El cielo y la tierra pasarán pero mis palabras no pasarán

El cielo y la tierra pasarán pero mis palabras no pasarán

Evangelio según San Lucas 21,29-33

Jesús hizo a sus discípulos esta comparación: Miren lo que sucede con la higuera o con cualquier otro árbol. Cuando comienza a echar brotes, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano. Así también, cuando vean que suceden todas estas cosas, sepan que el Reino de Dios está cerca. Les aseguro que no pasará esta generación hasta que se cumpla todo esto. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.

Comentario del Evangelio

Todo pasa. Nuestra vida también

El paso de las estaciones, el fin del año litúrgico, los días y las horas… todo pasa. Y nuestra vida también. Hay momentos en los que deseamos parar el tiempo, pero se nos escapa inexorablemente. Sin embargo, Dios permanece, su Palabra sale cada día a nuestro encuentro y vemos en ella que Dios no pierde el tiempo, sino que permanece en él para ayudarnos a cada uno de nosotros a vivir intensamente el presente.

Leyendo la historia de nuestra vida en clave de fe, descubriremos la presencia providente de quien nos ha acompañado y sostenido siempre, hasta en los momentos más oscuros de la vida, incluso cuando le hemos dado la espalda. Necesitamos esa lectura de nuestra historia para contemplar con confianza nuestro futuro.

Lecturas del día

Libro de Daniel 7,2-14

Daniel tomó la palabra y dijo: Yo miraba en mis visiones nocturnas, y vi los cuatro vientos del cielo que agitaban el gran mar. Y cuatro animales enormes, diferentes entre sí, emergieron del mar.

El primero era como un león y tenía alas de águila. Yo estuve mirando hasta que fueron arrancadas sus alas; él fue levantado de la tierra y puesto de pie sobre dos patas como un hombre, y le fue dado un corazón de hombre. Luego vi otro animal, el segundo, semejante a un oso; él estaba medio erguido y tenía tres costillas en su boca, entre sus dientes. Y le hablaban así: ¡Levántate, devora carne en abundancia!

Después de esto, yo estaba mirando y vi otro animal como un leopardo; tenía cuatro alas de pájaro sobre el dorso y también cuatro cabezas, y le fue dado el dominio. Después de esto, yo estaba mirando en las visiones nocturnas y vi un cuarto animal, terrible, espantoso y extremadamente fuerte; tenía enormes dientes de hierro, comía, trituraba y el resto lo pisoteaba con las patas.

Era diferente de todos los animales que lo habían precedido, y tenía diez cuernos. Yo observaba los cuernos, y vi otro cuerno, pequeño, que se elevaba entre ellos. Tres de los cuernos anteriores fueron arrancados delante de él, y sobre este cuerno había unos ojos como de hombre y una boca que hablaba con insolencia. Yo estuve mirando hasta que fueron colocados unos tronos y un Anciano se sentó. Su vestidura era blanca como la nieve y los cabellos de su cabeza como la lana pura; su trono, llamas de fuego, con ruedas de fuego ardiente.

Un río de fuego brotaba y corría delante de él. Miles de millares lo servían, y centenares de miles estaban de pie en su presencia. El tribunal se sentó y fueron abiertos unos libros. Yo miraba a causa de las insolencias que decía el cuerno: estuve mirando hasta que el animal fue muerto, y su cuerpo destrozado y entregado al ardor del fuego. También a los otros animales les fue retirado el dominio, pero se les permitió seguir viviendo por un momento y un tiempo.

Yo estaba mirando, en las visiones nocturnas, y vi que venía sobre las nubes del cielo como un Hijo de hombre; él avanzó hacia el Anciano y lo hicieron acercar hasta él. Y le fue dado el dominio, la gloria y el reino, y lo sirvieron todos los pueblos, naciones y lenguas. Su dominio es un dominio eterno que no pasará, y su reino no será destruido.

Libro de Daniel 3,75.76.77.78.79.80.81

Montañas y colinas, bendigan al Señor,
¡alábenlo y glorifíquenlo eternamente!

Todo lo que brota sobre la tierra, bendiga al Señor,
¡alábenlo y glorifíquenlo eternamente!

Manantiales, bendigan al Señor,
¡alábenlo y glorifíquenlo eternamente!

Mares y ríos, bendigan al Señor,
¡alábenlo y glorifíquenlo eternamente!

Cetáceos y todo lo que se mueve en las aguas, bendigan al Señor, ¡alábenlo y glorifíquenlo eternamente!

Todas las aves del cielo, bendigan al Señor,
¡alábenlo y glorifíquenlo eternamente!

Todas las fieras y animales, bendigan al Señor,
¡alábenlo y glorifíquenlo eternamente!

Homilía de Orígenes (c. 185-253)   El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán

«Bebe el agua de tu cisterna, la que brota de tu pozo, que sean para ti solo» (Pr 5,15.17). Tú que me escuchas, procura tener un pozo y una cisterna que sean tuyos; de manera que, cuando cojas el libro de las Escrituras, llegues a descubrir, también tú, de ti mismo, alguna interpretación. Sí, con lo que has aprendido en la Iglesia, procura beber, también tú, de la fuente que mana de tu espíritu.

En el interior de ti mismo está… «el agua viva» (Jn 4,10); hay en ti los canales inagotables y los ríos henchidos del sentido espiritual de la Escritura, con tal que no estén obstruidos por la tierra y los escombros. En este caso, lo que hay que hacer, es cavar y limpiar, es decir, quitar la pereza del espíritu y sacudir el adormecimiento del corazón…

Purifica, pues, tu espíritu para que un día bebas de tus fuentes y saques el agua viva de tus pozos. Porque si has recibido en ti la palabra de Dios, si has recibido de Jesús el agua viva, y si la has recibido con fe, en ti llegará a ser «un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna» (Jn 4,14).

 

 

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