Allí donde esté tu tesoro estará tu corazón

Allí donde esté tu tesoro estará tu corazón

Evangelio según san Mateo 6,19-23

Jesús dijo a sus discípulos: No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen, y los ladrones perforan las paredes y los roban. Acumulen, en cambio, tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que los consuma, ni ladrones que perforen y roben. Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón. La lámpara del cuerpo es el ojo. Si el ojo está sano, todo el cuerpo estará iluminado. Pero si el ojo está enfermo, todo el cuerpo estará en tinieblas. Si la luz que hay en ti se oscurece, ¡cuánta oscuridad habrá!

Comentario del Evangelio

En este pasaje evangélico, Jesús quiere enseñarnos la manera de cómo debemos actuar en este mundo para ganarnos el cielo. Las cosas que hagamos en esta tierra deben estar hechas según Dios, siguiendo sus designios. La pureza de intención es necesaria para que nuestras obras tengan valor ante los ojos de Dios. Y Él nos dará nuestro justo pago por esas buenas acciones. Nada de lo que hagamos quedará sin recompensa, sea bueno o malo. Y esa recompensa la recibiremos sea aquí en la tierra o en el cielo, ganando la eterna compañía de Dios. Hoy nos preguntamos:

¿Hacemos las cosas para que otros nos admiren por ello?
¿Ayudamos a los demás porque nos hace hacerlo?
¿Hacemos el bien sin esperar nada a cambio?

Lecturas del día

Segundo Libro de los Reyes 11,1-4.9-18.20

Atalía, la madre de Ocozías, al ver que había muerto su hijo, empezó a exterminar a todo el linaje real. Pero Josebá, hija del rey Jorám y hermana de Ocozías, tomó a Joás, hijo de Ocozías, lo sacó secretamente de en medio de los hijos del rey que iban a ser masacrados, y lo puso con su nodriza en la sala que servía de dormitorio. Así lo ocultó a los ojos de Atalía y no lo mataron. El estuvo con ella en la Casa del Señor, oculto durante seis años, mientras Atalía reinaba sobre el país.

El séptimo año, Iehoiadá mandó buscar a los centuriones de los carios y de la guardia, y los hizo comparecer ante él en la Casa del Señor. Hizo con ellos un pacto comprometiéndolos bajo juramento, y les mostró al hijo del rey. Los centuriones ejecutaron exactamente todo lo que les había ordenado el sacerdote Iehoiadá. Cada uno de ellos tomó a sus hombres – los que entraban de servicio y los que eran relevados el día sábado – y se presentaron ante el sacerdote Iehoiadá.

El sacerdote entregó a los centuriones las lanzas y los escudos del rey David que estaban en la Casa del Señor. Los guardias se apostaron, cada uno con sus armas en la mano, desde el lado sur hasta el lado norte de la Casa, delante del altar y delante de la Casa, para formar un círculo alrededor del rey. Entonces Iehoiadá hizo salir al hijo del rey y le impuso la diadema y el Testimonio. Se lo constituyó rey, se lo ungió, y todos aplaudieron, aclamando: “¡Viva el rey!”. Atalía oyó el griterío de la gente que corría, y se dirigió hacia la Casa del Señor, donde estaba el pueblo. Y al ver al rey de pie sobre el estrado, como era costumbre, a los jefes y las trompetas junto al rey, y a todo el pueblo del país que estaba de fiesta y tocaba las trompetas, rasgó sus vestiduras y gritó: “¡Traición!”. Entonces el sacerdote Iehoiadá impartió órdenes a los centuriones encargados de la tropa, diciéndoles: “¡Háganla salir de entre las filas! Si alguien la sigue, que sea pasado al filo de la espada”. Porque el sacerdote había dicho: “Que no la maten en la Casa del Señor”. La llevaron a empujones, y por el camino de la entrada de los Caballos llegó a la casa del rey; allí la mataron.

Iehoiadá selló la alianza entre el Señor, el rey y el pueblo, comprometiéndose este a ser el pueblo del Señor; y también selló una alianza entre el rey y el pueblo. Luego, todo el pueblo del país se dirigió al templo de Baal, lo derribó y destrozó por completo sus altares y sus imágenes. Y a Matán, el sacerdote de Baal, lo mataron delante de los altares. El sacerdote estableció puestos de guardia en la Casa del Señor.

Toda la gente del país se alegró y la ciudad permaneció en calma. A Atalía la habían pasado al filo de la espada en la casa del rey.

Salmo 132(131),11.12.13-14.17-18

El Señor hizo un juramento a David,
una firme promesa, de la que no se retractará:
«Yo pondré sobre tu trono
a uno de tus descendientes.

Si tus descendientes observan mi alianza
y los preceptos que yo les enseñaré,
también se sentarán sus hijos
en tu trono para siempre”.

Porque el Señor eligió a Sión,
y la deseó para que fuera su Morada.
«Este es mi Reposo para siempre;
aquí habitaré, porque lo he deseado.

Allí haré germinar el poder de David:
yo preparé una lámpara para mi Ungido.
Cubriré de vergüenza a sus enemigos,
y su insignia real florecerá sobre él.»

Homilía de san Basilio (c. 330-379) No acaparéis tesoros en la tierra

¿Por qué atormentarte y hacer tantos esfuerzos para guardar tu riqueza al abrigo detrás de la argamasa y los ladrillos? «La buena fama se alcanza sobre grandes riquezas» (Pr 22,1). Te gusta el dinero por el prestigio que te procura, piensa que cuanto más grande sea tu celebridad si te puede llamar el Padre, el protector de miles de niños, mejor que guardar en tus sacas miles de monedas de oro.

Que lo quieras o no, un día deberás dejar aquí tu dinero; al contrario, la gloria de todo el bien que hayas hecho, te la llevarás contigo ante el soberano Señor cuando todo un pueblo, se apresure para defenderte ante el juez común, te llamará por los nombres que dirán que les has alimentado, que les has asistido y que has sido bueno…

Reparte tus riquezas según convenga, sé liberal y espléndido en dar a los pobres. Ojalá pueda decirse también de ti: “El da abundantemente a los pobres: su generosidad permanecerá para siempre” (Sl 111,9)…

Contemplas tu dinero y ¿no haces caso de tus hermanos?… Deberías estar agradecido, contento y feliz por el honor que se te ha concedido, al no ser tú quien ha de importunar a la puerta de los demás, sino los demás quienes acuden a la tuya. Y en cambio te retraes y te haces casi inaccesible, rehuyes el encuentro con los demás, para no verte obligado a soltar ni una pequeña dádiva.

Sólo sabes decir: «No tengo nada que dar, soy pobre.» En verdad eres pobre y privado de todo bien: pobre en amor, pobre en humanidad, pobre en confianza en Dios, pobre en esperanza eterna.

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