Después se mostró a dos de ellos que iban caminando hacia el poblado de Emaús

Después se mostró a dos de ellos que iban caminando hacia el poblado de Emaús

Evangelio según san Marcos 16,9-15

Jesús, que había resucitado a la mañana del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, aquella de quien había echado siete demonios. Ella fue a contarlo a los que siempre lo habían acompañado, que estaban afligidos y lloraban. Cuando la oyeron decir que Jesús estaba vivo y que lo había visto, no le creyeron.

Después, se mostró con otro aspecto a dos de ellos, que iban caminando hacia un poblado. Y ellos fueron a anunciarlo a los demás, pero tampoco les creyeron. En seguida, se apareció a los Once, mientras estaban comiendo, y les reprochó su incredulidad y su obstinación porque no habían creído a quienes lo habían visto resucitado. Entonces les dijo: Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación.

Comentario del Evangelio

Jesús critica la incredulidad y manda anunciar la Buena Nueva a todas las criaturas. ¿Por qué esta incredulidad? Probablemente porque la fe en Jesús pasa por la fe en las personas que dan testimonio de él. Nosotros somos esos mensajeros que preparamos el camino. No somos los que convertimos a las personas o quienes damos alegría. Somos una chispa, en medio de la oscuridad, que prepara los corazones para el encuentro con Cristo. Somos los que demostramos con nuestra vida, que un cambio es posible pero sólo Cristo, en el encuentro personal con EL, es capaz de dar a los corazones la apertura a la conversión. Hoy nos preguntamos:

¿Qué estoy llamado a hacer para asumir el anuncio de la Buena Noticia?
¿Tengo suficiente fe para trasmitir la buena noticia?
¿Tengo la valentía de pedir al Espíritu Santo su apoyo para evangelizar?

Lecturas del día

Libro de los Hechos de los Apóstoles 4,13-21

Los miembros del Sanedrín estaban asombrados de la seguridad con que Pedro y Juan hablaban, a pesar de ser personas poco instruidas y sin cultura. Reconocieron que eran los que habían acompañado a Jesús, pero no podían replicarles nada, porque el hombre que había sido curado estaba de pie, al lado de ellos.

Entonces les ordenaron salir del Sanedrín y comenzaron a deliberar, diciendo: “¿Qué haremos con estos hombres? Porque no podemos negar que han realizado un signo bien patente, que es notorio para todos los habitantes de Jerusalén. A fin de evitar que la cosa se divulgue más entre el pueblo, debemos amenazarlos, para que de ahora en adelante no hablen de ese Nombre”. Los llamaron y les prohibieron terminantemente que dijeran una sola palabra o enseñaran en el nombre de Jesús.

Pedro y Juan les respondieron: “Juzguen si está bien a los ojos del Señor que les obedezcamos a ustedes antes que a Dios. Nosotros no podemos callar lo que hemos visto y oído”. Después de amenazarlos nuevamente, los dejaron en libertad, ya que no sabían cómo castigarlos, por temor al pueblo que alababa a Dios al ver lo que había sucedido.

Salmo 118(117),1.14-15.16ab-18.19-21

¡Den gracias al Señor, porque es bueno,
porque es eterno su amor!
El Señor es mi fuerza y mi protección;
él fue mi salvación.
Un grito de alegría y de victoria
resuena en las carpas de los justos.

“La mano del Señor hace proezas,
La mano del Señor es sublime,
la mano del Señor hace proezas.
No, no moriré:
viviré para publicar lo que hizo el Señor.
El Señor me castigó duramente,

pero no me entregó a la muerte.
«Abran las puertas de la justicia
y entraré para dar gracias al Señor.»
«Esta es la puerta del Señor:
sólo los justos entran por ella.»
Yo te doy gracias porque me escuchaste

y fuiste mi salvación.

Sermón de san Agustín (354-430) Proclamad la Buena Noticia a toda la creación

Habéis oído lo que dice el Señor a sus discípulos después de la Resurrección. Les envía a predicar el Evangelio, y lo hacen. Escuchad: “A toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje” (Sl 18,5). Poco a poco el Evangelio ha llegado hasta nosotros y hasta los confines de la tierra. El Señor, dirigiéndose a sus discípulos, en pocas palabras estableció lo que debemos hacer y lo que debemos esperar.

En efecto, tal como lo habéis entendido, dice: “El que crea y sea bautizado, se salvará.” Pide nuestra adhesión de fe y nos da la salvación. Tan precioso como es lo que nos ofrece y no es nada lo que nos pide.

“Oh Dios, los humanos se acogen a la sombra de tus alas…, les das a beber del torrente de tus delicias, porque en ti está la fuente viva” (Sl 35,8s). Jesucristo es la fuente de vida. Antes que la fuente de vida llegara hasta nosotros, sólo teníamos una salvación humana, semejante a la que tienen los animales y de la que habla el salmo: “Tú socorres a hombres y animales, Señor” (Sl 35,7). Mas ahora que la fuente de la vida ha llegado hasta nosotros, la otra fuente de vida está muerta para nosotros. ¿Acaso rechazará el darnos su vida Aquél que por nosotros ha dado su muerte?

Él es la salvación, y esta salvación no es vana como la otra. ¿Por qué? Porque no pasa. El salvador ha venido. Ha muerto, ciertamente, pero con su muerte ha dado muerte a la muerte. En su carne ha puesto un término a la muerte. La ha asumido y le ha dado muerte. ¿Dónde está, pues, ahora la muerte? Buscadla en Cristo y veréis que ya no existe. Ha estado en él, pero en él mismo ha sido muerta. ¡Oh vida, muerte de la muerte! Tened ánimo: también morirá así en nosotros. Lo que se ha realizado en la Cabeza se realizará igualmente en los miembros, y la muerte morirá también en nosotros.

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