Bendito el que viene en nombre del Señor

Bendito el que viene en nombre del Señor

Evangelio según san Lucas 13, 31-35

En aquel día, se acercaron unos fariseos a decir a Jesús:

«Sal y marcha de aquí, porque Herodes quiere matarte».
Jesús les dijo:
«Id y decid a ese zorro: “Mira, yo arrojo demonios y realizo curaciones hoy y mañana; y al tercer día mi obra quedará consumada.
Pero es necesario que camine hoy y mañana y pasado, porque no cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén”.
¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían!
Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus polluelos bajo las alas, y no habéis querido.
Mirad, vuestra casa va a ser abandonada.
Os digo que no me veréis hasta el día en que digáis: “¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”».

Comentario

El Evangelio es ante todo un conjunto de relatos que nos exponen una forma de vida, una praxis. La teología que aprendieron los discípulos de Jesús y que transmitieron a las futuras generaciones, en las que estamos nosotros, no fue una teología aprendida en clases impartidas por doctores. La teología, que el Evangelio nos transmite, y que es la teología a partir de la cual nosotros podemos ser cristianos, es la que los apóstoles aprendieron “siguiendo a Jesús”. O sea, viviendo con él y como él.
El poder religioso y político fueron los primeros que se dieron cuenta de que lo que decía, hacía y vivía Jesús de Nazaret, era una amenaza para los dos poderes. Históricamente es muy posible la noticia que le dan los fariseos a Jesús, pues a los ojos del tetrarca él era tan peligroso políticamente o más que su precursor Juan el Bautista y que Herodes, quería acabar con el movimiento profético de Jesús.
Jesús traía malestar a las autoridades y entusiasmo al pueblo, pues sus palabras y acciones carismáticas les hacía sentir la protección de Dios.

Lecturas del día

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 8, 31b – 39

Hermanos:

Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no se reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién condenará? ¿Acaso Cristo Jesús, que murió, más todavía, resucitó y está a la derecha de Dios, y que además intercede por nosotros? ¿Quién nos separará del amor de Cristo?: ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?, como está escrito:

«Por tu causa nos degüellan cada día, nos tratan como a ovejas de matanza».

Pero en todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro. Señor.

Salmo 108,21-22.26-27.30-31

R/. Sálvame, Señor, según tu misericordia.

Señor, Dueño mío,
trátame conforme a tu nombre,
líbrame por tu bondadoso amor.
Porque yo soy humilde y pobre,
y mi corazón ha sido traspasado. R/.

¡Ayúdame, Señor, Dios mío;
sálvame según tu misericordia!
Sepan que tu mano hizo esto,
que tú, Señor, lo hiciste. R/.

Daré gracias al Señor a boca llena,
y en medio de la muchedumbre lo alabaré,
porque él se pone a la derecha del pobre,
para salvar su vida de los que lo condenan. R/.

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