El que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás

El que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás

Evangelio según San Marcos 3,22-30

También los maestros de la ley que habían llegado de Jerusalén decían: “Beelzebú, el propio jefe de los demonios, es quien ha dado a este hombre poder para expulsarlos”. Jesús los llamó y les puso un ejemplo, diciendo: “¿Cómo puede Satanás expulsar al propio Satanás? Un país dividido en bandos enemigos no puede mantenerse, y una casa dividida no puede mantenerse. Pues bien, si Satanás se divide y se levanta contra sí mismo, no podrá mantenerse: habrá llegado su fin. Nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y robarle sus bienes, si antes no lo ata. Solamente así podrá robárselos. Os aseguro que Dios perdonará a los hombres todos los pecados y todo lo malo que digan; pero el que ofenda con sus palabras al Espíritu Santo no tendrá perdón, sino que será culpable para siempre”. Esto lo dijo Jesús porque afirmaban que tenía un espíritu impuro.

Comentario del Evangelio

Qué duros de corazón! Están viendo el Bien y las consecuencias que trae a sus vidas y no le hacen caso. La duda, la contradicción, el enojo, los falsos comentarios contra Jesús son evidentes. Llegan a decir de Él que es el demonio o que actúa en su nombre. La dureza de la respuesta de Jesús evidencia con un ejemplo la maldad de quienes hablan así de Él: “¿cómo puede Satanás expulsar a Satanás?”. No puede dividirse, se destruiría a sí mismo. La mayor ofensa a Dios es compararle con el maligno, eso no se perdona, es ofensa contra el Espíritu y no tiene perdón. Acércate siempre al Bien que es Jesucristo.

Lecturas del día

Carta a los Hebreos 9,15.24-28

Por eso, Cristo es mediador de una Nueva Alianza entre Dios y los hombres, a fin de que, habiendo muerto para redención de los pecados cometidos en la primera Alianza, los que son llamados reciban la herencia eterna que ha sido prometida. Cristo, en efecto, no entró en un Santuario erigido por manos humanas -simple figura del auténtico Santuario- sino en el cielo, para presentarse delante de Dios en favor nuestro. Y no entró para ofrecerse así mismo muchas veces, como lo hace el Sumo Sacerdote que penetra cada año en el Santuario con una sangre que no es la suya. Porque en ese caso, hubiera tenido que padecer muchas veces desde la creación del mundo.

En cambio, ahora él se ha manifestado una sola vez, en la consumación de los tiempos, para abolir el pecado por medio de su Sacrificio. Y así como el destino de los hombres es morir una sola vez, después de lo cual viene el Juicio, así también Cristo, después de haberse ofrecido una sola vez para quitar los pecados de la multitud, aparecerá por segunda vez, ya no en relación con el pecado, sino para salvar a los que lo esperan.

Salmo 98(97),1.2-3ab.3cd-4.5-6

Canten al Señor un canto nuevo,
porque él hizo maravillas:
su mano derecha y su santo brazo
le obtuvieron la victoria.

El Señor manifestó su victoria,
reveló su justicia a los ojos de las naciones:
se acordó de su amor y su fidelidad
en favor del pueblo de Israel.

Los confines de la tierra han contemplado
el triunfo de nuestro Dios.
Aclame al Señor toda la tierra,
prorrumpan en cantos jubilosos.

Canten al Señor con el arpa
y al son de instrumentos musicales;
con clarines y sonidos de trompeta
aclamen al Señor, que es Rey.

Comentario de Isaac de Stella (¿-c. 1171)   La envidia, una blasfemia contra el Espíritu Santo

“Está poseído por Belzebul y expulsa a los demonios por el poder del Príncipe de los Demonios”… Lo propio de los tipos pervertidos y tocados por el soplo de la envida es cerrar por todos los medios los ojos a los méritos de los demás, y, cuando vencidos por la evidencia ya no pueden hacerlo, desprecian o tergiversan las actitudes de los demás. Por esto, cuando la multitud se queda maravillada y exultante de devoción a la vista de los prodigios de Cristo, los fariseos y escribas cierran los ojos a la verdad, rebajan lo que es grande, tergiversan lo que es bueno. En una circunstancia, por ejemplo, haciéndose los ignorantes, dicen al autor de tantos prodigios: “¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti?” (Jn 6,30) Aquí, no pudiendo negar el hecho, lo desprecian malévolamente, reclamando un signo del cielo, como si el signo que acaban de ver no fuera celestial. Y tergiversándolo dicen: “Por el príncipe de los demonios expulsa a los demonios.”

Aquí, amados míos, radica la blasfemia contra el Espíritu Santo, blasfemia que ata a los que una vez han sido seducidos por ella con cadenas de culpabilidad eterna. No se le niega al penitente el perdón de todo si produce frutos de penitencia. (Lc 3,8) Pero, aplastado bajo un peso de malicia, no tiene fuerza de aspirar a esta penitencia que le llama al perdón. Según un inescrutable y justo juicio de Dios, aquel que percibiendo con evidencia en su hermano la gracia de la operación del Espíritu Santo, no pudiéndola negar y, animado por la envidia no teme de tergiversar los hechos y calumniar y atribuir a espíritu maligno lo que sabe perfectamente que viene del Espíritu Santo contra quien atenta, así ofuscado, ciego por su propia malicia, ya no puede querer la penitencia que le obtendría el perdón. ¿Qué hay de más grave que atreverse, por envidia de un hermano que debemos amar como a nosotros mismos, blasfemar de la bondad de Dios que debemos amar más que a nosotros mismos e insultar la majestad de Dios desacreditando a un hermano?

JOIN OUR NEWSLETTER
Acepto recibir correos.
¿Quiere estar siempre al día? Ingrese su nombre y correo
We hate spam. Your email address will not be sold or shared with anyone else.

Su comentario