Cual es la reacción de Herodes ante la predicación de Jesús

Cual es la reacción de Herodes ante la predicación de Jesús

Evangelio según san Lucas 9, 7-9

En aquel tiempo, el tetrarca Herodes se enteró de lo que pasaba sobre Jesús y no sabía a qué atenerse, porque unos decían que Juan había resucitado de entre los muertos; otros, en cambio, que había aparecido Elías, y otros que había vuelto a la vida uno de los antiguos profetas. Herodes se decía: A Juan lo mandé decapitar yo. ¿Quién es este de quien oigo semejantes cosas?  Y tenía ganas de verlo.

Comentario

Desde el principio de su predicación, Jesús empezó a tener fama. Su hablar sonaba distinto al de otros predicadores, en sus enseñanzas sobre Dios. El evangelio de hoy nos presenta la reacción de Herodes ante la predicación de Jesús. Herodes no sabe situarlo. Había matado a Juan Bautista y ahora quiere ver a Jesús de cerca. En el horizonte despuntan amenazas. A Herodes lo rodea la duda, intriga, el temor de no saber con qué o con quién se encontraría. Bien sabemos que su deseo de ver a Jesús no pasaba de la mera curiosidad o del temor a que este nuevo profeta le pudiese echar en cara la muerte de Juan. No quería verlo para escuchar limpiamente su palabra, con la posibilidad de cambiar de vida y apuntarse a lo que Jesús, proponía… A la luz del Evangelio nos podemos preguntar:

¿Nuestro deseo de encontrarnos con Jesús en qué se basa?

Por que asistimos a misa?

¿Quién es Jesús para mí?

Lecturas del dia

Lectura del libro del Eclesiastés 1, 2-11

¡Vanidad de vanidades! —dice Qohélet—.  ¡Vanidad de vanidades; todo es vanidad!  ¿Qué saca el hombre de todos los afanes con que se afana bajo el sol? Una generación se va, otra generación viene, pero la tierra siempre permanece.

Sale el sol, se pone el sol, se afana por llegar a su puesto, y de allí vuelve a salir. Sopla hacia el sur, gira al norte, gira que te gira el viento, y vuelve el viento a girar. Todos los ríos se encaminan al mar, y el mar nunca se llena; pero siempre se encaminan los ríos al mismo sitio. Todas las cosas cansan y nadie es capaz de explicarlas. No se sacian los ojos de ver, ni se hartan los oídos de oír. Lo que pasó volverá a pasar; lo que ocurrió volverá a ocurrir: nada hay nuevo bajo el sol.

De algunas cosas se dice: «Mira, esto es nuevo». Sin embargo, ya sucedió en otros tiempos, mucho antes de nosotros. Nadie se acuerda de los antiguos, y lo mismo pasará con los que vengan: sus sucesores no se acordarán de ellos.

Sal 89, 3-4. 5-6. 12-13. 14 y 17 

Tú reduces el hombre a polvo,
diciendo: «Retornad, hijos de Adán».
Mil años en tu presencia son un ayer, que pasó;
una vela nocturna.

Si tú los retiras
son como un sueño,
como hierba que se renueva:
que florece y se renueva por la mañana,
y por la tarde la siegan y se seca.

Enséñanos a calcular nuestros años,
para que adquiramos un corazón sensato.
Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo?
Ten compasión de tus siervos.

Por la mañana sácianos de tu misericordia,
y toda nuestra vida será alegría y júbilo.
Baje a nosotros la bondad del Señor
y haga prósperas las obras de nuestras manos.
Sí, haga prósperas las obras de nuestras manos.

Reflexion  de las lecturas

El Predicador nos pone en estado de alerta y nos propone vivir conscientes de lo que pensamos y de lo que hacemos, es decir nos propone vivir y, no sólo, pasar por la vida. Todo será para nosotros vanidad o vaciedad, si en nuestro actuar humano prescindimos de la memoria, del entendimiento y de la voluntad, las tres potencias que Dios nos regaló para que, utilizándolas, nos comportemos como personas, como seres humanos. A la vida le sacaremos el jugo que nosotros queramos: si vivimos conducidos por la Gracia de Dios nuestra actitud ante la vida será de admiración, de agradecimiento, contribuyendo con ello a que en el mundo se imponga la fraternidad, la buena convivencia, la paz tan deseada en nuestros días.

El Libro del Eclesiastés quiere ayudarnos a vivir desde Dios y para Dios porque sin Él todo en la vida es vaciedad sin sentido, absurdo. Dios permite que vivamos en el desengaño para despertar en nosotros la búsqueda, el deseo de la Verdad y de la Vida que nos proporciona la verdadera felicidad, la que nuestro corazón ansía porque es lo que nos plenifica como personas. Si nos apartamos de los valores de este mundo y depositamos nuestro afecto en el Señor Jesucristo, disfrutaremos de la infinita hermosura de Su Bondad, aunque no podamos profundizar en su grandeza.

Sí, es verdad, los hombres por nosotros mismos somos muy poquita cosa: «no podemos hacer salir el sol, hacer soplar al viento, o conducir el agua de los ríos hacia el mar,» pero nunca olvidemos que Dios se fija en la «humildad» y sobre ella «el Poderoso hace obras grandes.» Y tenía ganas de ver a Jesús. Herodes, dice el evangelista, «Tenía ganas de ver a Jesús» pues había llegado a sus oídos todas las cosas que hacía Jesús. Pero:

• Se asustó por las reacciones del pueblo.
• Pensó que Jesús era Juan que había resucitado de la muerte. ¿Pero, cómo es posible que Juan haya resucitado, si yo le hice decapitar?
• También Jesús podía ser Elías, u otro profeta.
• Herodes está temeroso de que Jesús le pueda quitar el poder.
• La conciencia intranquila de Herodes le plantea la gran duda sobre quién es Jesús.

La reflexión que Herodes se hace es muy fría, muy calculadora, provocada por el miedo, y, éste, el medo, es mal consejero y, peor compañero, aunque se nos muestre con los modales más finos y corteses.

Llama la atención que en el pueblo creían conocer Jesús y decían de Él que era: Juan Bautista que había resucitado, otros decían que era Elías que había vuelto a la vida, otros decían que era alguno de los antiguos profetas que había resucitado… creían conocer a Jesús, pero en realidad no le reconocían como lo que en realidad era: EL MESÍAS. Solamente por fe podemos aceptar a Jesucristo como el Redentor de los hombres, el mediador entre Dios y los hombres. La fuerza determinante de la fe es la inspiración interior del Espíritu Santo, y con esta ayuda oiremos a Dios que llama a nuestra puerta y nos invita a creer en Él para conocerle y no necesitar que otros nos digan quién es Jesús de Nazaret. La iniciativa siempre parte de Dios. Lo que nos toca a nosotros es responder afirmativamente al Amor de Dios, olvidándonos de nosotros mismos.

Por esto es tan importante la oración. Pedir a Dios que sostenga nuestra fe, que mantenga limpio nuestro corazón, que nuestra intención siempre sea recta, que potenciemos en nuestro interior los rectos valores portadores de paz, Amor y buena convivencia.

Herodes no sabía quién era Jesús. Nosotros sí lo sabemos: es el Hijo de Dios, sólo Él tiene Palabras de vida eterna. Por esta creencia queremos ver a Jesús, y, por ello acudimos a la Eucaristía, porque en Ella está presente Cristo Jesús con su Alma, Cuerpo y Divinidad.

Con Él nos quedamos y de Él recibimos la Gracia.

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