El mandamiento más grande de la Ley es Amarás al Señor tu Dios

El mandamiento más grande de la Ley es Amarás al Señor tu Dios

Evangelio según San Mateo 22,34-40

Cuando los fariseos se enteraron de que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron con Él, y uno de ellos, que era doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley? Jesús le respondió: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas.

Comentario del Evangelio

La fe en Cristo está llamada a expresarse en un cuidado fraternal a todos los que nos rodean. En el fondo todo está relacionado. Pero ocurre que lo separamos todo y hacemos de la fe una emoción íntima que fácilmente termina perdiendo sus vínculos, sus relaciones. ¿No sería lo normal que el mundo y las criaturas se diesen cuenta de nuestra búsqueda de Dios? El silencio y la luz de nuestra casa, nuestro jardín, los árboles de las calles, los animales que buscan nuestro cariño, todo lo que nos rodea. ¡Cuánto camino necesitamos hacer hasta darnos cuenta de que todo en nosotros debe ser henchido y rescatado por el amor!

Lecturas del dia

Libro de Ezequiel 37,1-14

La mano del Señor se posó sobre mí, y el Señor me sacó afuera por medio de su espíritu y me puso en el valle, que estaba lleno de huesos. Luego me hizo pasar a través de ellos en todas las direcciones, y vi que los huesos tendidos en el valle eran muy numerosos y estaban resecos. El Señor me dijo: Hijo de hombre, ¿podrán revivir estos huesos? Yo respondí: Tú lo sabes, Señor. El me dijo: Profetiza sobre estos huesos, diciéndoles: Huesos secos, escuchen la palabra del Señor. Así habla el Señor a estos huesos: Yo voy a hacer que un espíritu penetre en ustedes, y vivirán.

Pondré nervios en ustedes, haré crecer carne sobre ustedes, los recubriré de piel, les infundiré un espíritu, y vivirán. Así sabrán que yo soy el Señor. Yo profeticé como se me había ordenado, y mientras profetizaba, se produjo un temblor, y los huesos se juntaron unos con otros. Al mirar, vi que los huesos se cubrían de nervios, que brotaba la carne y se recubrían de piel, pero no había espíritu en ellos. Entonces el Señor me dijo: Convoca proféticamente al espíritu, profetiza, hijo de hombre, Tú dirás al espíritu: Así habla el Señor: Ven, espíritu, ven de los cuatro vientos, y sopla sobre estos muertos para que revivan. Yo profeticé como él me lo había ordenado, y el espíritu penetró en ellos. Así revivieron y se incorporaron sobre sus pies. Era un ejército inmenso. Luego el Señor me dijo: Hijo de hombre, estos huesos son toda la casa de Israel. Ellos dicen: Se han secado nuestros huesos y se ha desvanecido nuestro esperanza. ¡Estamos perdidos! Por eso, profetiza diciéndoles: Así habla el Señor: Yo voy a abrir las tumbas de ustedes, los haré salir de ellas, y los haré volver, pueblo mío, a la tierra de Israel. Y cuando abra sus tumbas y los haga salir de ellas, ustedes, mi pueblo, sabrán que yo soy el Señor. Yo pondré mi espíritu en ustedes, y vivirán; los estableceré de nuevo en su propio suelo, y así sabrán que yo, el Señor, lo he dicho y lo haré -oráculo del Señor.

Salmo 107(106),2-3.4-5.6-7.8-9

Que lo digan los redimidos por el Señor,
los que él rescató del poder del enemigo
y congregó de todas las regiones:
del norte y del sur, del oriente y el occidente;

los que iban errantes por el desierto solitario,
sin hallar el camino hacia un lugar habitable.
Estaban hambrientos, tenían sed
y ya les faltaba el aliento;

pero en la angustia invocaron al Señor,
y él los libró de sus tribulaciones:
los llevó por el camino recto,
y así llegaron a un lugar habitable.

Den gracias al Señor por su misericordia
y por sus maravillas en favor de los hombres,
porque él sació a los que sufrían sed
y colmó de bienes a los hambrientos.

Homilía de san Clemente de Alejandría (150-c. 215)   ¿Cuál es el rico que podrá salvarse?  Los dos mandamientos

Cuando alguien preguntó al Maestro cuál era el mandamiento principal, respondió: ««Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser». Este mandamiento es el principal y primero». Lo creo puesto que concierne al ser esencial y primero, a Dios nuestro Padre, por quien todo ha sido hecho, todo subsiste y a quien volverán todos los que serán salvados. Es él quien nos ha amado primero, quien nos ha hecho nacer; sería un sacrilegio pensar que existe un ser anterior a él y más sabio que él. Nuestro agradecimiento es ínfimo si lo comparamos con los inmensos beneficios que de él hemos recibido y, sin embargo, es éste el mejor testimonio que podemos ofrecerle a él que es perfecto y no tiene necesidad de nada. Amemos a nuestro Padre con todas nuestras fuerzas y con todo nuestro fervor y alcanzaremos la inmortalidad. Cuanto más se ama Dios tanto más nuestra naturaleza se confunde con la suya.

El segundo mandamiento, dice Jesús, es semejante al primero: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo»… Cuando el doctor de la Ley pregunta a Jesús: « ¿Y quién es mi prójimo?» (Lc 10,29), éste no le responde con la definición judía de quien es el prójimo –el pariente, el conciudadano, el prosélito, el hombre que vive según la misma ley- sino que le cuenta la historia de un viajero que bajaba de Jerusalén a Jericó. Herido por unos ladrones…, fue atendido por un samaritano que «se comportó con él como su prójimo» (v. 36).

Y ¿quién es ante todo mi prójimo sino el Salvador? ¿Quién fue el primero en compadecerse de nosotros cuando las fuerzas de las tinieblas nos habían abandonado y herido a golpes?… Tan sólo Jesús supo curar nuestras llagas y extirpar los males enraizados en nuestros corazones… Por eso debemos amarle tanto como a Dios. Y amar a Jesucristo es cumplir su voluntad y guardar sus mandamientos.

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