El que atesora para sí no es rico ante Dios

El que atesora para sí no es rico ante Dios

 Evangelio según san Lucas 12, 13-21

En aquel tiempo, dijo uno de entre la gente a Jesús:

«Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia».

Él le dijo:

«Hombre, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre vosotros?». Y les dijo:

«Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes». Y les propuso una parábola:

«Las tierras de un hombre rico produjeron una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos, diciéndose:

“¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha”. Y se dijo: “Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el trigo y mis bienes. Y entonces me diré a mí mismo: alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe, banquetea alegremente”.

Pero Dios le dijo:

“Necio, esta noche te van a reclamar el alma, y ¿de quién será lo que has preparado?”.

Así es el que atesora para sí y no es rico ante Dios».

Comentario

Por el gran amor con que nos amó

Un grandísimo amor ha tenido Dios siempre en favor de todas sus criaturas, de modo especial por el ser humano, al que, habiendo hecho a su imagen y semejanza, ha sido objeto de especial predilección.

Pablo describe el apartamiento de Dios, recordando cómo hemos vivido lejos de él y en este alejamiento los resultados no son otros que sumirse en las tinieblas y acabar perdidos. Dice él, que “por naturaleza estábamos destinados a la ira como los demás”.

Nadie es malo por naturaleza, porque “vio Dios todo lo que había hecho y era muy bueno”. Hemos salido de sus manos, la naturaleza del ser humano es buena porque ha sido creado por Dios y nada malo tiene su origen en él.

La persona humana creada como tal por Dios, goza de la libertad que él le ha regalado al ser humano y es en esta condición humana donde, en virtud de dicha libertad, podemos acercarnos y permanecer unidos a él y también alejarnos, seducidos por los engaños del maligno.

De esa manera lo indica Pablo: por engaño del maligno entró el pecado en el mundo. Cuando en forma coloquial se oye decir: ése es de mala condición. Con ello pareciera indicarse que es malo por naturaleza y eso no es verdad. Nadie puede ser malo por naturaleza porque la culpa no sería imputable a él a causa de haber si hecho malo. Eso no es así.

Bien dice que “estabais muertos por vuestras culpas y pecados, cuando seguíais el proceder de este mundo, según el príncipe de la potestad del aire”. Seducidos, como al principio, aceptando engañosas propuestas, acabamos mal. Pero el maligno no tiene la última palabra.

La palabra definitiva es de Dios y esta ha sido pronunciada sobre nosotros y habiendo sido acogida transforma todo en nosotros con nosotros. “Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, cuando estábamos muertos por el pecado, nos ha hecho revivir con Cristo”.

Esto es lo que debemos considerar continuamente, para que iluminados por esta definitiva verdad, experimentos la gracia, que es Dios mismo, entregándose a favor nuestro. “Nos ha resucitado con Cristo Jesús, nos ha sentado en el cielo con él…por pura gracia estáis salvados”.

El Señor nos hizo y somos suyos

Necesitamos caer en la cuenta de esta verdad: somos suyos porque él nos ha creado y es su deseo que permanezcamos en comunión con Dios, él que es amor y permaneciendo en el amor, él permanece en nosotros y nosotros en él. El Señor es bueno, su misericordia es eterna y se pone de manifiesto a todas las generaciones. Porque él es fiel y no puede negarse a sí mismo.

Por tanto, siendo obra de sus manos, consideremos que lo que más desea Dios es que estemos con él para siempre. Este pensamiento se haga deseo y este deseo se vea realizado por la íntima comunión de amor entre Dios y cada ser humano.

Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes

Cuando la mirada se aparta de la verdadera riqueza, los enfrentamientos por causa de los bienes materiales provocan descomposición de la unidad querida por Dios. A Jesús le pide uno, que intervenga a su favor para que su hermano reparta la herencia con él. La respuesta de Jesús es clara: No es juez ni árbitro entre ellos. Lo que sí hace es ofrecer una enseñanza, sentar un principio que rija la conducta del ser humano en relación con los bienes materiales.

“Guardaos de toda clase de codicia”. Dios sabe que necesitamos las cosas materiales para la subsistencia. La codicia es una deformación del ser humano que se traduce en acaparar, atesorar para sí, olvidando e irrespetando los derechos de los otros sobre los bienes de la tierra. La parábola es iluminadora.

La seguridad no la dan los bienes materiales, aunque parezca mentira, sino el compartir con los otros. Es lo que se nos dice al final:” Así es el que atesora para sí y no es rico para Dios”.

¿De quién será todo lo acumulado? Buena es la pregunta, porque cuestiona los criterios que rigen nuestras actuaciones. Lo tenemos casi todo y miramos poco por el que está a nuestras puertas, esperando un gesto que le ayude en su desolación. Ese gesto hecho realidad en el compartir lo que tenemos, es calificado por Jesús como “ser rico para Dios”.

La mayor tentación de nuestros días es considerar que nada podemos hacer para resolver los problemas que padece la gente a nuestro lado. Es necesario preguntarse: Jesús con su pobreza a todos nos enriquece ¿qué puedo hacer yo por los demás? ¿Qué quiero hacer por ellos?

Lecturas del día

De la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 2, 1-10

Hermanos:
Un tiempo estabais muertos por vuestras culpas y pecados, cuando seguíais el proceder de este mundo, según el príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora actúa en los rebeldes contra Dios.

Como ellos, también nosotros vivíamos en el pasado siguiendo las tendencias de la carne, obedeciendo los impulsos del instinto y de la imaginación; y, por naturaleza, estábamos destinados a la ira, como los demás.

Pero Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho revivir con Cristo —estáis salvados por pura gracia—; nos ha resucitado con Cristo Jesús, nos ha sentado en el cielo con él, para revelar en los tiempos venideros la inmensa riqueza de su gracia, mediante su bondad para con nosotros en Cristo Jesús.

En efecto, por gracia estáis salvados, mediante la fe. Y esto no viene de vosotros: es don de Dios. Tampoco viene de las obras, para que nadie pueda presumir.

Somos, pues, obra suya. Dios nos ha creado en Cristo Jesús, para que nos dediquemos a las buenas obras, que de antemano dispuso él que practicásemos.

Salmo   99, 1b-2. 3. 4. 5

R/. El Señor nos hizo y somos suyos

Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con vítores. R/.

Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño. R/.

Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre. R/.

El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades. R/.

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