Denles ustedes de comer. Pero no tenemos más que cinco panes y dos peces

Denles ustedes de comer. Pero no tenemos más que cinco panes y dos peces

Evangelio según San Mateo 14,13-21

Al enterarse de eso, Jesús se alejó en una barca a un lugar desierto para estar a solas. Apenas lo supo la gente, dejó las ciudades y lo siguió a pie.

Cuando desembarcó, Jesús vio una gran muchedumbre y, compadeciéndose de ella, curó a los enfermos. Al atardecer, los discípulos se acercaron y le dijeron: Este es un lugar desierto y ya se hace tarde; despide a la multitud para que vaya a las ciudades a comprarse alimentos. Pero Jesús les dijo: No es necesario que se vayan, denles de comer ustedes mismos. Ellos respondieron: Aquí no tenemos más que cinco panes y dos pescados.

Tráiganmelos aquí, les dijo. Después de ordenar a la multitud que se sentara sobre el pasto, tomó los cinco panes y los dos pescados y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes, los dio a sus discípulos, y ellos los distribuyeron entre la multitud. Todos comieron hasta saciarse y con los pedazos que sobraron se llenaron doce canastas. Los que comieron fueron unos cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños.

Comentario del Evangelio

En una sociedad como la de Jesús, regulada por un régimen religioso basado en la idea de la pureza, el precio existencial de la enfermedad era elevadísimo porque llevaba a hombres y mujeres a la marginación. Los enfermos que aparecen en los evangelios representan quizá el sector más marginado de su tiempo. De ahí la fuerza profética de la opción de Jesús al dedicarse a ellos, escogiéndolos como los destinatarios primeros de la misericordia del Padre. La gran sorpresa estaba en las mismas palabras y gestos de Jesús. Dios entraba en la historia no como el Dios de los justos sino como el Dios de los que sufren y de los que buscan.

Libro de Isaías 55,1-3

Así habla el Señor:

¡Vengan a tomar agua, todos los sedientos,
y el que no tenga dinero, venga también!
Coman gratuitamente su ración de trigo,
y sin pagar, tomen vino y leche.
¿Por qué gastan dinero en algo que no alimenta
y sus ganancias, en algo que no sacia?
Háganme caso, y comerán buena comida,
se deleitarán con sabrosos manjares.
Presten atención y vengan a mí,
escuchen bien y vivirán.
Yo haré con ustedes una alianza eterna,
obra de mi inquebrantable amor a David.

Salmo 145(144),8-9.15-16.17-18

El Señor es bondadoso y compasivo,
lento para enojarse y de gran misericordia;
el Señor es bueno con todos
y tiene compasión de todas sus criaturas.

Los ojos de todos esperan en ti,
y tú les das la comida a su tiempo;
abres tu mano y colmas de favores
a todos los vivientes.

El Señor es justo en todos sus caminos
y bondadoso en todas sus acciones;
está cerca de aquellos que lo invocan,
de aquellos que lo invocan de verdad.

Carta de San Pablo a los Romanos 8,35.37-39

Hermanos: ¿Quién podrá entonces separarnos del amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las angustias, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada? Pero en todo esto obtenemos una amplia victoria, gracias a aquel que nos amó. Porque tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor.

Comentario a la segunda lectura

Probablemente estas líneas son la cumbre o una de ellas de la literatura paulina. La clave para entender este final del cap. 8 de Rom es más bien experiencial y afectiva que puramente racional, es decir, hay que sentirla y vivirla. Quien siente algo semejante, aunque sea en grado menor, entiende estas afirmaciones, poéticas, líricas y místicas. Quien no, pasa por encima de ellas como si no fueran dirigidas a él y constituyesen privilegio de unos pocos elegidos.

Y esto último no es cierto. Porque Pablo no está hablando de algo personal o debido a sus especiales circunstancias. Todo el fundamento de este convencimiento afectivo ha sido expuesto a lo largo de lo precedente en la carta y es válido para cualquier cristiano. Es más, no se basa Pablo en una respuesta personal -y por tanto voluntaria y opcional- a la obra divina, sino en esta misma acción de Dios que llega a todo hombre que se abre a ella. La piedra angular y cimiento de todo esto es Cristo, el Padre, el Espíritu y su amor derramado en nuestros corazones. Esto es así porque Dios nos ama, y eso no tiene acepción de personas. Por consiguiente todo cristiano ha de estar en condiciones de poder hacer suyas las afirmaciones de Pablo, que se entienden muy bien en sí mismas y apenas requieren explicación. Es más bien una asimilación y apropiación de ellas lo necesario para leer y entender estas frases. Y eso es posible para todos.

En realidad tenemos aquí un “test” de nuestro cristianismo. O podemos decir esto mismo junto con Pablo, o nuestra fe está todavía en mantillas.

Pablo se apoya en Cristo. Es el mismo que ha dicho poco antes (Rom/07/24) “¡desgraciado de mí!, ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?” y de cuanto lleva a esta exclamación. Pero esta misma persona, que no hace el bien que quiere, sino el mal que aborrece (Rom 7. 19), puede decir que nada le separará de Dios porque Él le ama. Esto lo podemos decir todos, porque a todos nos ama Dios.

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