David lo llama Señor

David lo llama Señor

Libro de Tobías 11,5-17

Ana estaba sentada con la mirada fija en el camino por donde debía volver su hijo. De pronto presintió que él llegaba y dijo al padre: ¡Ya viene tu hijo con su compañero! Rafael dijo a Tobías, antes que él se acercara a su padre: Seguro que tu padre va a recobrar la vista. Untale los ojos con la hiel del pez; el remedio hará que las manchas blancas se contraigan y se desprendan de sus ojos. Así tu padre recobrará la vista y verá la luz. La madre corrió a echarse al cuello de su hijo, diciéndole: ¡Ahora sí que puedo morir, porque te he vuelto a ver, hijo mío! Y se puso a llorar. Tobit también se levantó y, tropezando, salió por la puerta del patio. Tobías corrió hacia él, con la hiel del pez en su mano; le sopló en los ojos y, sosteniéndolo, le dijo: ¡Animo, padre! Después le aplicó el remedio y se lo frotó. Luego le sacó con ambas manos las escamas de los ojos.

Entonces su padre lo abrazó llorando y le dijo: ¡Te veo, hijo mío, luz de mis ojos! Y añadió: ¡Bendito sea Dios! Bendito sea su gran Nombre! ¡Benditos sean todos sus santos ángeles! ¡Que su gran Nombre esté sobre nosotros! ¡Benditos sean los ángeles por todos los siglos! Porque él me había herido, pero tuvo compasión de mí, y ahora veo a mi hijo Tobías. Tobías entró en la casa, lleno de gozo y bendiciendo a Dios en alta voz. Luego informó a su padre sobre el buen resultado del viaje: le contó cómo había recuperado el dinero y cómo se había casado con Sara, hija de Ragüel. Y añadió: Llegará de un momento a otro, porque está a las puertas de Nínive. Tobit salió al encuentro de su nuera hasta las puertas de Nínive, bendiciendo a Dios lleno de alegría. Al verlo caminar con todo su vigor, sin la ayuda de nadie, los habitantes de Nínive quedaron maravillados. Tobit proclamaba delante de todos que Dios había tenido misericordia de él y le había devuelto la vista. Después se acercó a Sara, la esposa de su hijo Tobías, y la bendijo, diciendo: ¡Bienvenida, hija mía! ¡Bendito sea Dios, que te trajo hasta nosotros! ¡Bendito sea tu padre, bendito sea mi hijo Tobías, y bendita seas tú, hija mía! ¡Entra en tu casa con gozo y bendición!

Salmo 146(145),2.7.8-9.10

Alabaré al Señor toda mi vida;
mientras yo exista, cantaré al Señor.
hace justicia a los oprimidos

y da pan a los hambrientos.
El Señor libera a los cautivos,
Abre los ojos de los ciegos

y endereza a los que están encorvados,
el Señor ama a los justos
y entorpece el camino de los malvados.

El Señor protege a los extranjeros
y sustenta al huérfano y a la viuda;
El Señor reina eternamente,

reina tu Dios, Sión,
a lo largo de las generaciones.
¡Aleluya!

Evangelio según San Marcos 12,35-37

Jesús se puso a enseñar en el Templo y preguntaba: ¿Cómo pueden decir los escribas que el Mesías es hijo de David? El mismo David ha dicho, movido por el Espíritu Santo: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies. Si el mismo David lo llama ‘Señor’, ¿Cómo puede ser hijo suyo?”. La multitud escuchaba a Jesús con agrado.

Hijo de David y Señor de los señores

Dios escogió a una virgen de la casa real de David para que llevara en su seno a un hijo santo, al mismo tiempo divino y humano… El Verbo, la Palabra de Dios, que es Dios mismo, el Hijo de Dios que en el principio estaba junto a Dios y por medio de la Palabra se hizo todo y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho (Jn 1,1-3), se hizo hombre para librar al hombre de la muerte eterna. Se abajó hasta la humildad de nuestra condición sin que su majestad disminuyera. Permaneciendo lo que era y asumiendo lo que no era, unió a una verdadera naturaleza de servidor la naturaleza según la cual era igual al Padre. Unió tan estrechamente estas dos naturalezas que su gloria no pudo hacer desaparecer la naturaleza inferior, ni la unión con ésta envilecer la naturaleza superior.

Permanece íntegro lo que es propio de cada naturaleza uniéndose en una sola persona: la humildad es acogida por la majestad, la debilidad por la fuerza, la mortalidad por la eternidad. Para pagar la deuda de nuestra condición, la naturaleza que está por encima de todo se une a la naturaleza capaz de sufrir, asociando en la unidad de un solo Señor Jesús, al verdadero Dios y verdadero hombre. De esta manera, tal como era necesario para curarnos, el solo y «único mediador entre Dios y los hombres» (1Tm 2,5) pudo morir por la acción de los hombres y resucitar por la acción de Dios…

Tal es, amados míos, el nacimiento que convenía a Cristo «poder de Dios y sabiduría de Dios (1C 1,24). Por él, se armonizaban en él nuestra humanidad conservando a la vez la preeminencia de su divinidad: Si no fuera Dios, no nos hubiera podido remediar. Si no fuera hombre, no nos hubiera podido dar ejemplo.

León Magno (¿-461)

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