Evangelio según San Marcos 3,22-30
Los escribas que habían venido de Jerusalén decían: Está poseído por Belzebul y expulsa a los demonios por el poder del Príncipe de los Demonios. Jesús los llamó y por medio de comparaciones les explicó: ¿Cómo Satanás va a expulsar a Satanás? Un reino donde hay luchas internas no puede subsistir. Y una familia dividida tampoco puede subsistir. Por lo tanto, si Satanás se dividió, levantándose contra sí mismo, ya no puede subsistir, sino que ha llegado a su fin. Pero nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y saquear sus bienes, si primero no lo ata. Sólo así podrá saquear la casa.
Les aseguro que todo será perdonado a los hombres: todos los pecados y cualquier blasfemia que profieran. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón jamás: es culpable de pecado para siempre”. Jesús dijo esto porque ellos decían: Está poseído por un espíritu impuro.
Comentario del Evaangelio
El pecado más grave es aquel que mina la confianza en que Jesús puede curarnos. Este pecado nos lleva a la pérdida de la fe y a la desesperación. Por eso, como lo recuerdan muchos maestros de la espiritualidad cristiana, no son los pecados los que nos apartan de Jesús.
Los pecados, en cuanto expresión de nuestras fragilidades y carencias, nos hacen darnos cuenta de la necesidad que tenemos de la Gracia, que es un don de Dios y no un resultado de nuestros esfuerzos. Por tanto, el obstáculo real no es la miseria de nuestro pecado sino la autosuficiencia, la autojustificación, las virtudes que creemos tener, el orgullo y la ambición de tener nosotros la última palabra.
Lecturas del día
Segundo Libro de Samuel 5,1-7.10
Todas las tribus de Israel se presentaron a David en Hebrón y le dijeron: “¡Nosotros somos de tu misma sangre! Hace ya mucho tiempo, cuando aún teníamos como rey a Saúl, eras tú el que conducía a Israel. Y el Señor te ha dicho: “Tú apacentarás a mi pueblo Israel y tú serás el jefe de Israel”. Todos los ancianos de Israel se presentaron ante el rey en Hebrón. El rey estableció con ellos un pacto en Hebrón, delante del Señor, y ellos ungieron a David como rey de Israel.
David tenía treinta años cuando comenzó a reinar y reinó cuarenta años. En Hebrón reinó siete años y seis meses sobre Judá, y en Jerusalén, treinta y tres años sobre todo Israel y Judá. El rey avanzó con sus hombres sobre Jerusalén, contra los jebuseos que habitaban en el país. Pero estos dijeron a David: “Tú no entrarás aquí. Los ciegos y los inválidos bastarán para impedírtelo”. Con esto querían decir: “David nunca podrá entrar aquí”. Sin embargo, David conquistó la fortaleza de Sión, es decir, la Ciudad de David. Así David se iba engrandeciendo cada vez más, y el Señor, el Dios de los ejércitos, estaba con él.
Salmo 89(88),20.21-22.25-26
Tú hablaste una vez en una visión
y dijiste a tus amigos:
“Impuse la corona a un valiente,
exalté a un guerrero del pueblo.
«Encontré a David, mi servidor,
y lo ungí con el óleo sagrado,
para que mi mano esté siempre con él
y mi brazo lo haga poderoso.»
Mi fidelidad y mi amor lo acompañarán,
su poder crecerá a causa de mi Nombre:
extenderé su mano sobre el mar
y su derecha sobre los ríos.
Enseñanza de san Ambrosio (c. 340-397) Su reinado es indiviso y eterno
“Un reino que está divido contra sí mismo no puede subsistir.” (Mc 3,26) Como se decía que él echaba a los demonios con el poder de Belzebul, príncipe de los demonios, Jesús quería por esta palabra, demostrar que su reino es indivisible y eterno. Por esto respondió a Pilato: “Mi reino no es de este mundo.” (Jn 18,36) Así, los que no ponen su esperanza en Cristo sino que piensan que los demonios son expulsados por el príncipe de los demonios, éstos, dice Jesús, no pertenecen al reino eterno…¿Cómo, si la fe está rota, el reino dividido puede subsistir?… Si el reino de la Iglesia debe subsistir eternamente, es porque su fe es indivisa, su cuerpo único: “Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre, que está sobre todos, actúa en todos y habita en todos” (Ef 4,5-6).
¡Qué locura sacrílega! Cuando el Hijo tomó la carne para expulsar los espíritus impuros y arrancar el botín al príncipe de este mundo, cuando dio a los hombres el poder de destruir el espíritu del mal, repartiendo sus despojos entre los hombres, -marca del vencedor-, algunos llaman a los demonios en su ayuda.
Y, no obstante, como dice Lucas, Jesús es el “dedo de Dios” (Lc 11,20) o como dice Mateo: “el Espíritu de Dios” que expulsa a los demonios. Se comprende, pues, que el reino de Dios es indiviso como un cuerpo es indiviso, ya que Cristo está la derecha de Dios y el Espíritu Santo se puede comparar al dedo de Dios.