Dios entregó a su Hijo para que el que cree en él no muera y tenga vida eterna

Dios entregó a su Hijo para que el que cree en él no muera y tenga vida eterna

Evangelio según san Juan 3,16-21

Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.» El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas. En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios.

Comentario del Evangelio

El amor es mucho más que sentimiento: abarca la entera realidad, todas sus dimensiones. El amor es una voluntad, una decisión, una entrega que comporta renuncias y sufrimientos. Tanto me amó Dios que mi vida le ha costado la vida al Hijo único de Dios. Tanto amó Dios al mundo, que el Hijo es el precio para que el mundo se llene de la gracia de Dios. El amor de Dios a nosotros le ha costado el desgarro de la entrega de su Hijo, una entrega total y dolorosa, hasta la muerte. En la Resurrección, descubrimos un amor verdadero. Si amamos a Dios, no es posible no es posible no anunciarlo y compartir su amor con nosotros. Hoy nos preguntamos:

¿Cómo estoy anunciando el amor de Dios?
¿Estamos compartiendo la Luz que se nos ha regalado en Jesús?
¿Trasmitimos a los demás cómo Jesús dio su vida por nosotros?

Lecturas del día

Libro de los Hechos de los Apóstoles 5,17-26

Intervino entonces el Sumo Sacerdote con todos sus partidarios, los de la secta de los saduceos. Llenos de envidia, hicieron arrestar a los Apóstoles y los enviaron a la prisión pública. Pero durante la noche, el Angel del Señor abrió las puertas de la prisión y los hizo salir. Luego les dijo: “Vayan al Templo y anuncien al pueblo todo lo que se refiere a esta nueva Vida”. Los Apóstoles, obedecieron la orden, entraron en el Templo en las primeras horas del día, y se pusieron a enseñar. Entre tanto, llegaron el Sumo Sacerdote y sus partidarios, convocaron al Sanedrín y a todo el Senado del pueblo de Israel, y mandaron a buscarlos a la cárcel.

Cuando llegaron los guardias a la prisión, no los encontraron. Entonces volvieron y dijeron: “Encontramos la prisión cuidadosamente cerrada y a los centinelas de guardia junto a las puertas, pero cuando las abrimos, no había nadie adentro”. Al oír esto, el jefe del Templo y los sumos sacerdotes quedaron perplejos y no podían explicarse qué había sucedido. En ese momento llegó uno, diciendo: “Los hombres que ustedes arrestaron, están en el Templo y enseñan al pueblo”.

El jefe de la guardia salió con sus hombres y trajeron a los Apóstoles, pero sin violencia, por temor de ser apedreados por el pueblo.

Salmo 34(33),2-3.4-5.6-7.8-9

Bendeciré al Señor en todo tiempo,
su alabanza estará siempre en mis labios.
Mi alma se gloría en el Señor:
que lo oigan los humildes y se alegren.

Glorifiquen conmigo al Señor,
alabemos su Nombre todos juntos.
Busqué al Señor: El me respondió
y me libró de todos mis temores.

Miren hacia El y quedarán resplandecientes,
y sus rostros no se avergonzarán.
Este pobre hombre invocó al Señor:
El lo escuchó y lo salvó de sus angustias.

El Ángel del Señor acampa
en torno de sus fieles, y los libra.
¡Gusten y vean qué bueno es el Señor!
¡Felices los que en El se refugian!

Enseñanza de san Alfonso María de Ligorio (1696-1787) Hablar a Dios con confianza y familiaridad

Las misericordias de las que fue objeto, son testigos segurísimos de su amor por usted. Cuando Dios ama un alma y es sinceramente amado, le desagrada encontrar en ella la desconfianza. Si desea alegrar su Corazón tan amante, vaya desde hoy a él, con la más sincera confianza y la más libre ternura que pueda alcanzar.

“Yo te llevo grabada en las palmas de mis manos, tus muros están siempre ante mi” (Is 49,16), decía el Señor a Jerusalén. Así le habla también a usted: “Alma querida, ¿qué temes? ¿Por qué esta desconfianza? Tu nombre lo llevo escrito en mis manos: no pierdo jamás de vista el hacerte el bien. ¿Tus enemigos te hacen temblar? Debes saber que la preocupación de tu defensa está tan presente en mi pensamiento que no me puedo distraer”. (…)

Sobre todo reanime su confianza con el pensamiento del don que Dios nos hizo en Jesucristo: “Dios amó tanto al mundo que dio a su Hijo Único” (Jn 3,16). Por eso, el Apóstol pregunta de dónde viene el temor que Dios reusaría algún bien, luego que nos dio a su Hijo: “El que no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por nosotros, ¿no nos concederá con él toda clase de favores?” (Rom 8,32).

“Mi delicia era estar con los hijos de los hombres” (Prov 8,31). Podemos decir que el paraíso de Dios es el corazón del hombre. ¿Dios lo ama? Ámele. ¿Su delicia es estar con usted? Ponga su delicia en permanecer con él, en pasar su vida entera en tan amable compañía. Como usted espera, ella será el encanto de su eternidad.

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