Evangelio según San Marcos 8,22-26
Llegaron a Betsaida, y llevaron un ciego a Jesús y le rogaron que lo tocara. Jesús tomó de la mano al ciego y lo sacó fuera del pueblo. Le mojó los ojos con saliva, puso las manos sobre él y le preguntó si veía algo. El ciego comenzó a ver y dijo: Veo gente. Me parecen árboles que andan. Jesús le puso otra vez las manos sobre los ojos, y el hombre miró con atención y quedó sanado: ya todo lo veía claramente. Entonces lo mandó a su casa y le dijo: No vuelvas al pueblo.
Comenario del Evangelio
¡Déjate curar por el Señor! Éste es un milagro extraño. Parece como si Jesús no calibrara bien la vista del ciego. Como cuando vamos al oculista y nos va probando distintos cristales. Pero es porque Jesús no quiere hacer nada sin nosotros. Lo importante no es simplemente la curación de la vista, sino que hemos de hacer un camino con Jesús. Es cuando “miró con atención” cuando el hombre quedó sano y veía claramente. También nosotros hemos de mirar con atención para ver la obra que Jesús va haciendo en nosotros. Es una obra de sanación que requiere tiempo y paciencia para que la vida se transforme y cambie de rumbo. Por eso, Jesús puede decirle ahora: “No vuelvas al pueblo”, es decir, no vuelvas a tu vida de antes.
Libro de Génesis 8,6-13.20-22
Al cabo de cuarenta días, Noé abrió la ventana que había hecho en el arca, y soltó un cuervo, el cual revoloteó, yendo y viniendo hasta que la tierra estuvo seca. Después soltó una paloma, para ver si las aguas ya habían bajado. Pero la paloma no pudo encontrar un lugar donde apoyarse, y regresó al arca porque el agua aún cubría toda la tierra. Noé extendió su mano, la tomó y la introdujo con él en el arca. Luego esperó siete días más, y volvió a soltar la paloma fuera del arca. Esta regresó al atardecer, trayendo en su pico una rama verde de olivo. Así supo Noé que las aguas habían terminado de bajar. Esperó otros siete días y la soltó nuevamente. Pero esta vez la paloma no volvió. La tierra comenzó a secarse en el año seiscientos uno de la vida de Noé, el primer día del mes. Noé retiró el techo del arca, y vio que la tierra se estaba secando.
Luego Noé levantó un altar al Señor, y tomando animales puros y pájaros puros de todas clases, ofreció holocaustos sobre el altar. Cuando el Señor aspiró el aroma agradable, se dijo a sí mismo: “Nunca más volveré a maldecir el suelo por causa del hombre, porque los designios del corazón humano son malos desde su juventud; ni tampoco volveré a castigar a todos los seres vivientes, como acabo de hacerlo. De ahora en adelante, mientras dure la tierra, no cesarán la siembra y la cosecha, el frío y el calor, el verano y el invierno, el día y la noche”.
Salmo 116(115),12-13.14-15.18-19
¿Con qué pagaré al Señor
todo el bien que me hizo?
Alzaré la copa de la salvación
e invocaré el nombre del Señor.
Cumpliré mis votos al Señor
en presencia de todo su pueblo.
¡Qué penosa es para el Señor
la muerte de sus amigos!
Cumpliré mis votos al Señor,
en presencia de todo su pueblo.
en los atrios de la casa del Señor,
en medio de ti, Jerusalén.
¡Aleluya!
Comentario de San Gregorio de Nisa (c. 335-395) Verán a Dios
La impresión que causa contemplar la inmensidad del mar es la que experimento cuando, desde las alturas de las palabras del Señor, como desde la cima de una montaña, contemplo su abismo infinito. (…) Mi alma experimenta vértigo ante esta palabra del Señor: “Dichosos los limpios de corazón porque verán a Dios.” (Mt 5,8) Dios se ofrece a la mirada de los que tienen el corazón puro. Ahora bien, “nadie ha visto nunca a Dios.” (Jn 1,18) dice San Juan. Y San Pablo confirma esta idea hablando de aquel que “nadie entre los hombres no lo ha visto ni lo verá jamás.” (1Tim 6,16) Dios es la roca abrupta y tallada que no da lugar a que podamos imaginarlo. Moisés lo llama el “inaccesible”…; “Nadie puede ver al Señor y seguir con vida.” (Ex 33,20) Pero qué es esto? La vida eterna es la visión de Dios y los pilares de la fe nos aseguran que esto es imposible? ¡Qué abismo! (…) Si Dios es la vida, aquel que no le ve tampoco ve la vida. (…)
Ahora bien, el Señor estimula esta esperanza. ¿No dio la prueba de ello a Pedro? Debajo de los pies del apóstol, a punto de ahogarse, el Señor pone firmeza y afianza sus pies. (cf Mt 4,30) ¿La mano del Verbo se extenderá también sobre nosotros que estamos sumergidos en estos abismos, nos sostendrá? Entonces nos veremos afianzados porque firmemente dirigidos por la mano del Verbo.
“Dichosos los limpios de corazón porque verán a Dios.” Esta promesa sobrepasa nuestras alegrías más grandes. Después de esta felicidad ¿qué podremos desear todavía? (…) El que ve a Dios posee en esta visión todos los bienes imaginables: una vida sin fin, una incorruptibilidad perpetua, un gozo inacabable, un poder invencible, delicias eternas, una luz verdadera, las dulces palabras del Espíritu, una gloria incomparable, una alegría ininterrumpida, todos los bienes juntos. ¡Qué bienes tan grandes y hermosos nos ofrece esta bienaventuranza!