Debemos mirar la tierra desde el cielo que es el Reino de Dios

Debemos mirar la tierra desde el cielo que es el Reino de Dios

Evangelio según San Mateo 6,19-23

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: No atesoréis para vosotros tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen, donde los ladrones abren boquetes y los roban. Atesorad tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni carcoma que se los roen, ni ladrones que abran boquetes y roban. Porque donde está tu tesoro allí estará tu corazón. La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, tu cuerpo entero tendrá luz; si tu ojo está enfermo, tu cuerpo entero estará a oscuras. Si, pues, la luz que hay en ti está oscura, ¡cuánta será la oscuridad!

Comentario del Evangelio

Tenemos que mirar la tierra desde el cielo y no el cielo desde la tierra. Hoy el evangelio nos invita a poner la confianza de Dios y experimentar aquello de lo que Él es capaz. Jesús insiste en que es en el corazón donde debe acumularse la riqueza interior. Los demás lugares están llenos de polillas que corroen, donde todo se echa a perder o los ladrones acuden porque saben que allí hay. Jesús quiere dejar bien claro que el auténtico tesoro no radica en lo acumulado aquí en la tierra, sino lo que vayamos sumando para el cielo, expresión que alude tanto a vivir con estilo trascendente como a trabajar por las tareas del Reino de Dios como único y mejor tesoro. Procuremos entonces que otras “riquezas” no nos distraigan de guardar este preciado tesoro.
Preguntémonos:
¿Cómo ayudamos en la comunidad a poner el corazón al servicio de nuestro mejor tesoro, la construcción del Reino?
¿Es mi vida dedicada al Reino de Dios?
¿He dejado de lado los tesoros terrenales?

Lecturas del dia

Carta II de San Pablo a los Corintios 11,18.21b-30

Ya que tantos otros se glorían según la carne, yo también voy a gloriarme. Dicen que hemos sido demasiado débiles: lo admito para mi vergüenza. Pero de lo mismo que otros se jactan -y ahora hablo como un necio- también yo me puedo jactar. ¿Ellos son hebreos? Yo también lo soy. ¿Son israelitas? Yo también. ¿Son descendientes de Abraham? Yo también. ¿Son ministros de Cristo? Vuelvo a hablar como un necio: yo lo soy más que ellos. Mucho más por los trabajos, mucho más por las veces que estuve prisionero, muchísimo más por los golpes que recibí. Con frecuencia estuve al borde de la muerte, cinco veces fui azotado por los judíos con los treinta y nueve golpes, tres veces fui flagelado, una vez fui apedreado, tres veces naufragué, y pasé un día y una noche en medio del mar.

En mis innumerables viajes, pasé peligros en los ríos, peligros de asaltantes, peligros de parte de mis compatriotas, peligros de parte de los extranjeros, peligros en la ciudad, peligros en lugares despoblados, peligros en el mar, peligros de parte de los falsos hermanos, cansancio y hastío, muchas noches en vela, hambre y sed, frecuentes ayunos, frío y desnudez. Y dejando de lado otras cosas, está mi preocupación cotidiana: el cuidado de todas las Iglesias. ¿Quién es débil, sin que yo me sienta débil? ¿Quién está a punto de caer, sin que yo me sienta como sobre ascuas? Si hay que gloriarse de algo, yo me gloriaré de mi debilidad.

Salmo 34(33),2-3.4-5.6-7

Bendeciré al Señor en todo tiempo,
su alabanza estará siempre en mis labios.
Mi alma se gloría en el Señor:
que lo oigan los humildes y se alegren.

Glorifiquen conmigo al Señor,
alabemos su Nombre todos juntos.
Busqué al Señor: El me respondió
y me libró de todos mis temores.

Miren hacia El y quedarán resplandecientes,
y sus rostros no se avergonzarán.
Este pobre hombre invocó al Señor:
El lo escuchó y lo salvó de sus angustias.

Texto del Concilio Vaticano II No acumuléis tesoros en la tierra

En este instante solemne, nosotros, los Padres del XXI Concilio Ecuménico de la Iglesia católica…con plena conciencia de nuestra misión hacia la humanidad, nos dirigimos, con deferencia y confianza, a aquellos que tienen en sus manos los destinos de los hombres sobre esta tierra, a todos los depositarios del poder temporal.

Lo proclamamos en alto: honramos vuestra autoridad y vuestra soberanía, respetamos vuestras funciones, reconocemos vuestras leyes justas, estimamos los que las hacen y a los que las aplican. Pero tenemos una palabra sacrosanta y deciros: sólo Dios es grande. Sólo Dios es el principio y el fin. Sólo Dios es la fuente de vuestra autoridad y el fundamento de vuestras leyes.

A vosotros corresponde ser sobre la tierra los promotores del orden y de la paz entre los hombres. Pero no lo olvidéis: es Dios, el Dios vivo y verdadero, el que es Padre de los hombres, y es Cristo, su Hijo eterno, quien ha venido a decírnoslo y a enseñarnos que todos somos hermanos. El es el gran artesano del orden y la paz sobre la tierra, porque es Él quien conduce la historia humana y el único que puede inclinar los corazones a renunciar a las malas pasiones que engendran la guerra y la desgracia.

Es Él quien bendice el pan de la humanidad, el que santifica su trabajo y su sufrimiento, el que le da gozos que vosotros no le podéis dar, y la reconforta en sus dolores, que vosotros no podéis consolar. En vuestra ciudad terrestre y temporal construye su cuidado espiritual y eterna: su Iglesia.

 

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