El ciego de Jericó

El ciego de Jericó

Evangelio según San Lucas 18,35-43

Cuando se acercaba a Jericó, un ciego estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna.  Al oír que pasaba mucha gente, preguntó qué sucedía. Le respondieron que pasaba Jesús de Nazaret. El ciego se puso a gritar: ¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí! Los que iban delante lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte: ¡Hijo de David, ten compasión de mí! Jesús se detuvo y mandó que se lo trajeran. Cuando lo tuvo a su lado, le preguntó: ¿Qué quieres que haga por ti? Señor, que yo vea otra vez. Y Jesús le dijo: Recupera la vista, tu fe te ha salvado. En el mismo momento, el ciego recuperó la vista y siguió a Jesús, glorificando a Dios. Al ver esto, todo el pueblo alababa a Dios.

Comentario del Evangelio

La fe, fuente de sanación y salvación

La fe verdadera es, en el Evangelio, fuente de sanación y de salvación. La confianza plena depositada en Jesús obra en el pobre ciego de Jericó un doble milagro: recobrar la vista y ser salvado. La luz de la fe puede ser, también en nosotros, esa mirada nueva sobre aquello que nos angustia, nos preocupa o nos impide ver la vida con alegría. Y, sobre todo, es siempre fuente de esperanza cuando reconocemos a través de ella a ese Dios providente que sabe ayudarnos a crecer en fortaleza y humildad a través de las dificultades. Pidámosle hoy al Señor reconocernos igual de necesitados que el hombre de Jericó y una fe verdadera que conmueva el corazón de Jesús en el Evangelio.

Lecturas del día

Primer Libro de Macabeos 1,10-15.41-43.54-57.62-64

De ellos surgió un vástago perverso, Antíoco Epífanes, hijo de Antíoco, que había estado en Roma como rehén y subió al trono el año ciento treinta y siete del Imperio griego. Fue entonces cuando apareció en Israel un grupo de renegados que sedujeron a muchos, diciendo: “Hagamos una alianza con las naciones vecinas, porque desde que nos separamos de ellas, nos han sobrevenido muchos males”. Esta propuesta fue bien recibida, y algunos del pueblo fueron en seguida a ver al rey y este les dio autorización para seguir la costumbres de los paganos. Ellos construyeron un gimnasio en Jerusalén al estilo de los paganos, disimularon la marca de la circuncisión y, renegando de la santa alianza, se unieron a los paganos y se entregaron a toda clase de maldades. El rey promulgó un decreto en todo su reino, ordenando que todos formaran un solo pueblo y renunciaran a sus propias costumbres.

Todas las naciones se sometieron a la orden del rey y muchos israelitas aceptaron el culto oficial, ofrecieron sacrificios a los ídolos y profanaron el sábado. El día quince del mes de Quisleu, en el año ciento cuarenta y cinco, el rey hizo erigir sobre el altar de los holocaustos la Abominación de la desolación. También construyeron altares en todos las ciudades de Judá. En las puertas de las casas y en las plazas se quemaba incienso. Se destruían y arrojaban al fuego los libros de la Ley que se encontraban, y al que se descubría con un libro de la Alianza en su poder, o al que observaba los preceptos de la Ley, se lo condenaba a muerte en virtud del decreto real. Sin embargo, muchos israelitas se mantuvieron firmes y tuvieron el valor de no comer alimentos impuros; prefirieron la muerte antes que mancharse con esos alimentos y quebrantar la santa alianza, y por eso murieron. Y una gran ira se descargó sobre Israel.

Salmo 119(118),53.61.134.150.155.158

Me lleno de indignación ante los pecadores,
ante los que abandonan tu ley.
Los lazos de los malvados me rodean,
pero yo no me olvido de tu ley.

Líbrame de la opresión de los hombres,
y cumpliré tus mandamientos.
Se acercan a mí los que me persiguen con perfidia,
los que están alejados de tu ley.

La salvación está lejos de los impíos,
porque no buscan tus preceptos.
Veo a los pecadores y siento indignación,
porque no cumplen tu palabra.

Homilía de san Gregorio Magno (c. 540-604)   Jesús, hijo de David, ten compasión de mí

Fijémonos en que el ciego recobra la vista cuando Jesús está ya próximo a Jericó. Jericó significa «luna», y en la Santa Escritura, la luna es el símbolo de la carne destinada a desaparecer; en este momento del mes, la luna decrece, simbolizando con ello el declive de nuestra condición humana condenada a la muerte. Es, pues, al acercarse a Jericó que nuestro Creador devuelve la vista al ciego. Es al hacerse nuestro prójimo a través de la carne que asume y de la que se reviste con su mortalidad, que devuelve al género humano la luz que habíamos perdido. Es precisamente porque Dios asume nuestra naturaleza que el hombre accede a la condición divina.

Y es precisamente la humanidad la que queda representada por este ciego sentado al borde del camino y mendigando, porque la Verdad dice de ella misma: «Yo soy el camino» (Jn 14,6). El que no conoce el resplandor de la luz eterna, ciertamente es ciego, pero si comienza a creer en el Redentor, entonces «está sentado al borde del camino». Si creyendo en él, descuida de pedir el don de la luz eterna, si rechaza pedírselo, permanece al borde del camino; y no se cree necesitado de pedir… Que todo el que reconoce que las tinieblas hacen de él un ciego, que todo el que comprende que le falta la luz eterna, clame del fondo de su corazón, con todo su espíritu: «Jesús, hijo de David, ten compasión de mí»

 

 

 

 

 

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