Evangelio según San Juan 15,26-27.16,1-4a
En aquel tiempo dijo Jesús: Pero cuando venga el defensor, el Espíritu de la verdad, que yo enviaré de parte del Padre, él será mi testigo. Y también vosotros seréis mis testigos, porque habéis estado conmigo desde el principio. Os digo estas cosas para que no perdáis vuestra fe en mí.
Os expulsarán de las sinagogas, e incluso llegará el momento en que cualquiera que os mate creerá que le está prestando un servicio a Dios. Eso lo harán porque no nos han conocido ni al Padre ni a mí. Os digo esto para que, cuando llegue el momento, os acordéis de que ya os lo había dicho.
Comentario del Evangelio
El Espíritu viene del Padre y del Hijo. Además, es testigo cualificado que depone con verdad. Los discípulos también son testigos, pero se les anticipa que no serán precisamente “testigos protegidos”. Tendrán que soportar la mayor ignominia: el mal y la persecución por parte de los que se consideran piadosos y buenos. El nacimiento de la Iglesia aparece así vinculado a la persecución. La razón estriba en no pertenecer al “mundo”.
Cuando la Iglesia cede a la tentación de separarse de la cruz y de asemejarse al mundo, traiciona la voluntad de Dios. Nacimos a los pies de una cruz y con la mirada clavada en el crucificado.
Lecturas del día
Libro de los Hechos de los Apóstoles 16,11-15
En aquellos días, nos embarcamos en Tróade y fuimos derecho a Samotracia, y al día siguiente a Neápolis. De allí fuimos a Filipos, ciudad importante de esta región de Macedonia y colonia romana. Pasamos algunos días en esta ciudad, y el sábado nos dirigimos a las afueras de la misma, a un lugar que estaba a orillas del río, donde se acostumbraba a hacer oración. Nos sentamos y dirigimos la palabra a las mujeres que se habían reunido allí.
Había entre ellas una, llamada Lidia, negociante en púrpura, de la ciudad de Tiatira, que adoraba a Dios. El Señor le tocó el corazón para que aceptara las palabras de Pablo. Después de bautizarse, junto con su familia, nos pidió: “Si ustedes consideran que he creído verdaderamente en el Señor, vengan a alojarse en mi casa”; y nos obligó a hacerlo.
Salmo 149(148),1-2.3-4.5-6a.9b
Canten al Señor un canto nuevo,
resuene su alabanza en la asamblea de los fieles;
que Israel se alegre por su Creador
y los hijos de Sión se regocijen por su Rey.
Celebren su Nombre con danzas,
cántenle con el tambor y la cítara,
porque el Señor tiene predilección por su pueblo
y corona con el triunfo a los humildes.
Que los fieles se alegren por su gloria
y canten jubilosos en sus fiestas.
Glorifiquen a Dios con sus gargantas;
ésta es la victoria de todos sus fieles.
Tomás de Aquino (1225-1274) teólogo, doctor de la Iglesia El envío del Espíritu Santo
Hay que considerar que, cuando se dice que el Espíritu Santo ha sido enviado, no es que cambie de lugar, puesto que él llena el mundo entero, como lo dice el libro de la Sabiduría (Sb 1,7), sino que comienza a vivir de una nueva manera, por la gracia, en aquellos que él convierte en templo de Dios: “¿No saben que son templo de Dios, y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?” (1 Cor 3,16)
Y no es una contradicción decir que ha sido enviado y que viene, pues decir que viene, nos hace ver de manifiesto la majestad de su divinidad, él que “opera” “como lo desea” (1 Cor 12,6 y 11), y decir que es enviado, muestra que procede de otro. En efecto, el hecho de santificar a la creatura racional habitando en ella, lo recibe de otro, de quién recibe el ser, como el Hijo recibe de otro todo lo que hace.
Remarquemos también que la misión del Espíritu Santo viene conjuntamente del Padre y del Hijo, así como lo expresa el Apocalipsis: “El Ángel me mostró el río de agua de la vida-es decir el Espíritu Santo- procedente del trono de Dios y del Cordero- es decir de Cristo.” (Ap 22,1) Es por esta razón que, para la misión del Espíritu Santo, se hace mención del Padre y del Hijo por los cuales, en virtud de un mismo e igual poder, es enviado. También Cristo presenta a veces al Padre como aquél que envía, pero no sin el Hijo “El Paráclito, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre” (Jn 14,26) y a veces se presenta él mismo como aquel que envía, pero no sin el Padre: “que yo les enviaré desde el Padre” porque todo lo que opera el Hijo, lo saca del padre: “El Hijo no puede hacer nada por su cuenta.” (Jn 5,19).