Evangelio según San Lucas 1,39-56
María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: ¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor. María dijo entonces: Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque él miró con bondad la pequeñez de tu servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz Porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas:
¡Su Nombre es santo!
Su misericordia se extiende de generación en generación
sobre aquellos que lo temen.
Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón.
Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes.
Colmó de bienes a los hambrientos
y despidió a los ricos con las manos vacías.
Socorrió a Israel, su servidor,
acordándose de su misericordia,
como lo había prometido a nuestros padres,
en favor de Abraham y de su descendencia para siempre”.
María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa.
Comentario del Evangelio
Hay dos escritores cristianos que comentan de manera original el Magnificat. El primero es Paul Claudel. Su conversión tuvo lugar un día que entró en la catedral de Notre Dame, en París, y oyó cantar el Magnificat. Cuenta que sintió cómo “en un momento todo mi corazón se conmovió como nunca; creí del todo y con todas mis fuerzas; era como si todo mi ser fuese violentamente arrebatado desde lo Alto. Y sentí en mí una convicción tan fuerte, una seguridad tan indescriptible que hizo desaparecer hasta los últimos resquicios de mis anteriores dudas”. Y el segundo es el comentario de la poetisa portuguesa Sophia de Mello Breyner Andresen: “Pienso muchas veces que el Magnificat es tal vez el más hermoso poema que existe. Entre dos mundos, en la encrucijada de la historia, una mujer se levanta y recita el poema de la Salvación”.
Lecturas del dia
Apocalipsis 11,19a.12,1-6a.10ab
En ese momento se abrió el Templo de Dios que está en el cielo y quedó a la vista el Arca de su Alianza, y hubo rayos, voces, truenos y un temblor de tierra, y cayó una fuerte granizada. Y apareció en el cielo un gran signo: una Mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza. Estaba embarazada y gritaba de dolor porque iba a dar a luz. Y apareció en el cielo otro signo: un enorme Dragón rojo como el fuego, con siete cabezas y diez cuernos, y en cada cabeza tenía una diadema. Su cola arrastraba una tercera parte de las estrellas del cielo, y las precipitó sobre la tierra. El Dragón se puso delante de la Mujer que iba a dar a luz, para devorar a su hijo en cuanto naciera. La Mujer tuvo un hijo varón que debía regir a todas las naciones con un cetro de hierro. Pero el hijo fue elevado hasta Dios y hasta su trono, y la Mujer huyó al desierto, donde Dios le había preparado un refugio para que allí fuera alimentada durante mil doscientos sesenta días.
Y escuché una voz potente que resonó en el cielo: “Ya llegó la salvación, el poder y el Reino de nuestro Dios y la soberanía de su Mesías, porque ha sido precipitado el acusador de nuestros hermanos, el que día y noche los acusaba delante de nuestro Dios.
Y escuché una voz potente que resonó en el cielo: “Ya llegó la salvación, el poder y el Reino de nuestro Dios y la soberanía de su Mesías, porque ha sido precipitado el acusador de nuestros hermanos, el que día y noche los acusaba delante de nuestro Dios.
Salmo 45(44),10bc.11.12ab.16
Es la reina, adornada con tus joyas
y con oro de Ofir.
¡Escucha, hija mía, mira y presta atención!
Olvida tu pueblo y tu casa paterna,
y el rey se prendará de tu hermosura.
Él es tu señor: inclínate ante él;
Con gozo y alegría entran al palacio real.
Carta I de San Pablo a los Corintios 15,20-26
Hermanos: Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de todos.Porque la muerte vino al mundo por medio de un hombre, y también por medio de un hombre viene la resurrección. En efecto, así como todos mueren en Adán, así también todos revivirán en Cristo, cada uno según el orden que le corresponde: Cristo, el primero de todos, luego, aquellos que estén unidos a él en el momento de su Venida. En seguida vendrá el fin, cuando Cristo entregue el Reino a Dios, el Padre, después de haber aniquilado todo Principado, Dominio y Poder. Porque es necesario que Cristo reine hasta que ponga a todos los enemigos debajo de sus pies. El último enemigo que será vencido es la muerte,
Homilía mariana de san Amadeo de Lausanne (1108-1159) Levántate, amada mía, y ven
¡Él es tu Hijo, oh María! Es él que por ti ha resucitado de los muertos el tercer día y, en la carne, subió a lo más alto de los cielos para llenar todas las cosas. Estás en posesión de tu alegría, oh bienaventurada, has recibido el objeto de tu deseo y tu corona. Él te aporta la soberanía del cielo con la gloria, la realeza del mundo con la misericordia, el dominio sobre el infierno con el poder. Con sentimientos diversos, todas las criaturas responden a tu gloria tan grande e inefable: los ángeles con el honor, los hombres con el amor, los demonios con el temor. Porque eres venerable para el cielo, amable para el mundo, terrible para el infierno.
Alégrate y sé feliz, porque resucitó el que te recibe, que es tu gloria y te exalta. Te has alegrado en su concepción, afligido en su pasión. Nuevamente alégrate, en su resurrección. Nadie te quitará tu alegría, porque Cristo resucitado de entre los muertos no muere más, la muerte no reina más sobre él.
El Espíritu te llama y Dios te dice: “¡Levántate, amada mía, y ven, hermosa mía! Porque ya pasó el invierno, cesaron y se fueron las lluvias. Aparecieron las flores sobre la tierra, llegó el tiempo de las canciones, y se oye en nuestra tierra el arrullo de la tórtola” (Ct 2,10-12). (…) El incensario guarda el incienso y elevado por la mano del Señor, sube hasta el trono de Dios. Sube, rodeado de la escolta de espíritus angélicos que claman en las alturas diciendo: “¿Qué es eso que sube del desierto, como una columna de humo, perfumada de mirra y de incienso y de todos los perfumes exóticos?” (Ct 3,6).