En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron en un lugar y uno de ellos, un doctor de la ley, le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley?». Él le dijo:
«“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente”. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. En estos dos mandamientos se sostienen toda la Ley y los Profetas».
Lecturas del dia
Libro de Ezequiel 37,1-14
La mano del Señor se posó sobre mí, y el Señor me sacó afuera por medio de su espíritu y me puso en el valle, que estaba lleno de huesos. Luego me hizo pasar a través de ellos en todas las direcciones, y vi que los huesos tendidos en el valle eran muy numerosos y estaban resecos. El Señor me dijo: “Hijo de hombre, ¿podrán revivir estos huesos?”. Yo respondí: “Tú lo sabes, Señor “. El me dijo: “Profetiza sobre estos huesos, diciéndoles: Huesos secos, escuchen la palabra del Señor. Así habla el Señor a estos huesos:
Yo voy a hacer que un espíritu penetre en ustedes, y vivirán. Pondré nervios en ustedes, haré crecer carne sobre ustedes, los recubriré de piel, les infundiré un espíritu, y vivirán. Así sabrán que yo soy el Señor “. Yo profeticé como se me había ordenado, y mientras profetizaba, se produjo un temblor, y los huesos se juntaron unos con otros. Al mirar, vi que los huesos se cubrían de nervios, que brotaba la carne y se recubrían de piel, pero no había espíritu en ellos. Entonces el Señor me dijo:
“Convoca proféticamente al espíritu, profetiza, hijo de hombre, Tú dirás al espíritu: Así habla el Señor: Ven, espíritu, ven de los cuatro vientos, y sopla sobre estos muertos para que revivan”. Yo profeticé como él me lo había ordenado, y el espíritu penetró en ellos. Así revivieron y se incorporaron sobre sus pies. Era un ejército inmenso. Luego el Señor me dijo: Hijo de hombre, estos huesos son toda la casa de Israel. Ellos dicen: “Se han secado nuestros huesos y se ha desvanecido nuestro esperanza. ¡Estamos perdidos!”.
Por eso, profetiza diciéndoles: Así habla el Señor: Yo voy a abrir las tumbas de ustedes, los haré salir de ellas, y los haré volver, pueblo mío, a la tierra de Israel. Y cuando abra sus tumbas y los haga salir de ellas, ustedes, mi pueblo, sabrán que yo soy el Señor. Yo pondré mi espíritu en ustedes, y vivirán; los estableceré de nuevo en su propio suelo, y así sabrán que yo, el Señor, lo he dicho y lo haré -oráculo del Señor-.
Salmo 107(106),2-3.4-5.6-7.8-9
Que lo digan los redimidos por el Señor,
los que él rescató del poder del enemigo
y congregó de todas las regiones:
del norte y del sur, del oriente y el occidente;
los que iban errantes por el desierto solitario,
sin hallar el camino hacia un lugar habitable.
Estaban hambrientos, tenían sed
y ya les faltaba el aliento;
pero en la angustia invocaron al Señor,
y él los libró de sus tribulaciones:
los llevó por el camino recto,
y así llegaron a un lugar habitable.
Den gracias al Señor por su misericordia
y por sus maravillas en favor de los hombres,
porque él sació a los que sufrían sed
y colmó de bienes a los hambrientos.
Enseñanza de Benedicto XVI papa 2005-2013 de la Encíclica «Deus caritas est» «Todo… depende de estos dos mandamientos»
Hay una interacción necesaria entre amor a Dios y amor al prójimo… Si en mi vida me falta completamente el contacto con Dios, jamás puedo ver en el otro más que el otro y no consigo reconocer en él la imagen divina. Si por el contrario, en mi vida descuido completamente la atención al otro, deseando solamente ser «piadoso» y cumplir con mis «deberes religiosos», entonces mi relación con Dios se seca. Cuando es así, esta relación es solamente «correcta» pero sin amor. Tan sólo mi disponibilidad de ir al encuentro del prójimo, a testimoniarle mi amor, me hace también sensible ante Dios. Sólo el servicio al prójimo abre mis ojos a ese Dios hecho para mí y según su propia manera de amarme.
Los santos –pongamos por ejemplo a la beata Teresa de Calcuta- en su encuentro con el Señor en la Eucaristía, han sacado toda su capacidad de amar al prójimo de manera siempre nueva y, recíprocamente, este encuentro ha adquirido todo su realismo y toda su profundidad precisamente gracias a su servicio a los otros.
Amor a Dios y amor al prójimo son inseparables, es un único mandamiento. Sin embargo, los dos viven del amor solícito de Dios que nos ha amado el primero. Así, no se trata ya de un «mandamiento» que nos prescribe algo imposible desde el exterior sino, por el contrario, de una experiencia de amor, dada desde el interior, un amor que, por su naturaleza, debe ser compartido con los otros. El amor crece con el amor. El amor es «divino» porque viene de Dios y nos une a Dios y, a través de este proceso de unificación, nos transforma en un Nosotros, que sobrepasa nuestras divisiones y nos hace llegar a ser uno hasta que, al final, Dios sea «todo en todos».