Evangelio según San Mateo 8,18-22
Jesús, viéndose rodeado por la multitud, ordenó pasar a la otra orilla del lago. Se le acercó entonces un maestro de la ley, que le dijo: Maestro, deseo seguirte adondequiera que vayas. Jesús le contestó: Las zorras tienen cuevas, y las aves, nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde recostar la cabeza. Otro, que era uno de sus discípulos, le dijo: Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre. Jesús le contestó: Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos.
Comentario del Evangelio
Jesús nos muestra que seguirlo a él no es una opción más, o una decisión superficial, ligera, que se pueda tomar con frivolidad. Es mucho más radical que mudarse a otra ciudad, elegir una profesión, o casarse con alguien. Allí se juega la vida y las raíces más profundas de la propia existencia, porque es darle a Jesús el timón y el mando. Un estudioso de la Ley quiere seguir a Jesús, pero está habituado a una vida muy estructurada y llena de seguridades. Jesús le hace notar que para seguirle es necesario desinstalarse completamente. El otro personaje es uno de esos que siempre tienen una excusa, algo urgente e impostergable. Su padre muerto simboliza lo que forma parte del pasado y que nunca terminamos de entregar para comenzar una vida nueva.
Lecturas del dia
Libro de Amós 2,6-10.13-16
Así habla el Señor: Por tres crímenes de Israel, y por cuatro, no revocaré mi sentencia. Porque ellos venden al justo por dinero y al pobre por un par de sandalias; pisotean sobre el polvo de la tierra la cabeza de los débiles y desvían el camino de los humildes; el hijo y el padre tienen relaciones con la misma joven, profanando así mi santo Nombre; se tienden sobre ropas tomadas en prenda, al lado de cualquier altar, y beben en la Casa de su Dios el vino confiscado injustamente…¡Y pensar que yo destruí ante ellos al amorreo, cuya altura era igual a la de los cedros y que era fuerte como las encinas: arranqué su fruto por arriba y sus raíces por debajo!
Y a ustedes, los hice subir del país de Egipto y los conduje cuarenta años por el desierto, para que tomaran en posesión el país del amorreo. Por eso, yo los voy a aplastar, como aplasta un carro cargado de gavillas. El hombre veloz no tendrá escapatoria, el fuerte no podrá valerse de su fuerza ni el valiente salvará su vida; el arquero no resistirá, el de piernas ágiles no escapará, el jinete no salvará su vida, y el más valeroso entre los valientes huirá desnudo aquel día -oráculo del Señor-.
Salmo 50(49),16bc-17.18-19.20-21.22-23
¿Cómo te atreves a pregonar mis mandamientos
y a mencionar mi alianza con tu boca,
tú, que aborreces toda enseñanza
y te despreocupas de mis palabras?
Si ves a un ladrón, tratas de emularlo;
haces causa común con los adúlteros;
hablas mal sin ningún reparo
y tramas engaños con tu lengua.
Te sientas a conversar contra tu hermano,
deshonras al hijo de tu propia madre.
Haces esto, ¿y yo me voy a callar?
¿Piensas acaso que soy como tú?
Te acusaré y te argüiré cara a cara.
Entiendan bien esto, los que olvidan a Dios,
no sea que yo los destruya sin remedio.
El que ofrece sacrificios de alabanza,
me honra de verdad;
y al que va por el buen camino,
le haré gustar la salvación de Dios.”
Comentario del Evangelio por San León Magno (¿-c. 461) La pobreza que enriquece
Después del Señor, los apóstoles fueron los primeros que nos dieron ejemplo de esta magnánima pobreza, pues al oír la voz del divino Maestro, dejando absolutamente todas las cosas, en un momento pasaron de pescadores de peces a pescadores de hombres (cf. Mt 4, 18- 24). Y lograron, además que muchos otros, imitando su fe, siguieran esta misma senda. En efecto, muchos de los primeros hijos de la Iglesia, al convertirse a la fe, no teniendo más que un solo corazón y una sola alma (Hch 4, 32) dejaron sus bienes y posesiones y abrazando la pobreza, se enriquecieron con bienes eternos y encontraban su alegría en seguir las enseñanzas de los apóstoles, no poseyendo nada en este mundo y teniéndolo todo en Cristo.
Por eso, el apóstol Pedro, cuando, al subir al templo, se encontró con aquel cojo que le pedía limosna, le dijo «no tengo plata ni oro, te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo, echa a andar» ( Hch 3, 6)… La palabra de Pedro lo hace sano; y el que no pudo dar la imagen del César grabada en una moneda a aquel hombre que le pedía limosna, le dio, en cambio, la imagen de Cristo al devolverle la salud.
Y este tesoro enriqueció no sólo al que recobró la facultad de andar, sino también a aquellos cinco mil hombres que ante esta curación milagrosa, creyeron en la predicación de Pedro (Hch 4,4). Este pobre que no tenía nada que dar al que le pedía limosna, distribuyó tan abundantemente la gracia de Dios, que dio no solo vigor a las piernas del cojo, sino también la salud del alma y su fe a aquella ingente multitud de creyentes.