Evangelio según San Lucas 12,54-59
Jesús dijo a la multitud: Cuando ven que una nube se levanta en occidente, ustedes dicen en seguida que va a llover, y así sucede. Y cuando sopla viento del sur, dicen que hará calor, y así sucede. ¡Hipócritas! Ustedes saben discernir el aspecto de la tierra y del cielo; ¿cómo entonces no saben discernir el tiempo presente? ¿Por qué no juzgan ustedes mismos lo que es justo?
Cuando vas con tu adversario a presentarte ante el magistrado, trata de llegar a un acuerdo con él en el camino, no sea que el adversario te lleve ante el juez, y el juez te entregue al guardia, y este te ponga en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo.
Comentario del Evangelio
Jesús nos invita a discernir
Las nuevas tecnologías, singularmente las aplicaciones que nos ayudan a conocer la predicción meteorológica, nos van incapacitando para saber mirar el cielo y poder barruntar por nosotros mismos el tiempo que nos espera. Igual nos pasa con las relaciones humanas: nos pasamos el día mirando la pantalla de los aparatos móviles y dedicamos poco tiempo a mirar los rostros de los hermanos para tratar de comprender qué les sucede. Incluso nos miramos poco a nosotros mismos y nos da miedo conocernos en profundidad.
Jesús nos invita a detenernos y a que aprendamos a discernir, evitando esa inclinación a juzgar y a condenar rápidamente a los demás. Tengamos cuidado porque, por ese camino, acabaremos condenándonos a nosotros mismos.
Lecturas del día
Carta de San Pablo a los Romanos 7,18-25a
Porque sé que nada bueno hay en mí, es decir, en mi carne. En efecto, el deseo de hacer el bien está a mi alcance, pero no el realizarlo. Y así, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. Pero cuando hago lo que no quiero, no soy yo quien lo hace, sino el pecado que reside en mí. De esa manera, vengo a descubrir esta ley: queriendo hacer el bien, se me presenta el mal.
Porque de acuerdo con el hombre interior, me complazco en la Ley de Dios, pero observo que hay en mis miembros otra ley que lucha contra la ley de mi razón y me ata a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Ay de mí! ¿Quién podrá librarme de este cuerpo que me lleva a la muerte? ¡Gracias a Dios, por Jesucristo, nuestro Señor! En una palabra, con mi razón sirvo a la Ley de Dios, pero con mi carne sirvo a la ley del pecado.
Salmo (118),66.68.76.77.93.94
Enséñame la discreción y la sabiduría,
porque confío en tus mandamientos.
Tú eres bueno y haces el bien:
enséñame tus mandamientos.
Que tu misericordia me consuele,
de acuerdo con la promesa que me hiciste.
Que llegue hasta mí tu compasión, y viviré,
porque tu ley es toda mi alegría.
Nunca me olvidaré de tus preceptos:
por medio de ellos, me has dado la vida.
Sálvame, porque yo te pertenezco
y busco tus preceptos.
Encíclica «Caritas in veritate», 7 Benedicto XVI Reconocer hoy los bienes eternos
Al lado de un bien individual hay un bien ligado a la vida en sociedad: el bien común. Es este bien de «todos nosotros», formado por individuos, familias y grupos intermedios que forman una comunidad social. No es un bien que se busca por sí mismo, sino por las personas que forman parte de la comunidad social… Es una exigencia de la justicia y de la caridad querer el bien común y buscarlo…
Todo cristiano es llamado a vivir esta caridad según su vocaión y segú sus posibilidades de influencia al servicio de la polis, de la ciudad. Éste es el camino institucional – también se puede decir político- de la caridad que no es menos cualificada y determinante que la caridad que está directamente relacionada con el prójimo, fuera de las mediaciones institucionales de la polis. El compromiso para el bien común, cuando está animado por la caridad, tiene un valor superior al del compromiso puramente secular y político. Como todo compromiso en favor de la justicia, forma parte de este testimonio de la caridad divina que, actuando en el tiempo, prepara la eternidad.
Esta acción del hombre, cuando está inspirada y animada por la caridad, contribuye a la edificación de esta ciudad universal hacia la cual camina la historia de la familia humana. En una sociedad en vías de globalización, el bien común y el compromiso en su favor no pueden dejar de asumir las dimensiones de toda la familia humana, es decir, de la comunidad de los pueblos y naciones hasta el punto de poder dar forma de unidad y de paz a la ciudad de los hombres, y hacer de ella, en cierta manera, la prefiguración anticipada de la ciudad sin fronteras de Dios.