del Camino del Señor que encontrara, hombres o mujeres. Y mientras iba caminando, al acercarse a Damasco, una luz que venía del cielo lo envolvió de improviso con su resplandor.
Cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”. El preguntó: “¿Quién eres tú, Señor?”. “Yo soy Jesús, a quien tú persigues, le respondió la voz. Ahora levántate, y entra en la ciudad: allí te dirán qué debes hacer”. Los que lo acompañaban quedaron sin palabra, porque oían la voz, pero no veían a nadie. Saulo se levantó del suelo y aunque tenía los ojos abiertos, no veía nada. Lo tomaron de la mano y lo llevaron a Damasco. Allí estuvo tres días sin ver, y sin comer ni beber.
Vivía entonces en Damasco un discípulo llamado Ananías, a quien el Señor dijo en una visión: “¡Ananías!”. El respondió: “Aquí estoy, Señor”. El Señor le dijo: “Ve a la calle llamada Recta, y busca en casa de Judas a un tal Saulo de Tarso. El está orando y ha visto en una visión a un hombre llamado Ananías, que entraba y le imponía las manos para devolverle la vista”. Ananías respondió: “Señor, oí decir a muchos que este hombre hizo un gran daño a tus santos en Jerusalén. Y ahora está aquí con plenos poderes de los jefes de los sacerdotes para llevar presos a todos los que invocan tu Nombre”. El Señor le respondió:
“Ve a buscarlo, porque es un instrumento elegido por mí para llevar mi Nombre a todas las naciones, a los reyes y al pueblo de Israel. Yo le haré ver cuánto tendrá que padecer por mi Nombre”. Ananías fue a la casa, le impuso las manos y le dijo: “Saulo, hermano mío, el Señor Jesús el mismo que se te apareció en el camino. me envió a ti para que recobres la vista y quedes lleno del Espíritu Santo”. En ese momento, cayeron de sus ojos una especie de escamas y recobró la vista. Se levantó y fue bautizado. Después comió algo y recobró sus fuerzas. Saulo permaneció algunos días con los discípulos que vivían en Damasco, y luego comenzó a predicar en las sinagogas que Jesús es el Hijo de Dios.
Salmo 117(116),1.2
¡Alaben al Señor, todas las naciones,
glorifíquenlo, todos los pueblos!
Porque es inquebrantable su amor por nosotros,
y su fidelidad permanece para siempre.
¡Aleluya!
Instrucción espiritual de san Columbano (563-615) Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida
Hermanos muy amados, calmad vuestra sed en las aguas de la fuente divina de la cual deseamos hablaros: calmad, pero no la apaguéis; bebed, pero no quedéis saciados. La fuente viva, la fuente de vida nos llama y nos dice: «El que tenga sed que venga a mí y que beba» (Jn 4,37). Comprended eso que bebéis. Que os lo diga el profeta Jeremías y que os lo diga la misma fuente: «Palabra del Señor, me han abandonado a mí, la fuente de agua viva» (Jr 2, 12-13).
El mismo Señor, nuestro Dios, Jesucristo, es esta fuente de vida y por eso nos invita a ir a él para que bebamos de él. Le bebe el que ama, le bebe el que se alimenta de la Palabra de Dios… Bebamos, pues, de la fuente que otros han abandonado.
Para que comamos de este pan, para que bebamos de esta fuente… él mismo se dice «el pan que da la vida al mundo» (Jn 6,51) y que debemos comer… Ved de dónde brota esta fuente, ved también de dónde desciende este pan: en efecto, él mismo, el Hijo Único, nuestro Dios, Cristo Señor, es pan y es fuente, y de él, sin cesar, debemos tener hambre.
Nuestro amor nos lo da en comida, nuestro deseo nos lo hace comer; saciados, todavía lo deseamos. Vayamos a él como fuente y bebamos siempre de él con exceso de nuestro amor, bebámosle siempre con un deseo siempre renovado, tomemos nuestro gozo en la dulzura de su amor. El Señor es suave y bueno. Lo comemos y bebemos y no dejamos de tener hambre y sed de él, porque no podríamos agotar este alimento y esta bebida. Comemos de este pan, y no lo agotamos; bebemos de esta fuente, y no se seca. Este pan es eterno, esta fuente fluye sin fin.