Evangelio según San Juan 3,16-21
Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas. En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios.
Comentario del Evangelio
El cristianismo no es una doctrina filosófica, no es un programa de vida para sobrevivir, para ser educados, para hacer las paces. Estas son las consecuencias. El cristianismo es una persona, una persona elevada en la Cruz, una persona que se aniquiló a sí misma para salvarnos; se ha hecho pecado. Y así como en el desierto ha sido elevado el pecado, aquí que se ha elevado Dios, hecho hombre y hecho pecado por nosotros. Y todos nuestros pecados estaban allí. No se entiende el cristianismo sin comprender esta profunda humillación del Hijo de Dios, convirtiéndose en siervo hasta la muerte y muerte de cruz, para servir.” (Sto padre Fco)
Lecturas del dia
Libro de los Hechos de los Apóstoles 5,17-26
Intervino entonces el Sumo Sacerdote con todos sus partidarios, los de la secta de los saduceos. Llenos de envidia, hicieron arrestar a los Apóstoles y los enviaron a la prisión pública. Pero durante la noche, el Angel del Señor abrió las puertas de la prisión y los hizo salir. Luego les dijo:
“Vayan al Templo y anuncien al pueblo todo lo que se refiere a esta nueva Vida”. Los Apóstoles, obedecieron la orden, entraron en el Templo en las primeras horas del día, y se pusieron a enseñar. Entre tanto, llegaron el Sumo Sacerdote y sus partidarios, convocaron al Sanedrín y a todo el Senado del pueblo de Israel, y mandaron a buscarlos a la cárcel. Cuando llegaron los guardias a la prisión, no los encontraron. Entonces volvieron y dijeron:Encontramos la prisión cuidadosamente cerrada y a los centinelas de guardia junto a las puertas, pero cuando las abrimos, no había nadie adentro. Al oír esto, el jefe del Templo y los sumos sacerdotes quedaron perplejos y no podían explicarse qué había sucedido. En ese momento llegó uno, diciendo: Los hombres que ustedes arrestaron, están en el Templo y enseñan al pueblo. El jefe de la guardia salió con sus hombres y trajeron a los Apóstoles, pero sin violencia, por temor de ser apedreados por el pueblo.
Salmo 34(33),2-3.4-5.6-7.8-9
Bendeciré al Señor en todo tiempo,
su alabanza estará siempre en mis labios.
Mi alma se gloría en el Señor:
que lo oigan los humildes y se alegren.
Glorifiquen conmigo al Señor,
alabemos su Nombre todos juntos.
Busqué al Señor: El me respondió
y me libró de todos mis temores.
Miren hacia El y quedarán resplandecientes,
y sus rostros no se avergonzarán.
Este pobre hombre invocó al Señor:
El lo escuchó y lo salvó de sus angustias.
El Ángel del Señor acampa
en torno de sus fieles, y los libra.
¡Gusten y vean qué bueno es el Señor!
¡Felices los que en El se refugian!
Enseñanza del Beato Columba Marmion (1858-1923) El espíritu de abandono
“Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único” (Jn 3,16)
Las maravillas y las manifestaciones del amor de Dios por nosotros son infinitas. El amor divino se expande no sólo en el hecho de nuestra adopción, sino en la admirable vía elegida por Dios para realizarla en nosotros.
Dios nos ama con un amor infinito, con amor paternal. Pero nos ama en su Hijo. Para hacernos hijos suyos, Dios nos da su Hijo, Cristo Jesús: es el don supremo del amor. “Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único” (Jn 3,16). ¿Por qué nos lo entrega? Para que sea nuestra sabiduría y santificación, nuestra redención y justicia, nuestra luz y camino, nuestro alimento y vida.
En una palabra, para que haga de mediador entre el Padre y nosotros. Cristo Jesús, Verbo encarnado, llena el abismo que separaba al hombre del Creador. En su Hijo y por su Hijo, Dios derrama desde el cielo, en nuestras almas, todas las bendiciones divinas de la gracia. Ellas nos hacen vivir en hijos dignos del Padre celeste (cf. Ef 1,3).
Todas las gracias nos vienen por Jesús. Por él viene del cielo todo bien. Así, Dios nos ama en la medida que amamos a su Hijo y creemos en él. Nuestro Señor mismo nos dirige esta palabra tan consoladora: “El Padre los ama porque ustedes me aman y han creído que yo vengo de Dios” (Jn 16,27). Cuando el Padre ve un alma plena de amor por su Hijo, la llena de sus más abundantes bendiciones.